viernes, 17 de mayo de 2013

Diez días, segunda parte: De la estabilidad/ De la duda


Día 3.-De la estabilidad.

Las notas son precarias. Los sentimientos, frágiles.

Fluctúan al son de los deseos del corazón, flotando entre las inquietudes, la esperanza y la impotencia.

La pérdida de control. Sentir que el mundo se derrumba y tiembla, y te fallan las piernas para seguir de pie.

Y la luz que se te va apagando en medio de la oscuridad.

El piano siempre había sido una buena medicina. Acariciaba su interior con sus teclas de marfil, calmaba sus latidos con un feble beso de mi menor en los labios. Mas ahora las partituras que solía colocar frente a él para tocar, de los mayores maestros de todos los tiempos, de Bach, Beethoven, Mozart, Chopin, yacían en el suelo como hojas muertas. Había pasado de ser su consejero a ser su altavoz. Arrancarse la camiseta del cuerpo, coger aire y chillar fuerte en forma de compases acelerados que se escapaban de sus dedos.

La tristeza, la desazón. Él solo quería decir “lo siento”. Demostrarle que su amor era real, que podía tocarlo, verlo, sentirlo… escucharlo. Pero las cosas se empezaron a complicar en un abrir y cerrar de ojos.

No era tan fácil. La culpa pesaba en sus espaldas. Una cadena de semicorcheas alrededor de su cuello. Shion. Shion. Shion. La simple pronunciación de su nombre era algo que le tranquilizaba y le angustiaba al mismo tiempo. ¿Cuánto iba a poder disfrutar de su compañía? Apenas si se contaba en meses. De 10 en 10, en compás de 3 por 4, caían sus errores como losas. Y no podía hacer nada. Todo esfuerzo era en vano. Era una batalla de uno contra uno, de la enfermedad contra el hombre.

Y Shion. Su Shion. Suyo, suyo, nada más que suyo. Se quedaba sin fuerzas.

Se marchitaba.

Se le apagaban las palpitaciones en sus manos. Hoy más suave que ayer, más lento mañana, pasado pegará un acelerón frágil. Y después… Después…

Dejó de tocar. Sus manos temblaban. Apartó su melena para esconderla tras su oído. Notó una mejilla blanda y dulce apoyarse en su espalda, justo en el comienzo de sus cervicales. Había estado todo el rato allí, escuchando, sentado en el borde de la cama. La melodía ya había comenzado a sonar cuando había entrado en la habitación, mas le pareció poder captar las reminiscencias de las notas extinguidas suspendidas en el aire. Las sintió resonar en su pecho. Él también sentía el dolor que aquejaba a Nezumi. Mudó la culpa por un miedo más profundo, pero seguía sintiendo lo mismo. Le besó suavemente sobre la vértebra más sobresaliente, el punto de inflexión que marcaba el comienzo de las torácicas, provocándole un suave escalofrío. Sin embargo, no se giró para verle. Dolía.

-No sabía que tocabas el piano.-susurró suavemente contra su piel.

-Por algo lo tengo aquí.

La voz de Nezumi sonaba gélida, apagada, tenue. Shion apretó el abrazo con fuerza. Quería sentir sus huesos moviéndose al respirar.

-Es una canción preciosa, mi vida. Me has llegado muy hondo.

Nezumi suspiró. Los dedos largos de su pareja se balancearon sobre sus costillas. Le tranquilizaba sentir la presión de sus yemas. Le olisqueaba el pelo. Lo acunaba con su propio rostro. Se le notaba tranquilo. Y su tranquilidad era lo único que necesitaba. Aunque aquella desazón parecía no querer desaparecer.

-Nezumi, ¿sabes qué me apetece mucho?-se enderezó, con una amplia sonrisa en los labios.-Bailar. Hace años que no bailamos algo, tengo muchas ganas.

Se acercó al aparato de música y, meticulosamente, avanzó de canciones hasta que comenzó a emerger la que buscaba de los altavoces. Un tango. Los primeros compases lo dejaban más que claro. Sensual, cortante, una mordida en la lengua, unas manos serpenteando en las piernas. El albino se inclinó sobre él y le extendió la mano, haciéndole un gesto con la cabeza. Sin duda, no, no había cambiado. Seguía siendo el mismo cabeza hueca que recordaba.

-¿Tú sabes a quién estás retando?

Alzó una ceja. Shion le respondió del mismo modo.

-De acuerdo, fierecilla.-se irguió. En un golpe le aferró la cadera con su brazo chocando pecho contra pecho. El rubor subió por las pálidas mejillas de su compañero.-Pero yo dirijo.

Se tomaron las manos fuertemente, manteniéndolas lejos del cuerpo. Nezumi rodeó la cadera del albino para mantener las pelvis entrechocadas. La tristeza abrió paso a un deseo latente, a una pasión desbordante. No podía evitar sentirse sediento de sus labios. Se mantuvo cerca. La primera regla del baile es insinuar, mas nunca llevar a cabo. Los pies ligeros de Shion caminaron a merced del ritmo con rapidez en los huecos que dejaba su compañero entre sus piernas. Había aprendido. Llevaba las riendas de su propio movimiento. Los violines. El acordeón. Oh, su cuerpo. Comenzaba a emanar sudor. Le envolvió con sus brazos, le soltó, dio vueltas aferrado a su mano, le recondujo con un leve empujón. Sentía el vapor escaparse de sus entrañas. Las febles gotitas saladas recorrer su yugular cuello abajo, despuntar en su barbilla, deslizarse abriendo senderos en su esternón pálido. Le flexionó hacia atrás, como un bambú. El corazón de Shion comenzó a galopar. Estaba tan próximo. Su cabello negro le impedía respirar. Gozaba, le encantaba. Se enderezó. Un susurro llegó a su oído, entrando en consonancia con el compás del tango.

-Estás muy tenso. Déjate llevar.

Relajó los músculos lo máximo que le permitió el hervor de su sangre. Nezumi. Hacía una eternidad que no juntaban sus cuerpos para bailar. Había ensayado, había praticado, estaba dentro de sus planes impresionarle. Excitarle. Sus labios estaban entreabiertos, resecos, pugnando por aire. Deslizó su cuerpo contra el suyo, giró sobre sí mismo, le atrajo, le aferró el pelo, acarició sus piernas con las suyas propias, rozó su entrepierna con los muslos. Y él, él… Era como una pluma, sus pasos eran increíbles. Semejaba que así como le era indispensable respirar, también lo era bailar. Un instinto básico, algo que se siente. Sin pensar. Le arrimó a sí. Quedaron prendados por el hombro y la mirada. La cadera de Shion era el único estandarte seguro en la marejada que habían creado. Nezumi sonrió, ¡sonrió! Nada había cambiado. Todo era como aquella primera vez.

La melodía se detuvo. Quedaron frente a frente, pecho contra pecho, convulsionándose, arremetiendo uno contra el otro al coger aire. A Shion se le escapó una carcajada nerviosa.

-Ha sido impresionante. Nadie baila mejor que tú.

-Shion.

-¿Sí?

-Dame la mano.

El albino se sonrojó completamente. Le entregó su izquierda, ciegamente, y dejó que el moreno le guiara. Le condujo hacia sus pantalones. Oprimió entre sus piernas. Palpitaba.

-Sabes que dominas el tango cuando consigues empalmar a tu compañero de baile.

-¡Nezumi!-exclamó, apartando la mano, nervioso. Su pareja soltó una estentórea carcajada.

Desde luego no era la primera vez que gozaba de la mera existencia de esa parte de su cuerpo, mas remanecía todavía una pizca de vergüenza infantil, de inseguridad. Siempre que le tocaba, que yacían juntos, que besaba su carne, temía que la reacción de Nezumi fuese apartarle, o aún peor, burlarse de él. Pero no, había madurado. Había aceptado los sentimientos propios y ajenos, había conseguido admitir que amaba a Shion, con todas las letras, con todo el significado que la palabra entraña. Aun así, el joven albino se sintió un tanto… incómodo. Alzó la mirada brevemente, mostrando sus mejillas del color de las manzanas. La angustia que asoló cada recoveco de los ojos cenizos de Nezumi había desaparecido. Estaba calmado, sosegado, alegre. Se rio de nuevo con nerviosismo, tapándose el rostro parcialmente con una mano.

-Veo que has mejorado mucho desde la última vez. ¿Has ido a clases?

-A veces… Cuando tenía tiempo por el trabajo…-a pesar de carecer de cabello hizo el ademán, por costumbre, de prender un mechón en el oído. Nezumi sintió una sacudida.-Quiero bailar, Nezumi.-alzó la mirada, con un atisbo de brillo que realzaba su color jaspe.-Quiero bailar contigo, vamos.

-Espera, ¿no estás cansado? ¿No te fatigas? Respiras un tanto rápido.

-¡Estoy bien, no te preocupes!-exclamó, tomando su mano, tirando levemente de ella. A pesar de ser una persona vivaz, pocas veces se le veía tan sumamente emocionado. En su estómago anidaban un buen enjambre de mariposillas que le estremecían tronco arriba, tronco abajo cada vez que se cruzaba con la mirada de Nezumi. Como siempre, desde sus 12 años.-Bailemos, por favor.

Envolvió su cintura con sus brazos. Durante un breve instante, enterró la nariz en su pecho, inhalando el aroma que soltaba la camiseta que lo cubría, a hierba fresca y a romero. Se sintió como aquella vez, todavía podía notar la sensación que le sacudió las vértebras en aquel momento. Un joven Nezumi le cogió de la mano, le levantó del sofá y lo arrimó a su cuerpo, todo ello en apenas unos segundos que le dejaron sin aliento. Mas aquella vez, en aquel momento, aquella noche, fue él, fueron sus níveas manos las que aferraron a Nezumi contra él, las que le hicieron estremecerse de placer. Restregó el oído contra sus costillas, mimoso. Le era imposible abandonar aquella felicidad, aquella paz.

-¿Cómo era la canción que tarareabas cuando bailamos por primera vez?-le cuestionó, en un susurro. Apenas si la recordaba vagamente, aunque fue capaz de imitar las notas del primer compás, activando la memoria de su pareja.

De los labios de Nezumi se escapó un suave susurro en forma de notas dispersas, envueltas en el halo de niebla auditiva que producía su respiración, y sus besos sobre la cabeza de Shion. Cada vez iba incorporando más a su percepción de él la ausencia de cabello, hasta convertirlo poco a poco en un rasgo distintivo. Le sintió grácil, móvil, evanescente, en su cuerpo. Le cogió de la mano e hizo que diese una vuelta sobre sí mismo. La manera en la que cerraba sus párpados, entretejiendo una cárcel de pestañas entre superior e inferior, era algo que recordaría siempre, sin duda alguna. Volvió a retenerle en sus brazos. Bailaba lento, respiraba profundo, buscaba calor rápido. Y sí, desprendía calor, Shion desprendía un aura cálida. Se extendía a lo largo de su piel, se acentuaba en el hueco del cuello, justo sobre la clavícula. Se le escapaba de los labios en forma de vapor. Le inclinó lentamente hacia delante. El albino se le agarró. No, fue su calidez la que se agarró, sus ganas de vivir que se aferraban a él.

Frágilmente.

-Shion. Shion.

-¿Hm?

-Tu nariz…



Se llevó una de las manos al lugar indicado, sin soltar con la otra su cuello. Un líquido espeso impregnó en cuestión de segundos las yemas de sus dedos. Granate, negruzco, con algunos matices de brillo, con un feble regusto a metal. En un movimiento brusco se enderezó e inclinó hacia delante, presionando ambos orificios nasales. Su boca estaba completamente empapada, debía haber estado un rato desangrándose en el hombro de Nezumi sin siquiera percatarse. Entonces su respiración sí se tornó opresiva. Dificultosa. Extinguida.

-Eh, Shion, tranquilo…-ni siquiera sabía qué decirle, su reacción le había dejado paralizado. Los labios del albino se secaron por completo, no pudo enunciar una sola palabra.-Siéntate en la cama, tranquilízate, voy a por un pañuelo.

Deslizó la mano por su espalda, intentando llevarse con aquella suave caricia todo su temor, antes de dirigirse a la cocina casi a trote. El trapo con el que se secaban las manos tras fregar serviría. En el instante en el que cruzó el umbral de la habitación de nuevo, el alma se le quebró a sus pies. Las vértebras de Shion sobresalían bajo su camisa hasta su unión con su cráneo desnudo. Su pantalón y su camisa estaban teñidos de sangre; sus ojos, de lágrimas. El aire se escapaba del rincón de su boca. Su cuerpo se estremecía en acometidas furiosas, como rayos, que le atravesaban la columna. El simple hecho de verle así le destrozó por completo.

-Toma, te traje esto.-susurró, acercando el trapo a su nariz hasta que sintió las manos del contrario sostenerlo.

Apenas recibió como respuesta un par de sollozos. No sabía qué decirle, cómo hacerle sentir mejor. Simplemente, le abrazó. Entrelazó ambas manos en su costado izquierdo, notando en las palmas sus agitados latidos, y le resguardó en sus brazos. Confió en que su feble calor le reconfortase. Con la cabeza todavía hacia delante, Shion la inclinó muy suavecito hacia un lado, para apoyarse en su pecho. Cerró los ojos. Poco a poco la sangre comenzó a fluir más y más despacio hasta que ni una gota más salió de su cuerpo. La presión de las manos de Nezumi desapareció al centrarse en apartarle el trapo lleno de sangre del rostro.

-Lo siento, Nezumi...-al fin escuchaba su voz.

-¿Qué sientes?

-Siento haberte jodido la noche.

-No digas bobadas, Shion. No me has jodido nada.

-Yo quería que esta noche nos olvidáramos de todo, que todo fuese bien...

Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos carmín. Su pareja sintió cómo su tráquea se constreñía.

-Y tuvo que pasar... esto... Yo no quería, Nezumi, yo quería que todo fuese bien de una vez...

Sus manos le sirvieron de escudo y recipiente para sus dulces lágrimas. Su cuerpo se sacudía, hipaba, gimoteaba. Por eso no le había sacado el tema de su enfermedad en ningún momento, ni siquiera cuando vislumbró toda su impotencia en aquella canción agónica a dos manos. Por eso se había esforzado tanto en bailar, hasta el límite de sus fuerzas. Por eso. Él solo quería una noche normal. Una noche en la que no tuviese que preocuparse de tomarse la tensión, vigilarse el pulso, meter las medicinas necesarias en el pastillero para el día siguiente. Quería aquel baile, aquella cercanía, aquella calma con la que había estado soñando despierto durante diez años.

Nezumi se irguió de la cama. Se dirigió a la máquina de discos para pulsar uno de los botones al azar. En cuanto la bella voz de una mujer emergió de los altavoces, tomó una de las manos del albino ayudándole a levantarse.


-Nezumi, ¿qué…?

-Shhh.

Take a look of my body.
Look at my hands.
There's so much here that I don't understand.

Sus pies comenzaron a seguir el ritmo, con ligereza, y a la vez, siguiendo la pesadez que transmitían las notas graves de aquel piano que acompañaba la voz. Contuvo a Shion en sus brazos. Pronto escuchó la punta de sus mocasines perseguir los pasos marcados. No hubo necesidad de mirarse a los ojos. Eran capaces de vislumbrar lo que sentían bajo las capas de piel y músculo que les cubrían. Sus manos pálidas, sus muñecas adornadas por cicatrices cual pulseras, rozaron la espalda de Nezumi, la misma que solamente una camisa separaba de sus propias marcas de guerra. Escondió la cabeza en el hueco de su cuello, apoyando la mejilla en su hombro. Podría decir sin miedo a equivocarse que no había sentido tal bienestar en toda su vida. Contuvo las lágrimas. Mas esta vez no expresaban tristeza; estaban cargadas de amor y de gratitud. Respiró muy cerca de su oído, quería que lo escuchase, que pudiese palpar la vida que corría por su interior. Su aliento, su corazón, la simple capacidad de sentir. No podía dejarle. No ahora. Estaba demasiado feliz a su lado.

Oh, I need is the darkness,
The sweetness,
The sadness,
The weakness.
Oh, I need this.

I need a lullaby,
A kiss goodnight,
Angel sweet
And love of my life.
Oh, I need this.

La música se detuvo un latido. Nezumi le acercó. Shion se aferró a él.

I’m a slow dying flower, frost killing hour…

Los pétalos inexistentes que cubrían su cuerpo acariciaron a Nezumi por todos los flancos posibles. Le abrazó. Le estrechó contra sí como nunca. El baile seguía arraigado en su interior, pero necesitó notarle más y más cerca.



¿Esta es la noche que deseas, Shion?

Su iris cenizo no pudo evitar llorar una solitaria gotita salada cuando su labio superior rozó la mejilla del contrario. Y lentamente, nota a nota, alcanzó la cumbre de su boca. El aliento de Shion todavía sabía a sangre, saliva y lágrimas. Envolvió intensamente su lengua. Ese era el verdadero sabor de la vida. Los dedos del albino aferraron su melena negra, fueron engullidos por su oscuridad sin perder su luz. Y aquella cantante que jugaba con las palabras con cada pronunciación melódica apenas necesitó concluir con un par de frases.

Nezumi le acostó poco a poco en la cama. No podía separar de él su cuerpo. Se sintieron uno. Les ardió el alma. La música no se detuvo. Fue su nana, la que le dio forma a sus deseos, a sus miedos, a sus esperanzas. A su fuego.

Shion le sintió como un gran pilar que le otorgaba equilibrio, que le resguardaba, que le mantenía seguro.

Golpe a golpe. Beso a beso.

Los botones de su camisa se desabrocharon poco a poco. Le quemaba la carne, que quemaba el corazón en su pecho, las llamas le consumían el interior. Su respiración. Sus pestañas. El brillo de sus ojos de metal. La curva de su espalda. La palidez del esternón. El vello de su tronco. Ese lunar que tenía en el cuello. Definitivamente, no soñaba. Su camiseta amarilla se despegó de él y pudo palparle la piel con los labios. Las enormes manos de Nezumi acariciaron su cabeza. Temblaban. Sus latidos se estremecían bajo su lengua. Se despojó de los pantalones de un tirón suave….suave…

Se separó. Su pareja le miró. Dudó si tocarle.

-Nezumi, siempre que me miras te cubre un velo la visión. Primero era mi pertenencia a No. 6 y ahora… esto. Quiero que me ames sin reparos. Que me veas como cuando no sabías nada de lo que me pasaba. Nezumi… Por favor… Quiero que me veas como lo que realmente soy.

No puedo estar más desnudo para ti. Solo bésame, no pienses en nada, no te cuestiones nada. Bésame. 

Sus sienes fueron acariciadas gentilmente por sus manos de músico. Ese tacto, tan conocido, tan cercano, tan cálido, tan auténtico, tan… Shion.

-¿Quieres que me ponga la peluca?

Nezumi le robó las palabras de los labios.

-No. Quédate así.


Día 4-De la duda.

En la cabeza de Shion se había librado una tormenta desde que Nezumi había vuelto.

Apenas si mantenía un par de conceptos claros. El primero, que iba a luchar hasta agotársele las fuerzas, y el segundo, que quería que su enfermedad pasase desapercibida a los ojos y corazones de su familia para causarles el menor daño posible. Todo lo demás se difuminaba. No era más que niebla en su mente, la reminiscencia de nada. Desde el primer momento en el que abrió la puerta y le vio ante él, sosteniendo un cigarro entre los labios y la tira de la mochila con una de sus fuertes y recias manos, un vendaval de cuestiones golpeó el interior de su frente.

¿Dónde has estado hasta ahora?

¿Por qué has venido?

¿Por qué esperaste diez años? ¿Por qué no cuatro, tres, seis u ocho? ¿Por qué diez?

¿Por qué te fuiste…?

Y el caos desenhebraba su raciocinio. Miles de pensamientos distintos palpitaban dentro de él. Miles de teorías. Miles de razones. Lo único que recordaba de su despedida fue el tacto de los labios de Nezumi encajando en los suyos propios, disparando un beso, y el calor del cuerpecillo del pequeño Shionn arrimado a su pecho intentando balbucear un amago de su nombre. Nada más.

Los recuerdos. La sangre. Las lágrimas. La falta de aliento.

¡Shion!

¡Shion, joder, por qué te has hecho esto!

¡Responde!

No puedo más, no puedo más, no puedo más… ¡No puedo más!

Nezumi…


Sintió la presión feble de la mano de Shionn apresando la suya. A pesar de tener ya 10 años recién cumplidos, no le acababa de gustar dejarle cruzar solo la carretera; los coches no siempre cumplían a rajatabla las normas de seguridad, además, él había sido su mayor alegría desde que le tomó en brazos por primera vez, solo pensar que le pudiese pasar algo le estremecía. En cuanto llegaba a la acera, le soltaba para que gozase de algo de libertad.

Nezumi se había quedado en casa. Era lo más correcto en aquel caso. Quizás por eso su corazón latía con tantísima fuerza.

-¡Ahí está, papá, ahí está!-clamó el pequeño antes de comenzar a correr a través del jardín del parque, con los brazos extendidos.

El albino sonrió levemente.

¿No podía palpitarle el pulso un poco más lento? No le dejaba pensar con claridad.

-¡Eh, campeón! ¡Mira lo que te he traído!

-¡Woaaaaah! ¡Mira, papá, un coche teledirigido! ¡Cómo mola!

Shion alzó la mirada hacia el benefactor. Era un hombre de su edad, quizás un año o dos menor. Cabello castaño, ojos color musgo, alto y esbelto, parecía nacido del bosque y la hierba, como Nezumi. Llevaba un traje semejante al que él mismo vestía para trabajar, con un pin de identificación para entrar en el ayuntamiento. Seguramente acabaría de salir de la oficina y ni siquiera pudo cambiarse. Solía quedarse siempre hasta tarde, encargándose del papeleo atrasado. No tenía un empleo de alto rango dentro del gobierno, pero sí podía considerarse un íntimo amigo del joven presidente.



-No tenías que traerle nada, Torey.-su voz sonó con camaradería y dulzura, mientras se fue acercando poco a poco.

-¡Bah, no te preocupes tanto! Yo no tengo críos en los que gastar el dinero, y un cariño de vez en cuando tampoco hace daño.

Le revolvió el cabello al pequeño con sus enormes manos, algo manchadas de tinta. Otra vez se había peleado con la impresora, seguramente. Shionn atesoró su nuevo juguete y salió corriendo hacia una pandilla de niños de su clase para enseñárselo. Había llegado el momento de estar ambos solos. La brisa acariciaba las puntas de su peluca blanca, obligándole a sujetarla con una mano, peinándola, enredándola entre los dedos, brillante, caprichosa, suave. Torey no pudo contener el impulso que bombardeó su interior. Un par de pasos y quebró la distancia. Envolvió su cuerpo extremadamente delgado y frágil con sus brazos. Su piel pálida, nívea, salpicada con sus cicatrices, su iris del color del arrebol que presagia el alba, la negrura de sus pupilas, sus labios gruesos.

Shion… Shion…

Por fin puedo susurrar tu nombre.

Sin un “señor” ni un “don”. Un pronunciar desnudo.

Se estremeció. Apoyó ambas manos en su pecho para poder actuar como resorte, pero pronto el cosquilleo de su aliento en su cuello congeló todos y cada uno de sus músculos. Sus mechones blancos desprendían un feble olor a yerbabuena. Impresionante, sublime, maravilloso. No importaba cuántos años pasasen, seguía conservando aquella belleza etérea y grácil, un espectro con el corazón acelerado como una batería esquiva. Le escuchó respirar. Temblar, crepitar, estremecerse. Imprimió un beso justo sobre su yugular, en el borde del tránsito de su cicatriz, envolviendo su cuello.

-Todas las noches bebo un vaso de absenta con un chorro de agua fresca para acordarme de tu cabello.-susurró contra su piel. No separó los labios ni un solo milímetro. Cada palabra era un beso paralizador. Tomó entre sus manos las hebras de la peluca, jugando con ellas-Es tan precioso, como plata. Deseo que vuelva a crecer pronto.

Shion sintió un latigazo en medio del pecho. ¿Qué cojones se estaba dejando hacer? Le empujó intentando modular su fuerza, apartándolo de su lado. Se llevó una mano al cuello. Cada beso era sal en sus heridas.

-Torey, basta ya. No quiero esto, ya lo sabes.

Se echó un mechón de cabello detrás del oído. Le bombeaba la sangre bruscamente en las sienes.

¿No podía aquel latido dejarle pensar fríamente por una vez?

-Nadie tiene por qué saberlo, Shion. Será un secreto entre nosotros dos.

-Nezumi ha vuelto.

Tenía que decírselo. A pesar de que no tenían una relación romántica, manteniendo al margen los intentos de Torey, tenía que saberlo cuanto antes. Para él, era la noticia más reconfortante que había recibido en toda su vida. Aunque el sentimiento no fuese el mismo para el contrario. Se rió con sorna.

-¿Así que esa rata de alcantarilla se ha dignado a arrastrarse fuera de las cloacas?

-No hables así de él.-respondió Shion secamente. Sus palabras le apuñalaban en el centro de las muñecas. Le impedían incluso soltarle un puñetazo.

-¿Todavía le sigues defendiendo? Te ha vuelto a embaucar, ¿verdad?-esta vez su voz se llenó de ira de una manera aterrorizante. Apretó las manos.- ¿Qué te ha dicho, Shion? ¿La misma palabrería barata que te soltó cuando erais críos? ¿Cómo era? “¡Dame la mano! ¿Qué sientes? Mis latidos significan que estoy contigo”…

Su irónica imitación hacía hervir la bilis dentro de él. Intentó respirar hondo. Dolía tanto.

-Te he dicho que no le faltes al respeto, Torey. No quiero volver a repetirlo.

-¿Es que todavía crees que solo te lo ha dicho a ti? ¿Eh? Tú fuiste el único de los dos que has guardado celibato absoluto durante estos diez años, pongo la mano en el fuego.

Shion clavó sus uñas fuertemente en la palma de la mano. Necesitaba notar una sensación que le abstrajese de la quemazón que le corroía el pecho. No era la primera vez que se embaucaban en una pelea semejante debido a los sentimientos de su amigo, pero esta vez era distinto; Nezumi estaba presente. Había vuelto, estaba vivo, podía tocarle. Y ese fue el hecho de que toda la rabia y la frustración que Torey había estado guardando se inflamasen como la pólvora.

-Yo le quiero, y él me quiere a mí. No hay más que hablar sobre el tema.-respondió el albino secamente, sin mirarle siquiera. No quería verle.

-¿Y ahora qué va a pasar con nosotros?

-Torey, nunca hubo un “nosotros”. Te dejé bien claro desde siempre que a quien amaba era a Nezumi. Tú te inventaste el resto de la historia. Eres mi mejor amigo, pero no quiero nada romántico contigo.

-¿Y el beso que me diste aquella vez?

Ese era su mejor argumento. Siempre lo utilizaba como un as en la manga cuando Shion le paraba los pies. Y la respuesta era la misma una y otra vez. Con esa leve opresión en la voz.

-Estaba confuso y asustado, no podía pensar con claridad. Te dije mil veces que había sido un error mío, pero que no quiero a nadie más que a él.

-¿Es que no te das cuenta de que va a hacer lo de siempre? ¿Lo que hizo cuando os conocisteis a los doce años y la última vez que os visteis a los dieciséis? Se irá otra vez, y luego me vendrás llorando. “¡Torey, Torey, no puedo más, no puedo más!”

Su corazón se le estrujó dentro. Una fuerte presión irradió todo su tronco. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, impidiéndole ver con claridad, aplastando sus retinas.

Los jadeos, el llanto, la sangre…

-¡Torey, joder, te lo repetí hasta la puta saciedad! ¡No me importa dónde haya estado, qué haya hecho ni con quién se haya acostado! ¡Le amo y punto pelota, coño! ¿Es tan difícil de entender?

-¡Púdrete, Shion!

Esas dos palabras. Juntas. Nunca pensó que las pronunciaría, pero en ese momento las arrancó del alma. La culpa no era del que le engañaba, sino del que le creía todas las mentiras. La serpiente no pica si no le pones la piel en bandeja. El albino cerró los ojos fuertemente. Ya no pudo detener los sollozos.

-¡Pues estás de suerte porque me estoy muriendo!

El tiempo pareció congelarse en aquel momento. Los minutos se redujeron a escarcha. ¿Muriendo? ¿Era eso cierto? Todavía le costaba pronunciarlo. Nezumi debería estar allí, abrazándole, cogiéndole de la mano, dándole fuerza, recordándole que quede el tiempo que quede no le volvería a dejar atrás. Pero no, necesitaba zanjar aquel asunto solo, de una vez por todas. Acabar con las riñas, con las peleas, con la sensación de suciedad y traición que sentía cuando abrazaba a Torey solo para sentir estabilidad. Y a cambio sentirse más y más precario.

-¿Así está bien?
-Ahá, no se te nota para nada.
-¿De verdad que no parece falso?
-De verdad. Es igual que el pelo que tenías, te lo mandé hacer a medida.
-Gracias, Torey… No quiero que nadie lo sepa.
-Así estarás a salvo, tranquilo. No se percatarán de nada hasta que te cures.

La inexorable cuestión que salió de sus labios apuñaló a Shion en medio de su cariño.

-¿Y se lo piensas dejar todo a él?

Notó cómo los buenos sentimientos que les unían se tornaban clavos y espinas. Entreabrió los labios. Se le extinguieron las palabras.

Torey, ¿por qué me preguntas algo así?
¿Por qué no me dices que todo irá bien, me abrazas, me acaricias la peluca, me besas en la frente?
¿Es que solo te importaba en el sentido sexual?
¿Nada más?
¿Así lo resumes todo?

El dolor interno era insoportable, desgarrador, quería chillar, desahogarse, coger aire.
Era imposible.

-¿Y a ti qué cojones te importa?

Su voz tembló. Su respiración tintineó como una vela agónica.

-Mira, no le voy a dar nada que no sea suyo, ¿eh? Fue él quien me abrió las puertas de su casa para tener un techo donde dormir. La casa es suya. Y mi niño es su hijo.

-¿Y qué es lo próximo? ¿La presidencia?

-Oye, si crees que voy a elegir a alguien a dedo, a quien sea-recalcó.-estás muy equivocado. Yo no soy así. Se convocarán unas elecciones democráticamente. Y no creas que me voy a arrepentir de mis decisiones.

¿Podía albergar aquella rigidez en la voz aquel joven atormentado? Sentía que la situación se diluía en su sangre. ¿Su pulso seguía alterado? Ya no le importaba, no precisaba pensar ya. Arremeter no solo contra Nezumi, sino contra su propia integridad, le fustigaba en lo más hondo. No podía soportarlo. Pensar que un apoyo que había tenido durante diez largos años se difuminaba, se le escurría entre los dedos, se evaporaba en frases incendiarias que embestían contra él…

Torey frunció los labios, apretó los dientes, tomó aliento.

-Muérete.

Sus sentimientos se quebraron a compás de tres tiempos. Se le desangraron los lacrimales, su garganta se estrechó, se le secó el aire. Los fragmentos que todavía quedaban palpitantes extrajeron de su mente todo recuerdo que había compartido con él. Cada duda. Cada verba de apoyo. Cada sensación de precariedad sofocada. Se dio la vuelta, simplemente, y se alejó. Shion quiso extender la mano, aferrar su muñeca, envolverle en sus brazos, notarle cerca. Después de haber perdido a Nezumi, él había sido la única persona en la que había confiado.

Muérete.

Todavía resonaba en su cabeza.

No, no quiero morirme, no. Me da miedo.

Se cubrió los ojos. Las lágrimas comenzaron a aflorar.

El tacto de una flor. La luz del sol. Todo se hizo pedazos, se hizo llanto.

-¡Shion! ¡Shion! ¡Mierda, Shion! ¿Qué te has hecho?

Mis manos se manchan de sangre. Me palpitan las muñecas. Tengo miedo. Me mantengo callado. Me siento frío, apático, siento dolor, pero nada me importa. Aprieto la cuchilla de afeitar. Me recuerda que sigo vivo.
Inhala.
Exhala.
Inhala.
Exhala.

-¡Respóndeme, Shion! Joder, joder, joder, un pañuelo, ¡¿dónde coño hay un pañuelo?!

¿Papel? Eso, eso, eso servirá. Lo noto. Noto el papel contra mi piel. Cómo se empapa. Estoy vivo. ¿Por qué estoy vivo? Quiero seguir sangrando.

Nezumi.
Nezumi.
Nezumi.
Que cada gota me acerque a él.

-Shion, ¿me oyes? ¿Por qué te hiciste esto?

-No puedo más… no puedo más… no puedo más…

Necesito aire. Me cuesta mucho respirar. Me duele el pecho. Me late el corazón muy fuerte. Vuelve, por favor, no puedo más.

-¿Cuándo te lo has hecho? ¿Cuánto hace que llevas sangrando?

Su frente. Noto su frente. Nezumi, ¿eres tú? Quiero que seas tú.

-Nezumi…
Su nombre me hace sentir mejor. Me tranquiliza.

Una presión en la muñeca. La noto. Gracias.

-No puedo verte así. En serio. No puedo soportar verte sufrir por ese cabrón más tiempo. Shion, yo… no quería decírtelo, y menos así, pero… pero te quiero. Desde que entraste a trabajar, desde que te conocí. Yo te haré feliz, Shion, nunca te dejaré, nunca te haré daño.

¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? Cállate ya, tú no deberías decirme eso. Debería decírmelo él. Sin más evasivas. Sin más burlas. “Te quiero, Shion”. ¿Es tan difícil?
No puedo ver. No puedo llorar. Todo está borroso.
Nezumi, ¿eres tú? Quiero rozar tus labios.

¡Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah, papáaaaaaaa!

Ahora lo oigo. Su llanto. Mi niño. Tengo que levantarme. No, joder, su saliva, no es su saliva, no sabe a él. ¿Qué demonios he hecho? Tengo que cogerle. Mi bebé. No llores, ya estoy aquí, perdóname, lo siento.

Torey, deja de mirarme, por favor, deja de mirarme.

Lo siento…

-Papá, ¿qué te pasa?

El albino alzó la mirada durante un breve instante. Shionn, con su coche teledirigido en las manos, ladeaba la cabeza para poder mirarle. Se secó las lágrimas con su propia piel. Llevaba desde los dieciséis años siendo padre; era un maestro de la mentira piadosa.

-Nada, cielo, estoy bien. ¿Nos vamos a casa? Ya es tarde.

-Joooo, déjame estar un ratito más.

-Tenemos que irnos, papi ya habrá hecho la cena. Anda, ven.

Se irguió del asiento con una feble sonrisa. Apoyó la mano en su nuca cubierta de denso cabello castaño, más o menos de la misma longitud que el suyo a su edad, y le hizo un gesto con la cabeza.
Habría de preservarlo inocente, desconociendo sus adentros, los secretos que más le avergonzaban, todo aquello que un padre no quiere que su hijo conozca sobre él.


La imagen de su melena negra cayendo como una cascada de petróleo por cuello y espalda fue lo primero que se cruzó con su mirada en cuanto abrió la puerta.

Nezumi, ¿eres tú?
Quiero que seas tú.

Giró la cabeza en cuanto escuchó los ruidosos pasos de Shionn por el pasillo, seguido por el cochecito el cual, gracias a un pequeño mando con un sensor de movimiento, corría detrás de él. Sus ojos cenicientos expresaron un ademán de felicidad, en tanto que se separó de la pota que estaba al fuego, prudencialmente, descubriendo un libro en su mano diestra, y un cigarro encendido en la siniestra.

-Eh, habéis venido pronto, ¿no? Esto aún no está, lo acabo de poner al fuego.

Shion se le acercó. Tomó aire con fuerza para olisquear. Un fresco aroma a verduras cocidas caldeaba el ambiente.

-¿Me lo parece o estás preparando una sopa Machbeth?-cuestionó, soltando una feble y húmeda carcajada.

-Hace años que no la hago, quería descubrir que no había perdido del todo la práctica.

-Yo he intentado hacerla, pero no te voy a mentir. No me sale tan buena como a ti. ¿Qué es lo que le echas?

Se asomó para poder ver el contenido de la perola. Tenía muy buena pinta. Las hojas de perejil navegaban por el agua caldosa a lomos de las patatas y las judías. Pudo indagar, quizás, un atisbo de orégano escondiéndose tras unas hojas de rúcula.

-Te faltará mi ingrediente secreto.

-¿Cuál es?

-Alas de murciélago.-apenas si pudo contener la risa después de pronunciarlo, echando la cabeza exageradamente hacia atrás.

Las brujas de la obra shakespeariana estarían honradas por sus maquiavélicas bromas.

-¡Qué gilipollas eres!-exclamó Shion, dándole un pequeño empujón, escapándosele una breve carcajada entre los dedos de las manos.

Mas pronto se evaporó, se entremezcló y diluyo con el humo de la comida todavía en ebullición.

¿Hasta dónde?
¿Hasta cuándo?
¿Cuánto tiempo más?

-Nezumi.

-¿Hm?

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Dispara.

Su corazón arremetía fuerte contra el jersey que le cubría el pecho. Lo hacía estremecerse.

No es tu momento de hablar, esta vez mis dudas te han ganado.

-¿Por qué… te fuiste?

Un silencio sepulcral cubrió la habitación. Restó el aire. Se inyectó en las pupilas de Nezumi.

-¿Es que no querías al niño? ¿Era eso?

Desde el primer instante en el que puso el pie en su antigua casa y único hogar sintió en sus carnes el profundo pánico que le producía enfrentarse a esa pregunta. No, Shion. ¿Cómo podrás entenderlo?

-No.

Una respuesta seca. Cortante. No, Nezumi, ¿crees que es suficiente?

-¿Fue por mi culpa? ¿Es que no sentías por mí lo mismo que yo sentía por ti?

-No es eso.

-¿Entonces?

De nuevo el silencio. Las cuestiones cortando el aliento. Shion se acarició las muñecas. Todavía perduraban las marcas. La cuchilla contra su piel. El nombre de su amado en cada chorro de sangre que se le escapaba. Los recuerdos aplastando cada resquicio de amor propio.

Y en los ojos de Nezumi la culpa y la rabia se le prendaban de las pestañas en forma de imperceptibles gotas de lluvia interna.



-¿Es que no confías en mí?

-¿Cómo puedes decir eso? ¡Claro que confío en ti! Solo necesito saberlo, Nezumi, lo necesito...

Los mechones blancos de su peluca ocultaron su campo de visión, convirtiéndose en la prisión de sus ojos bermejos. En un arranque de furia, la aprehendió desde la raíz y tiró de ella, arrojándola a los pies de su compañero.

-¡Necesito saber qué hice mal para que nos dejaras!

-¡No hiciste nada mal, Shion! ¡Deja de decir gilipolleces!

-¡Entonces dime por qué!

Le producía tantísimo arrepentimiento, tantísima impotencia, tantísima vergüenza.
Shion oprimió su muñeca. Las heridas palpitaban. Lo pudo ver. Antes no tenía esas cicatrices.
Agarró su pulso, le miró directamente en el centro de las lágrimas.

-No quería heriros. Todo acababa de dar un maldito giro de 360 grados, en mi cabeza todo se descontroló. Necesitaba irme para no haceros daño. ¡Vale, he metido la puta pata hasta el jodido fondo, pero yo lo único que quería era protegeros! ¡Soy un puto demonio, ya lo decía Inukashi, temía hacerte infeliz y que dejaras de quererme!

El albino contuvo su llanto. No quería que el pequeño irrumpiese y le viese así.

-Así que más te vale no volver a hacerte nada así a ti mismo. ¡Júramelo!

Dejó caer su frente contra su esternón, escurriendo poco a poco, notando cómo las piernas dejaban de responderle y le hacían desplomarse en el suelo, entre los brazos cálidos de Nezumi. El moreno apretó los ojos. No iba a permitirse el lujo de llorar otra vez. Sus lágrimas solo corroerían las numerosas marcas escarbadas en su piel. Le acarició. Le besó en su cabeza desnuda. Shion asintió feblemente. Notó un profundo suspiro que asoló el cuerpo de su compañero.

Se disipó el dolor. Se disipó el rencor.

Se disiparon las dudas.