domingo, 20 de octubre de 2013

Epístola en honor a un mata-titanes

Para Armin:

Hola pequeño. ¿Cómo te encuentras? Verás, te escribo esta carta para excusar mi marcha. Hace demasiado tiempo que mis errores condicionan tu felicidad. No quiero volver a verte haciéndote daño o llorando por las faltas que yo cometí. He sido una "mamá" horrible y de veras que lo siento tanto como nse puede expresar. Te he arrebatado a la gente que más querías por un rifirrafe y ahora ya no puedes volver a verlos jamás. Pero mi lindo niño, seca las lágrimas de tus ojillos azules, deja el pitillo sobre la mesa y mírame. Eres libre. Libre de hacer lo que tú quieras en este plano de la realidad. Libre para decidir y trazar tu destino.

Armin, tienes a tu lindo esposo que te guiará entre la oscuridad. Volverás a dormir en casa de Rei y Nagisa, cuidar de tus hermanos, jugar con Fleming, comer helado de manzana con Makoto. Porque, mi vida, ya no quiero dirigirte más. Ahora eres tú el que debe continuar su historia.

Mata a todos los titanes que puedas. Sé el mejor en tu trabajo. Ten ese hijo tuyo que tanto ansiabas. Vive. Vive lo más intensamente que puedas. Vive sin que nadie te haga sentir mal. Vive desoyendo los insultos, las advertencias. Vive lo mejor que sepas y yo estaré muy orgullosa de ti.

Supongo que esto es un adiós. Te diría que quizás es un hasta luego, pero no quiero que lo sea. Cada vez que escuches chillar el viento soy yo llorando porque te echo mucho de menos. Ojalá pudiese en este momento abrazarte bien fuerte, pero se nos acaba el tiempo.

Tu "mamá" que siempre te ha querido.

jueves, 1 de agosto de 2013

Diez: Playlist


Una selección de canciones hechas por mí, la propia autora, que me recuerdan a la historia tanto por la música como por la letra y con las que acompañar a la lectura~



  • Opening of Reanimation: Linkin Park


  • Juliet: Emilie Autumn


  • Romeo & Juliet: Dire Straits

  • Hang on: Plumb 
  • In joy and Sorrow: HIM
  • Powerless: Linkin Park
  • End of Time: Lacuna Coil

  • My last Breath: Evanescence
  • Lullaby: Nickelback
  • Soulmates Never Die (Sleeping with Ghosts): Placebo
  • Forever: Red
  • The Last Night: Skillet
  • Start Again: Red
  • Shattered: Trading Yesterday
  • Lost in Paradise: Evanescence
  • Überleben: Eisblume
  • Summer Overture: Clint Mansell

jueves, 13 de junio de 2013

Vapor (K proyect fanfic)

Todas las noches tengo el mismo sueño. Da igual el tiempo que pase. Es una historia que se repite una y otra vez, una rueca que gira y gira y gira creando una maraña de inseguridades que es inútil intentar deshacer. Cuando me encuentro dentro de él sé exactamente qué debo hacer. No necesito ningún tipo de razonamiento que me lo indique, la fuerza de la costumbre me hace obrar siempre de la misma forma.

Sentarme en algún lugar de la nada y esperar.

Mejor si puedo evitar moverme. Aunque no me encuentro nervioso, ni quiero realmente salir de allí. No me siento incómodo. Pero tampoco completamente a gusto. Quizás entrelazo los dedos un par de veces, me humedezco los labios, aunque no tenga falta de ello.

Entonces escucho su voz.

-Yo no quería morirme.

Y descubro que no estoy del todo inerte, que un escalofrío me sacude.

-¿Y qué quieres que hiciera? ¿Dejar que nos matases a todos?

-Me habría tranquilizado, ¿vale?

-No, eso no es verdad.-aquí suelo intentar girar la cabeza para mirarle, aunque me detengo en pleno avance. No sé si quiero mirarle a los ojos o si todavía no he reunido el suficiente valor.-Estabas enamorado. A pocos metros de ti estaba la persona que había acabado con la persona a la que más has querido en toda tu vida. ¿Piensas de verdad que me voy a creer que no te habrías vuelto loco?

Me muerdo el labio inferior. Mierda, estoy empezando a hablar como él. No tengo el tiempo ni las ganas de medir mis palabras. Sé que lo que tengo que decir lo diré ahora o nunca.

Llegados a este punto siempre me imagino lo mismo. Él se levantará y no solo me obligará a clavar mis ojos en los suyos, sino que me cogerá por la pechera, me alzará en peso y me dirá algo como “qué patada en la boca tienes, Munakata”.

Pero no lo hace. No está nervioso al oír hablar de Totsuka. De hecho, ¿un muerto puede sentir agitación? Hace meses habría contestado rotundamente que no. Ahora ya no sé qué pensar.

-¿Y tú qué habrías hecho, don correcto e inteligente? ¿Le habrías firmado una carta de reclamación o qué?

Flexiono una de mis rodillas y subo el pie a mi asiento, solo para poder abrazarme a mi pierna, tener un lugar donde esconder el rostro al menos parcialmente. Yo no podría haber hecho nada de eso por una sencilla razón: la persona que acabó con el único por el que he sentido algo he sido yo.

-Yo quería que todo funcionara.

-¿A qué te refieres?

-Podríamos haber sido aliados. Créetelo o no, era mi mayor deseo. Luchar entre nosotros era una soberana estupidez, no nos estaba llevando a ningún lado. Pero no sabía cómo hablar contigo. Apenas si entendía tu forma de actuar, de hecho te gustaba provocarme. Luego vino el gilipollas de Fushimi y ya era contigo o contra ti.

La primera vez en mi vida que utilizo una palabra como esa, y menos contra un miembro de mi propio bando. Pero tampoco me pienso contener ahora.

-Entonces Fushimi ya controlaba más que yo en una guerra abierta contra ti y los Homra. Por motivos personales, es decir, no le importaba  la integridad del mundo como lo conocemos. Solo quería tener más y más poder y fardar delante de tus chicos que cambiarse a mi bando fue la mejor opción para él. Pero es que a mí me importaba una mierda, Mikoto, yo jamás quise algo así.-pronuncié su nombre. Sentí que me miraba aunque no podía verle. Pero no enmudecí; me envalentoné.-Creerás que soy un líder organizado que tiene todo bajo control, pero no. Todo se me fue de las manos, comencé a frustrarme, a verte como mi enemigo. Y cuando Totsuka murió no hizo más que empeorar las cosas. Tú querías darle caza al rey Incoloro como venganza y yo… Yo ya no sé ni qué demonios quería. Entonces todo se convirtió en “Totsuka, Totsuka, Totsuka” y me corroían los celos por dentro. Abandoné mi idea inicial. Juntar el agua con el fuego y convertir nuestros clanes en un vapor que llegase a cada rincón. Ya lo único que quería era demostrar no que era mejor que tú, sino que era mejor que él.

Escuché su risa. Mikoto se rió. ¿Cómo podía reír si no respiraba? Todo se escapaba de mi lógica, pero no me frustró. Debo reconocer que me tranquiliza oírle reír. Una y otra vez a medida que se repite el mismo sueño parece algo nuevo para mí. Como si las carcajadas fuesen distintas en cada ocasión.

-Desde luego la manera en la que funciona tu cerebro de mosca es un misterio, Munakata.

-Oye, estoy siendo sincero.

-Que sí, que sí, si yo te creo.

Se hizo un breve silencio. Escuché cómo se daba la vuelta y se sentaba a horcajadas. Rodeó mi tronco con sus brazos. Esta vez no lo sentí como un escalofrío, sino como una descarga eléctrica. Sus manos aprehendieron mi camisa con mucha dulzura. Mi corazón comenzó a latir con muchísima fuerza. Pero poco me importó que lo notase. En ese momento, no sentía nada más que arrepentimiento.

-¿Así que te portabas como un pedazo cabrón por celos? Esto en lugar de ser una tragedia griega se empieza a parecer a una telenovela de las que veía Kamamoto al medio día.

-¿Quieres dejar de tomártelo todo a broma?

Volteo completamente el tronco. En cuanto me doy cuenta, me encuentro envuelto entre sus brazos. Mirándole a los ojos. Diablos, ¿podrían ser más verdes? Me miraba como aquella última vez. Sin resentimiento. Sin temor. Sin rabia. Completamente tranquilo. Esbozando una media sonrisa en los labios, alzando una comisura muy suavemente, pendiendo del hilo que trazaban las marcas de expresión. Todavía queda dentro de mí un resquicio de orgullo que se niega a desaparecer. Mantengo los brazos pegados al cuerpo, resistiendo revolverle el abrazo, al menos durante el breve instante en el que mi conciencia prima sobre mis sentimientos. Deslizo una mano por su tronco, seguida de la otra en una diferencia de tiempo
mínima. Las apoyo, una sobre la otra, contra su nuca. Me resisto a mirarle de nuevo. Creo que en mi vida me sentiré tan vivo como en aquel momento. O tan ligado a la muerte. La verdad es que incluso no me importa cómo me siento, sino lo que siento. Mis emociones. Son las que comienzan a ganar terreno a estas alturas del sueño. Me dejo doblegar. Mi cabeza desciende hasta tocar con mi frente su hombro provocando un ruido seco. Si tuviese que describirlo, sería el mismo que una roca arrojada a la superficie de un lago, dejándose hundir. No podemos retroceder, pero tampoco avanzar. Estamos varados en algún momento del tiempo. El simple pensamiento que, por razones obvias esta vez, él no puede notar mi cuerpo como yo el suyo me hace sentirme frustrado. Frustrado y culpable. Si en verdad había llegado a aquella situación solo por celos como él decía todos mis esquemas, mi idea de justicia, mis planes, se desmoronarían.

-Esto era lo último que quería. Desde que no estás me siento como perdido. No quiero seguir siendo un líder si voy a tener que deshacerme de la gente a la que quiero como me deshice de ti.

Me aparta un poco el pelo, intentando llamar mi atención para que le mire de una vez. Las lágrimas se derraman del fondo de mis ojos. Pero entonces se separa, me extiende la mano. Siempre me despierto pensando en si debo entregarle la mía o no. Confuso, lleno de arrepentimiento.

Pero esta vez se la di. Apoyé mi palma sobre la suya y sentí un intenso calor recorrer mi cuerpo.

Empiezo a dudar si es un sueño…

O simplemente, vapor.

viernes, 17 de mayo de 2013

Diez días, segunda parte: De la estabilidad/ De la duda


Día 3.-De la estabilidad.

Las notas son precarias. Los sentimientos, frágiles.

Fluctúan al son de los deseos del corazón, flotando entre las inquietudes, la esperanza y la impotencia.

La pérdida de control. Sentir que el mundo se derrumba y tiembla, y te fallan las piernas para seguir de pie.

Y la luz que se te va apagando en medio de la oscuridad.

El piano siempre había sido una buena medicina. Acariciaba su interior con sus teclas de marfil, calmaba sus latidos con un feble beso de mi menor en los labios. Mas ahora las partituras que solía colocar frente a él para tocar, de los mayores maestros de todos los tiempos, de Bach, Beethoven, Mozart, Chopin, yacían en el suelo como hojas muertas. Había pasado de ser su consejero a ser su altavoz. Arrancarse la camiseta del cuerpo, coger aire y chillar fuerte en forma de compases acelerados que se escapaban de sus dedos.

La tristeza, la desazón. Él solo quería decir “lo siento”. Demostrarle que su amor era real, que podía tocarlo, verlo, sentirlo… escucharlo. Pero las cosas se empezaron a complicar en un abrir y cerrar de ojos.

No era tan fácil. La culpa pesaba en sus espaldas. Una cadena de semicorcheas alrededor de su cuello. Shion. Shion. Shion. La simple pronunciación de su nombre era algo que le tranquilizaba y le angustiaba al mismo tiempo. ¿Cuánto iba a poder disfrutar de su compañía? Apenas si se contaba en meses. De 10 en 10, en compás de 3 por 4, caían sus errores como losas. Y no podía hacer nada. Todo esfuerzo era en vano. Era una batalla de uno contra uno, de la enfermedad contra el hombre.

Y Shion. Su Shion. Suyo, suyo, nada más que suyo. Se quedaba sin fuerzas.

Se marchitaba.

Se le apagaban las palpitaciones en sus manos. Hoy más suave que ayer, más lento mañana, pasado pegará un acelerón frágil. Y después… Después…

Dejó de tocar. Sus manos temblaban. Apartó su melena para esconderla tras su oído. Notó una mejilla blanda y dulce apoyarse en su espalda, justo en el comienzo de sus cervicales. Había estado todo el rato allí, escuchando, sentado en el borde de la cama. La melodía ya había comenzado a sonar cuando había entrado en la habitación, mas le pareció poder captar las reminiscencias de las notas extinguidas suspendidas en el aire. Las sintió resonar en su pecho. Él también sentía el dolor que aquejaba a Nezumi. Mudó la culpa por un miedo más profundo, pero seguía sintiendo lo mismo. Le besó suavemente sobre la vértebra más sobresaliente, el punto de inflexión que marcaba el comienzo de las torácicas, provocándole un suave escalofrío. Sin embargo, no se giró para verle. Dolía.

-No sabía que tocabas el piano.-susurró suavemente contra su piel.

-Por algo lo tengo aquí.

La voz de Nezumi sonaba gélida, apagada, tenue. Shion apretó el abrazo con fuerza. Quería sentir sus huesos moviéndose al respirar.

-Es una canción preciosa, mi vida. Me has llegado muy hondo.

Nezumi suspiró. Los dedos largos de su pareja se balancearon sobre sus costillas. Le tranquilizaba sentir la presión de sus yemas. Le olisqueaba el pelo. Lo acunaba con su propio rostro. Se le notaba tranquilo. Y su tranquilidad era lo único que necesitaba. Aunque aquella desazón parecía no querer desaparecer.

-Nezumi, ¿sabes qué me apetece mucho?-se enderezó, con una amplia sonrisa en los labios.-Bailar. Hace años que no bailamos algo, tengo muchas ganas.

Se acercó al aparato de música y, meticulosamente, avanzó de canciones hasta que comenzó a emerger la que buscaba de los altavoces. Un tango. Los primeros compases lo dejaban más que claro. Sensual, cortante, una mordida en la lengua, unas manos serpenteando en las piernas. El albino se inclinó sobre él y le extendió la mano, haciéndole un gesto con la cabeza. Sin duda, no, no había cambiado. Seguía siendo el mismo cabeza hueca que recordaba.

-¿Tú sabes a quién estás retando?

Alzó una ceja. Shion le respondió del mismo modo.

-De acuerdo, fierecilla.-se irguió. En un golpe le aferró la cadera con su brazo chocando pecho contra pecho. El rubor subió por las pálidas mejillas de su compañero.-Pero yo dirijo.

Se tomaron las manos fuertemente, manteniéndolas lejos del cuerpo. Nezumi rodeó la cadera del albino para mantener las pelvis entrechocadas. La tristeza abrió paso a un deseo latente, a una pasión desbordante. No podía evitar sentirse sediento de sus labios. Se mantuvo cerca. La primera regla del baile es insinuar, mas nunca llevar a cabo. Los pies ligeros de Shion caminaron a merced del ritmo con rapidez en los huecos que dejaba su compañero entre sus piernas. Había aprendido. Llevaba las riendas de su propio movimiento. Los violines. El acordeón. Oh, su cuerpo. Comenzaba a emanar sudor. Le envolvió con sus brazos, le soltó, dio vueltas aferrado a su mano, le recondujo con un leve empujón. Sentía el vapor escaparse de sus entrañas. Las febles gotitas saladas recorrer su yugular cuello abajo, despuntar en su barbilla, deslizarse abriendo senderos en su esternón pálido. Le flexionó hacia atrás, como un bambú. El corazón de Shion comenzó a galopar. Estaba tan próximo. Su cabello negro le impedía respirar. Gozaba, le encantaba. Se enderezó. Un susurro llegó a su oído, entrando en consonancia con el compás del tango.

-Estás muy tenso. Déjate llevar.

Relajó los músculos lo máximo que le permitió el hervor de su sangre. Nezumi. Hacía una eternidad que no juntaban sus cuerpos para bailar. Había ensayado, había praticado, estaba dentro de sus planes impresionarle. Excitarle. Sus labios estaban entreabiertos, resecos, pugnando por aire. Deslizó su cuerpo contra el suyo, giró sobre sí mismo, le atrajo, le aferró el pelo, acarició sus piernas con las suyas propias, rozó su entrepierna con los muslos. Y él, él… Era como una pluma, sus pasos eran increíbles. Semejaba que así como le era indispensable respirar, también lo era bailar. Un instinto básico, algo que se siente. Sin pensar. Le arrimó a sí. Quedaron prendados por el hombro y la mirada. La cadera de Shion era el único estandarte seguro en la marejada que habían creado. Nezumi sonrió, ¡sonrió! Nada había cambiado. Todo era como aquella primera vez.

La melodía se detuvo. Quedaron frente a frente, pecho contra pecho, convulsionándose, arremetiendo uno contra el otro al coger aire. A Shion se le escapó una carcajada nerviosa.

-Ha sido impresionante. Nadie baila mejor que tú.

-Shion.

-¿Sí?

-Dame la mano.

El albino se sonrojó completamente. Le entregó su izquierda, ciegamente, y dejó que el moreno le guiara. Le condujo hacia sus pantalones. Oprimió entre sus piernas. Palpitaba.

-Sabes que dominas el tango cuando consigues empalmar a tu compañero de baile.

-¡Nezumi!-exclamó, apartando la mano, nervioso. Su pareja soltó una estentórea carcajada.

Desde luego no era la primera vez que gozaba de la mera existencia de esa parte de su cuerpo, mas remanecía todavía una pizca de vergüenza infantil, de inseguridad. Siempre que le tocaba, que yacían juntos, que besaba su carne, temía que la reacción de Nezumi fuese apartarle, o aún peor, burlarse de él. Pero no, había madurado. Había aceptado los sentimientos propios y ajenos, había conseguido admitir que amaba a Shion, con todas las letras, con todo el significado que la palabra entraña. Aun así, el joven albino se sintió un tanto… incómodo. Alzó la mirada brevemente, mostrando sus mejillas del color de las manzanas. La angustia que asoló cada recoveco de los ojos cenizos de Nezumi había desaparecido. Estaba calmado, sosegado, alegre. Se rio de nuevo con nerviosismo, tapándose el rostro parcialmente con una mano.

-Veo que has mejorado mucho desde la última vez. ¿Has ido a clases?

-A veces… Cuando tenía tiempo por el trabajo…-a pesar de carecer de cabello hizo el ademán, por costumbre, de prender un mechón en el oído. Nezumi sintió una sacudida.-Quiero bailar, Nezumi.-alzó la mirada, con un atisbo de brillo que realzaba su color jaspe.-Quiero bailar contigo, vamos.

-Espera, ¿no estás cansado? ¿No te fatigas? Respiras un tanto rápido.

-¡Estoy bien, no te preocupes!-exclamó, tomando su mano, tirando levemente de ella. A pesar de ser una persona vivaz, pocas veces se le veía tan sumamente emocionado. En su estómago anidaban un buen enjambre de mariposillas que le estremecían tronco arriba, tronco abajo cada vez que se cruzaba con la mirada de Nezumi. Como siempre, desde sus 12 años.-Bailemos, por favor.

Envolvió su cintura con sus brazos. Durante un breve instante, enterró la nariz en su pecho, inhalando el aroma que soltaba la camiseta que lo cubría, a hierba fresca y a romero. Se sintió como aquella vez, todavía podía notar la sensación que le sacudió las vértebras en aquel momento. Un joven Nezumi le cogió de la mano, le levantó del sofá y lo arrimó a su cuerpo, todo ello en apenas unos segundos que le dejaron sin aliento. Mas aquella vez, en aquel momento, aquella noche, fue él, fueron sus níveas manos las que aferraron a Nezumi contra él, las que le hicieron estremecerse de placer. Restregó el oído contra sus costillas, mimoso. Le era imposible abandonar aquella felicidad, aquella paz.

-¿Cómo era la canción que tarareabas cuando bailamos por primera vez?-le cuestionó, en un susurro. Apenas si la recordaba vagamente, aunque fue capaz de imitar las notas del primer compás, activando la memoria de su pareja.

De los labios de Nezumi se escapó un suave susurro en forma de notas dispersas, envueltas en el halo de niebla auditiva que producía su respiración, y sus besos sobre la cabeza de Shion. Cada vez iba incorporando más a su percepción de él la ausencia de cabello, hasta convertirlo poco a poco en un rasgo distintivo. Le sintió grácil, móvil, evanescente, en su cuerpo. Le cogió de la mano e hizo que diese una vuelta sobre sí mismo. La manera en la que cerraba sus párpados, entretejiendo una cárcel de pestañas entre superior e inferior, era algo que recordaría siempre, sin duda alguna. Volvió a retenerle en sus brazos. Bailaba lento, respiraba profundo, buscaba calor rápido. Y sí, desprendía calor, Shion desprendía un aura cálida. Se extendía a lo largo de su piel, se acentuaba en el hueco del cuello, justo sobre la clavícula. Se le escapaba de los labios en forma de vapor. Le inclinó lentamente hacia delante. El albino se le agarró. No, fue su calidez la que se agarró, sus ganas de vivir que se aferraban a él.

Frágilmente.

-Shion. Shion.

-¿Hm?

-Tu nariz…



Se llevó una de las manos al lugar indicado, sin soltar con la otra su cuello. Un líquido espeso impregnó en cuestión de segundos las yemas de sus dedos. Granate, negruzco, con algunos matices de brillo, con un feble regusto a metal. En un movimiento brusco se enderezó e inclinó hacia delante, presionando ambos orificios nasales. Su boca estaba completamente empapada, debía haber estado un rato desangrándose en el hombro de Nezumi sin siquiera percatarse. Entonces su respiración sí se tornó opresiva. Dificultosa. Extinguida.

-Eh, Shion, tranquilo…-ni siquiera sabía qué decirle, su reacción le había dejado paralizado. Los labios del albino se secaron por completo, no pudo enunciar una sola palabra.-Siéntate en la cama, tranquilízate, voy a por un pañuelo.

Deslizó la mano por su espalda, intentando llevarse con aquella suave caricia todo su temor, antes de dirigirse a la cocina casi a trote. El trapo con el que se secaban las manos tras fregar serviría. En el instante en el que cruzó el umbral de la habitación de nuevo, el alma se le quebró a sus pies. Las vértebras de Shion sobresalían bajo su camisa hasta su unión con su cráneo desnudo. Su pantalón y su camisa estaban teñidos de sangre; sus ojos, de lágrimas. El aire se escapaba del rincón de su boca. Su cuerpo se estremecía en acometidas furiosas, como rayos, que le atravesaban la columna. El simple hecho de verle así le destrozó por completo.

-Toma, te traje esto.-susurró, acercando el trapo a su nariz hasta que sintió las manos del contrario sostenerlo.

Apenas recibió como respuesta un par de sollozos. No sabía qué decirle, cómo hacerle sentir mejor. Simplemente, le abrazó. Entrelazó ambas manos en su costado izquierdo, notando en las palmas sus agitados latidos, y le resguardó en sus brazos. Confió en que su feble calor le reconfortase. Con la cabeza todavía hacia delante, Shion la inclinó muy suavecito hacia un lado, para apoyarse en su pecho. Cerró los ojos. Poco a poco la sangre comenzó a fluir más y más despacio hasta que ni una gota más salió de su cuerpo. La presión de las manos de Nezumi desapareció al centrarse en apartarle el trapo lleno de sangre del rostro.

-Lo siento, Nezumi...-al fin escuchaba su voz.

-¿Qué sientes?

-Siento haberte jodido la noche.

-No digas bobadas, Shion. No me has jodido nada.

-Yo quería que esta noche nos olvidáramos de todo, que todo fuese bien...

Las lágrimas se aglomeraron en sus ojos carmín. Su pareja sintió cómo su tráquea se constreñía.

-Y tuvo que pasar... esto... Yo no quería, Nezumi, yo quería que todo fuese bien de una vez...

Sus manos le sirvieron de escudo y recipiente para sus dulces lágrimas. Su cuerpo se sacudía, hipaba, gimoteaba. Por eso no le había sacado el tema de su enfermedad en ningún momento, ni siquiera cuando vislumbró toda su impotencia en aquella canción agónica a dos manos. Por eso se había esforzado tanto en bailar, hasta el límite de sus fuerzas. Por eso. Él solo quería una noche normal. Una noche en la que no tuviese que preocuparse de tomarse la tensión, vigilarse el pulso, meter las medicinas necesarias en el pastillero para el día siguiente. Quería aquel baile, aquella cercanía, aquella calma con la que había estado soñando despierto durante diez años.

Nezumi se irguió de la cama. Se dirigió a la máquina de discos para pulsar uno de los botones al azar. En cuanto la bella voz de una mujer emergió de los altavoces, tomó una de las manos del albino ayudándole a levantarse.


-Nezumi, ¿qué…?

-Shhh.

Take a look of my body.
Look at my hands.
There's so much here that I don't understand.

Sus pies comenzaron a seguir el ritmo, con ligereza, y a la vez, siguiendo la pesadez que transmitían las notas graves de aquel piano que acompañaba la voz. Contuvo a Shion en sus brazos. Pronto escuchó la punta de sus mocasines perseguir los pasos marcados. No hubo necesidad de mirarse a los ojos. Eran capaces de vislumbrar lo que sentían bajo las capas de piel y músculo que les cubrían. Sus manos pálidas, sus muñecas adornadas por cicatrices cual pulseras, rozaron la espalda de Nezumi, la misma que solamente una camisa separaba de sus propias marcas de guerra. Escondió la cabeza en el hueco de su cuello, apoyando la mejilla en su hombro. Podría decir sin miedo a equivocarse que no había sentido tal bienestar en toda su vida. Contuvo las lágrimas. Mas esta vez no expresaban tristeza; estaban cargadas de amor y de gratitud. Respiró muy cerca de su oído, quería que lo escuchase, que pudiese palpar la vida que corría por su interior. Su aliento, su corazón, la simple capacidad de sentir. No podía dejarle. No ahora. Estaba demasiado feliz a su lado.

Oh, I need is the darkness,
The sweetness,
The sadness,
The weakness.
Oh, I need this.

I need a lullaby,
A kiss goodnight,
Angel sweet
And love of my life.
Oh, I need this.

La música se detuvo un latido. Nezumi le acercó. Shion se aferró a él.

I’m a slow dying flower, frost killing hour…

Los pétalos inexistentes que cubrían su cuerpo acariciaron a Nezumi por todos los flancos posibles. Le abrazó. Le estrechó contra sí como nunca. El baile seguía arraigado en su interior, pero necesitó notarle más y más cerca.



¿Esta es la noche que deseas, Shion?

Su iris cenizo no pudo evitar llorar una solitaria gotita salada cuando su labio superior rozó la mejilla del contrario. Y lentamente, nota a nota, alcanzó la cumbre de su boca. El aliento de Shion todavía sabía a sangre, saliva y lágrimas. Envolvió intensamente su lengua. Ese era el verdadero sabor de la vida. Los dedos del albino aferraron su melena negra, fueron engullidos por su oscuridad sin perder su luz. Y aquella cantante que jugaba con las palabras con cada pronunciación melódica apenas necesitó concluir con un par de frases.

Nezumi le acostó poco a poco en la cama. No podía separar de él su cuerpo. Se sintieron uno. Les ardió el alma. La música no se detuvo. Fue su nana, la que le dio forma a sus deseos, a sus miedos, a sus esperanzas. A su fuego.

Shion le sintió como un gran pilar que le otorgaba equilibrio, que le resguardaba, que le mantenía seguro.

Golpe a golpe. Beso a beso.

Los botones de su camisa se desabrocharon poco a poco. Le quemaba la carne, que quemaba el corazón en su pecho, las llamas le consumían el interior. Su respiración. Sus pestañas. El brillo de sus ojos de metal. La curva de su espalda. La palidez del esternón. El vello de su tronco. Ese lunar que tenía en el cuello. Definitivamente, no soñaba. Su camiseta amarilla se despegó de él y pudo palparle la piel con los labios. Las enormes manos de Nezumi acariciaron su cabeza. Temblaban. Sus latidos se estremecían bajo su lengua. Se despojó de los pantalones de un tirón suave….suave…

Se separó. Su pareja le miró. Dudó si tocarle.

-Nezumi, siempre que me miras te cubre un velo la visión. Primero era mi pertenencia a No. 6 y ahora… esto. Quiero que me ames sin reparos. Que me veas como cuando no sabías nada de lo que me pasaba. Nezumi… Por favor… Quiero que me veas como lo que realmente soy.

No puedo estar más desnudo para ti. Solo bésame, no pienses en nada, no te cuestiones nada. Bésame. 

Sus sienes fueron acariciadas gentilmente por sus manos de músico. Ese tacto, tan conocido, tan cercano, tan cálido, tan auténtico, tan… Shion.

-¿Quieres que me ponga la peluca?

Nezumi le robó las palabras de los labios.

-No. Quédate así.


Día 4-De la duda.

En la cabeza de Shion se había librado una tormenta desde que Nezumi había vuelto.

Apenas si mantenía un par de conceptos claros. El primero, que iba a luchar hasta agotársele las fuerzas, y el segundo, que quería que su enfermedad pasase desapercibida a los ojos y corazones de su familia para causarles el menor daño posible. Todo lo demás se difuminaba. No era más que niebla en su mente, la reminiscencia de nada. Desde el primer momento en el que abrió la puerta y le vio ante él, sosteniendo un cigarro entre los labios y la tira de la mochila con una de sus fuertes y recias manos, un vendaval de cuestiones golpeó el interior de su frente.

¿Dónde has estado hasta ahora?

¿Por qué has venido?

¿Por qué esperaste diez años? ¿Por qué no cuatro, tres, seis u ocho? ¿Por qué diez?

¿Por qué te fuiste…?

Y el caos desenhebraba su raciocinio. Miles de pensamientos distintos palpitaban dentro de él. Miles de teorías. Miles de razones. Lo único que recordaba de su despedida fue el tacto de los labios de Nezumi encajando en los suyos propios, disparando un beso, y el calor del cuerpecillo del pequeño Shionn arrimado a su pecho intentando balbucear un amago de su nombre. Nada más.

Los recuerdos. La sangre. Las lágrimas. La falta de aliento.

¡Shion!

¡Shion, joder, por qué te has hecho esto!

¡Responde!

No puedo más, no puedo más, no puedo más… ¡No puedo más!

Nezumi…


Sintió la presión feble de la mano de Shionn apresando la suya. A pesar de tener ya 10 años recién cumplidos, no le acababa de gustar dejarle cruzar solo la carretera; los coches no siempre cumplían a rajatabla las normas de seguridad, además, él había sido su mayor alegría desde que le tomó en brazos por primera vez, solo pensar que le pudiese pasar algo le estremecía. En cuanto llegaba a la acera, le soltaba para que gozase de algo de libertad.

Nezumi se había quedado en casa. Era lo más correcto en aquel caso. Quizás por eso su corazón latía con tantísima fuerza.

-¡Ahí está, papá, ahí está!-clamó el pequeño antes de comenzar a correr a través del jardín del parque, con los brazos extendidos.

El albino sonrió levemente.

¿No podía palpitarle el pulso un poco más lento? No le dejaba pensar con claridad.

-¡Eh, campeón! ¡Mira lo que te he traído!

-¡Woaaaaah! ¡Mira, papá, un coche teledirigido! ¡Cómo mola!

Shion alzó la mirada hacia el benefactor. Era un hombre de su edad, quizás un año o dos menor. Cabello castaño, ojos color musgo, alto y esbelto, parecía nacido del bosque y la hierba, como Nezumi. Llevaba un traje semejante al que él mismo vestía para trabajar, con un pin de identificación para entrar en el ayuntamiento. Seguramente acabaría de salir de la oficina y ni siquiera pudo cambiarse. Solía quedarse siempre hasta tarde, encargándose del papeleo atrasado. No tenía un empleo de alto rango dentro del gobierno, pero sí podía considerarse un íntimo amigo del joven presidente.



-No tenías que traerle nada, Torey.-su voz sonó con camaradería y dulzura, mientras se fue acercando poco a poco.

-¡Bah, no te preocupes tanto! Yo no tengo críos en los que gastar el dinero, y un cariño de vez en cuando tampoco hace daño.

Le revolvió el cabello al pequeño con sus enormes manos, algo manchadas de tinta. Otra vez se había peleado con la impresora, seguramente. Shionn atesoró su nuevo juguete y salió corriendo hacia una pandilla de niños de su clase para enseñárselo. Había llegado el momento de estar ambos solos. La brisa acariciaba las puntas de su peluca blanca, obligándole a sujetarla con una mano, peinándola, enredándola entre los dedos, brillante, caprichosa, suave. Torey no pudo contener el impulso que bombardeó su interior. Un par de pasos y quebró la distancia. Envolvió su cuerpo extremadamente delgado y frágil con sus brazos. Su piel pálida, nívea, salpicada con sus cicatrices, su iris del color del arrebol que presagia el alba, la negrura de sus pupilas, sus labios gruesos.

Shion… Shion…

Por fin puedo susurrar tu nombre.

Sin un “señor” ni un “don”. Un pronunciar desnudo.

Se estremeció. Apoyó ambas manos en su pecho para poder actuar como resorte, pero pronto el cosquilleo de su aliento en su cuello congeló todos y cada uno de sus músculos. Sus mechones blancos desprendían un feble olor a yerbabuena. Impresionante, sublime, maravilloso. No importaba cuántos años pasasen, seguía conservando aquella belleza etérea y grácil, un espectro con el corazón acelerado como una batería esquiva. Le escuchó respirar. Temblar, crepitar, estremecerse. Imprimió un beso justo sobre su yugular, en el borde del tránsito de su cicatriz, envolviendo su cuello.

-Todas las noches bebo un vaso de absenta con un chorro de agua fresca para acordarme de tu cabello.-susurró contra su piel. No separó los labios ni un solo milímetro. Cada palabra era un beso paralizador. Tomó entre sus manos las hebras de la peluca, jugando con ellas-Es tan precioso, como plata. Deseo que vuelva a crecer pronto.

Shion sintió un latigazo en medio del pecho. ¿Qué cojones se estaba dejando hacer? Le empujó intentando modular su fuerza, apartándolo de su lado. Se llevó una mano al cuello. Cada beso era sal en sus heridas.

-Torey, basta ya. No quiero esto, ya lo sabes.

Se echó un mechón de cabello detrás del oído. Le bombeaba la sangre bruscamente en las sienes.

¿No podía aquel latido dejarle pensar fríamente por una vez?

-Nadie tiene por qué saberlo, Shion. Será un secreto entre nosotros dos.

-Nezumi ha vuelto.

Tenía que decírselo. A pesar de que no tenían una relación romántica, manteniendo al margen los intentos de Torey, tenía que saberlo cuanto antes. Para él, era la noticia más reconfortante que había recibido en toda su vida. Aunque el sentimiento no fuese el mismo para el contrario. Se rió con sorna.

-¿Así que esa rata de alcantarilla se ha dignado a arrastrarse fuera de las cloacas?

-No hables así de él.-respondió Shion secamente. Sus palabras le apuñalaban en el centro de las muñecas. Le impedían incluso soltarle un puñetazo.

-¿Todavía le sigues defendiendo? Te ha vuelto a embaucar, ¿verdad?-esta vez su voz se llenó de ira de una manera aterrorizante. Apretó las manos.- ¿Qué te ha dicho, Shion? ¿La misma palabrería barata que te soltó cuando erais críos? ¿Cómo era? “¡Dame la mano! ¿Qué sientes? Mis latidos significan que estoy contigo”…

Su irónica imitación hacía hervir la bilis dentro de él. Intentó respirar hondo. Dolía tanto.

-Te he dicho que no le faltes al respeto, Torey. No quiero volver a repetirlo.

-¿Es que todavía crees que solo te lo ha dicho a ti? ¿Eh? Tú fuiste el único de los dos que has guardado celibato absoluto durante estos diez años, pongo la mano en el fuego.

Shion clavó sus uñas fuertemente en la palma de la mano. Necesitaba notar una sensación que le abstrajese de la quemazón que le corroía el pecho. No era la primera vez que se embaucaban en una pelea semejante debido a los sentimientos de su amigo, pero esta vez era distinto; Nezumi estaba presente. Había vuelto, estaba vivo, podía tocarle. Y ese fue el hecho de que toda la rabia y la frustración que Torey había estado guardando se inflamasen como la pólvora.

-Yo le quiero, y él me quiere a mí. No hay más que hablar sobre el tema.-respondió el albino secamente, sin mirarle siquiera. No quería verle.

-¿Y ahora qué va a pasar con nosotros?

-Torey, nunca hubo un “nosotros”. Te dejé bien claro desde siempre que a quien amaba era a Nezumi. Tú te inventaste el resto de la historia. Eres mi mejor amigo, pero no quiero nada romántico contigo.

-¿Y el beso que me diste aquella vez?

Ese era su mejor argumento. Siempre lo utilizaba como un as en la manga cuando Shion le paraba los pies. Y la respuesta era la misma una y otra vez. Con esa leve opresión en la voz.

-Estaba confuso y asustado, no podía pensar con claridad. Te dije mil veces que había sido un error mío, pero que no quiero a nadie más que a él.

-¿Es que no te das cuenta de que va a hacer lo de siempre? ¿Lo que hizo cuando os conocisteis a los doce años y la última vez que os visteis a los dieciséis? Se irá otra vez, y luego me vendrás llorando. “¡Torey, Torey, no puedo más, no puedo más!”

Su corazón se le estrujó dentro. Una fuerte presión irradió todo su tronco. Las lágrimas comenzaron a acumularse en sus ojos, impidiéndole ver con claridad, aplastando sus retinas.

Los jadeos, el llanto, la sangre…

-¡Torey, joder, te lo repetí hasta la puta saciedad! ¡No me importa dónde haya estado, qué haya hecho ni con quién se haya acostado! ¡Le amo y punto pelota, coño! ¿Es tan difícil de entender?

-¡Púdrete, Shion!

Esas dos palabras. Juntas. Nunca pensó que las pronunciaría, pero en ese momento las arrancó del alma. La culpa no era del que le engañaba, sino del que le creía todas las mentiras. La serpiente no pica si no le pones la piel en bandeja. El albino cerró los ojos fuertemente. Ya no pudo detener los sollozos.

-¡Pues estás de suerte porque me estoy muriendo!

El tiempo pareció congelarse en aquel momento. Los minutos se redujeron a escarcha. ¿Muriendo? ¿Era eso cierto? Todavía le costaba pronunciarlo. Nezumi debería estar allí, abrazándole, cogiéndole de la mano, dándole fuerza, recordándole que quede el tiempo que quede no le volvería a dejar atrás. Pero no, necesitaba zanjar aquel asunto solo, de una vez por todas. Acabar con las riñas, con las peleas, con la sensación de suciedad y traición que sentía cuando abrazaba a Torey solo para sentir estabilidad. Y a cambio sentirse más y más precario.

-¿Así está bien?
-Ahá, no se te nota para nada.
-¿De verdad que no parece falso?
-De verdad. Es igual que el pelo que tenías, te lo mandé hacer a medida.
-Gracias, Torey… No quiero que nadie lo sepa.
-Así estarás a salvo, tranquilo. No se percatarán de nada hasta que te cures.

La inexorable cuestión que salió de sus labios apuñaló a Shion en medio de su cariño.

-¿Y se lo piensas dejar todo a él?

Notó cómo los buenos sentimientos que les unían se tornaban clavos y espinas. Entreabrió los labios. Se le extinguieron las palabras.

Torey, ¿por qué me preguntas algo así?
¿Por qué no me dices que todo irá bien, me abrazas, me acaricias la peluca, me besas en la frente?
¿Es que solo te importaba en el sentido sexual?
¿Nada más?
¿Así lo resumes todo?

El dolor interno era insoportable, desgarrador, quería chillar, desahogarse, coger aire.
Era imposible.

-¿Y a ti qué cojones te importa?

Su voz tembló. Su respiración tintineó como una vela agónica.

-Mira, no le voy a dar nada que no sea suyo, ¿eh? Fue él quien me abrió las puertas de su casa para tener un techo donde dormir. La casa es suya. Y mi niño es su hijo.

-¿Y qué es lo próximo? ¿La presidencia?

-Oye, si crees que voy a elegir a alguien a dedo, a quien sea-recalcó.-estás muy equivocado. Yo no soy así. Se convocarán unas elecciones democráticamente. Y no creas que me voy a arrepentir de mis decisiones.

¿Podía albergar aquella rigidez en la voz aquel joven atormentado? Sentía que la situación se diluía en su sangre. ¿Su pulso seguía alterado? Ya no le importaba, no precisaba pensar ya. Arremeter no solo contra Nezumi, sino contra su propia integridad, le fustigaba en lo más hondo. No podía soportarlo. Pensar que un apoyo que había tenido durante diez largos años se difuminaba, se le escurría entre los dedos, se evaporaba en frases incendiarias que embestían contra él…

Torey frunció los labios, apretó los dientes, tomó aliento.

-Muérete.

Sus sentimientos se quebraron a compás de tres tiempos. Se le desangraron los lacrimales, su garganta se estrechó, se le secó el aire. Los fragmentos que todavía quedaban palpitantes extrajeron de su mente todo recuerdo que había compartido con él. Cada duda. Cada verba de apoyo. Cada sensación de precariedad sofocada. Se dio la vuelta, simplemente, y se alejó. Shion quiso extender la mano, aferrar su muñeca, envolverle en sus brazos, notarle cerca. Después de haber perdido a Nezumi, él había sido la única persona en la que había confiado.

Muérete.

Todavía resonaba en su cabeza.

No, no quiero morirme, no. Me da miedo.

Se cubrió los ojos. Las lágrimas comenzaron a aflorar.

El tacto de una flor. La luz del sol. Todo se hizo pedazos, se hizo llanto.

-¡Shion! ¡Shion! ¡Mierda, Shion! ¿Qué te has hecho?

Mis manos se manchan de sangre. Me palpitan las muñecas. Tengo miedo. Me mantengo callado. Me siento frío, apático, siento dolor, pero nada me importa. Aprieto la cuchilla de afeitar. Me recuerda que sigo vivo.
Inhala.
Exhala.
Inhala.
Exhala.

-¡Respóndeme, Shion! Joder, joder, joder, un pañuelo, ¡¿dónde coño hay un pañuelo?!

¿Papel? Eso, eso, eso servirá. Lo noto. Noto el papel contra mi piel. Cómo se empapa. Estoy vivo. ¿Por qué estoy vivo? Quiero seguir sangrando.

Nezumi.
Nezumi.
Nezumi.
Que cada gota me acerque a él.

-Shion, ¿me oyes? ¿Por qué te hiciste esto?

-No puedo más… no puedo más… no puedo más…

Necesito aire. Me cuesta mucho respirar. Me duele el pecho. Me late el corazón muy fuerte. Vuelve, por favor, no puedo más.

-¿Cuándo te lo has hecho? ¿Cuánto hace que llevas sangrando?

Su frente. Noto su frente. Nezumi, ¿eres tú? Quiero que seas tú.

-Nezumi…
Su nombre me hace sentir mejor. Me tranquiliza.

Una presión en la muñeca. La noto. Gracias.

-No puedo verte así. En serio. No puedo soportar verte sufrir por ese cabrón más tiempo. Shion, yo… no quería decírtelo, y menos así, pero… pero te quiero. Desde que entraste a trabajar, desde que te conocí. Yo te haré feliz, Shion, nunca te dejaré, nunca te haré daño.

¿Qué estás diciendo? ¿Te has vuelto loco? Cállate ya, tú no deberías decirme eso. Debería decírmelo él. Sin más evasivas. Sin más burlas. “Te quiero, Shion”. ¿Es tan difícil?
No puedo ver. No puedo llorar. Todo está borroso.
Nezumi, ¿eres tú? Quiero rozar tus labios.

¡Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah, papáaaaaaaa!

Ahora lo oigo. Su llanto. Mi niño. Tengo que levantarme. No, joder, su saliva, no es su saliva, no sabe a él. ¿Qué demonios he hecho? Tengo que cogerle. Mi bebé. No llores, ya estoy aquí, perdóname, lo siento.

Torey, deja de mirarme, por favor, deja de mirarme.

Lo siento…

-Papá, ¿qué te pasa?

El albino alzó la mirada durante un breve instante. Shionn, con su coche teledirigido en las manos, ladeaba la cabeza para poder mirarle. Se secó las lágrimas con su propia piel. Llevaba desde los dieciséis años siendo padre; era un maestro de la mentira piadosa.

-Nada, cielo, estoy bien. ¿Nos vamos a casa? Ya es tarde.

-Joooo, déjame estar un ratito más.

-Tenemos que irnos, papi ya habrá hecho la cena. Anda, ven.

Se irguió del asiento con una feble sonrisa. Apoyó la mano en su nuca cubierta de denso cabello castaño, más o menos de la misma longitud que el suyo a su edad, y le hizo un gesto con la cabeza.
Habría de preservarlo inocente, desconociendo sus adentros, los secretos que más le avergonzaban, todo aquello que un padre no quiere que su hijo conozca sobre él.


La imagen de su melena negra cayendo como una cascada de petróleo por cuello y espalda fue lo primero que se cruzó con su mirada en cuanto abrió la puerta.

Nezumi, ¿eres tú?
Quiero que seas tú.

Giró la cabeza en cuanto escuchó los ruidosos pasos de Shionn por el pasillo, seguido por el cochecito el cual, gracias a un pequeño mando con un sensor de movimiento, corría detrás de él. Sus ojos cenicientos expresaron un ademán de felicidad, en tanto que se separó de la pota que estaba al fuego, prudencialmente, descubriendo un libro en su mano diestra, y un cigarro encendido en la siniestra.

-Eh, habéis venido pronto, ¿no? Esto aún no está, lo acabo de poner al fuego.

Shion se le acercó. Tomó aire con fuerza para olisquear. Un fresco aroma a verduras cocidas caldeaba el ambiente.

-¿Me lo parece o estás preparando una sopa Machbeth?-cuestionó, soltando una feble y húmeda carcajada.

-Hace años que no la hago, quería descubrir que no había perdido del todo la práctica.

-Yo he intentado hacerla, pero no te voy a mentir. No me sale tan buena como a ti. ¿Qué es lo que le echas?

Se asomó para poder ver el contenido de la perola. Tenía muy buena pinta. Las hojas de perejil navegaban por el agua caldosa a lomos de las patatas y las judías. Pudo indagar, quizás, un atisbo de orégano escondiéndose tras unas hojas de rúcula.

-Te faltará mi ingrediente secreto.

-¿Cuál es?

-Alas de murciélago.-apenas si pudo contener la risa después de pronunciarlo, echando la cabeza exageradamente hacia atrás.

Las brujas de la obra shakespeariana estarían honradas por sus maquiavélicas bromas.

-¡Qué gilipollas eres!-exclamó Shion, dándole un pequeño empujón, escapándosele una breve carcajada entre los dedos de las manos.

Mas pronto se evaporó, se entremezcló y diluyo con el humo de la comida todavía en ebullición.

¿Hasta dónde?
¿Hasta cuándo?
¿Cuánto tiempo más?

-Nezumi.

-¿Hm?

-¿Puedo hacerte una pregunta?

-Dispara.

Su corazón arremetía fuerte contra el jersey que le cubría el pecho. Lo hacía estremecerse.

No es tu momento de hablar, esta vez mis dudas te han ganado.

-¿Por qué… te fuiste?

Un silencio sepulcral cubrió la habitación. Restó el aire. Se inyectó en las pupilas de Nezumi.

-¿Es que no querías al niño? ¿Era eso?

Desde el primer instante en el que puso el pie en su antigua casa y único hogar sintió en sus carnes el profundo pánico que le producía enfrentarse a esa pregunta. No, Shion. ¿Cómo podrás entenderlo?

-No.

Una respuesta seca. Cortante. No, Nezumi, ¿crees que es suficiente?

-¿Fue por mi culpa? ¿Es que no sentías por mí lo mismo que yo sentía por ti?

-No es eso.

-¿Entonces?

De nuevo el silencio. Las cuestiones cortando el aliento. Shion se acarició las muñecas. Todavía perduraban las marcas. La cuchilla contra su piel. El nombre de su amado en cada chorro de sangre que se le escapaba. Los recuerdos aplastando cada resquicio de amor propio.

Y en los ojos de Nezumi la culpa y la rabia se le prendaban de las pestañas en forma de imperceptibles gotas de lluvia interna.



-¿Es que no confías en mí?

-¿Cómo puedes decir eso? ¡Claro que confío en ti! Solo necesito saberlo, Nezumi, lo necesito...

Los mechones blancos de su peluca ocultaron su campo de visión, convirtiéndose en la prisión de sus ojos bermejos. En un arranque de furia, la aprehendió desde la raíz y tiró de ella, arrojándola a los pies de su compañero.

-¡Necesito saber qué hice mal para que nos dejaras!

-¡No hiciste nada mal, Shion! ¡Deja de decir gilipolleces!

-¡Entonces dime por qué!

Le producía tantísimo arrepentimiento, tantísima impotencia, tantísima vergüenza.
Shion oprimió su muñeca. Las heridas palpitaban. Lo pudo ver. Antes no tenía esas cicatrices.
Agarró su pulso, le miró directamente en el centro de las lágrimas.

-No quería heriros. Todo acababa de dar un maldito giro de 360 grados, en mi cabeza todo se descontroló. Necesitaba irme para no haceros daño. ¡Vale, he metido la puta pata hasta el jodido fondo, pero yo lo único que quería era protegeros! ¡Soy un puto demonio, ya lo decía Inukashi, temía hacerte infeliz y que dejaras de quererme!

El albino contuvo su llanto. No quería que el pequeño irrumpiese y le viese así.

-Así que más te vale no volver a hacerte nada así a ti mismo. ¡Júramelo!

Dejó caer su frente contra su esternón, escurriendo poco a poco, notando cómo las piernas dejaban de responderle y le hacían desplomarse en el suelo, entre los brazos cálidos de Nezumi. El moreno apretó los ojos. No iba a permitirse el lujo de llorar otra vez. Sus lágrimas solo corroerían las numerosas marcas escarbadas en su piel. Le acarició. Le besó en su cabeza desnuda. Shion asintió feblemente. Notó un profundo suspiro que asoló el cuerpo de su compañero.

Se disipó el dolor. Se disipó el rencor.

Se disiparon las dudas.

jueves, 25 de abril de 2013

Diez días, primera parte: De la mentira/ Del recuerdo


Día 1-De la mentira. 

Las lágrimas dejan cicatrices.

Cicatrizan en los ojos. En las mejillas. Dejan breves senderos en la piel, marcan las venas que irrigaron los lacrimales.

Y lo más importante. Cicatrizan en el alma.

Shion no quería mirarse al espejo.

 Por poco se había desmayado en medio del aparcamiento del hospital. Se desplomó al lado de su coche, aferrando la manecilla de la puerta del conductor todavía al tocar en el suelo. De nuevo el dolor de cabeza, una opresión en el pecho, la tierra moviéndose bajo sus pies. Estaba pálido como una vela. Pero no cerró en ningún momento los ojos, los clavó en los orbes grisáceos de su compañero mientras comprobaba su consciencia. No podía dejar de llorar. Nezumi le llevó hasta casa en brazos. Poco le importaba que les mirasen. Nunca le había importado, y mucho menos ahora. Él no sabía conducir, y no dejaría que su Shion, su preciado tesoro, su niño, se pusiera al volante después de aquello.

Le sentía como un cristal entre las manos.

Karan había dejado a Shionn dormido. Una nota yacía sobre la mesa de la cocina, como solía, excusando su ausencia. Mas sabía que no iba a pasarle nada al pequeño, su perro le vigilaba como un guardián y su padre no demoraría. Al entrar en la estancia solo les recibió un profundo silencio.

Shion no quiso un vaso de agua solo por no soportar ver su reflejo.

Su cabeza. Las marcas en su piel. Sus ojos inflamados. No quiso ver en qué se había convertido. No quiso reconocer lo que estaba pasando. Quiso ensordecer la realidad. Sentía las caricias de Nezumi, le acercaba el vaso lentamente, una tras otra vez, sin rendirse. Eso… era su frente… ¿Dónde estaba su pelo blanco? ¿Dónde estaba? ¿Por qué tenía que pasar todo eso, por qué? Le apartaba bruscamente la mano y se escondía en su pecho para llorar como un niño.  No podía estar sucediéndole todo aquello a él. Tenía que suceder un milagro. Tenía que desaparecer el dolor, la sensación de fragilidad, el temblor del suelo. Tenía que estar bien. Nezumi estaba con él. ¿Por qué tenía que morirse cuando por fin lograban estar juntos?

Tantas noches te he esperado, tantas noches, tantas noches mirando por la ventana por si venías, tantas noches echándote de menos. ¿Por qué, Nezumi? ¿Por qué ahora? ¿Por qué tengo que perderte siempre?


Se inclinó para coger la peluca de la mesa de noche. Su compañero le apresó las muñecas y las estrechó contra su pecho. Le ardían. Las retorció, forcejeó. Solo quería olvidar que todo aquello estaba sucediendo. Pensar que tan solo era una horrible pesadilla.

Sus caricias. Su cuerpo. Su voz. Le acariciaba suavemente la cabeza. Acercaba los labios a su oído. Respiraba sobre él. Estaba a su lado. Le cantaba. Le arrullaba en sus brazos.

In joy and sorrow my home is in your arms. 
In world so hollow is breaking my heart. 





¿La estaría improvisando? ¿La habría guardado en su corazón todo aquel tiempo? Cerró los ojos. No quería verle. Solo quería escucharle cantar. Sonaba como el viento soplando entre los árboles, jugando con las hojas, creando armonía con la naturaleza. Sintió sus latidos calmarse. Traquetear mucho más despacio. Tenía todo lo que quería bajo el mismo techo que él. A su hijo y a su amor. No necesitaba nada más para ser feliz. Envolvió sus costados y le abrazó con fuerza. Mientras estuviese a su lado nada más debía importarle. No tenía que pensar en nada más que en seguir respirando. Tenía que ser fuerte, se lo había prometido. Se lo prometía cada día de enfermedad. Cada recaída, cada ingreso, cada mareo, cada palpitación. Durante diez meses se prometió que sería fuerte por él. No podía flaquear. Ser fuerte duele. Ser fuerte trae consigo una lucha. Una lucha que, se gane o se pierda, nunca se abandona. Le asolaban intensísimas jaquecas que le hacían estremecerse de arriba abajo, como las acometidas de una ola. Pero Nezumi no dejaba de abrazarle. ¿Nunca se cansaría? ¿Había dejado de lado todo lo que le había dicho cuando todavía eran adolescentes, que involucrarse con alguien solo traería derrota tras derrota?...

Fue cerrando los ojos. Le acostó en la cama. Notó sus manos sobre su estómago.

La melodía de Nezumi fue lo último que escuchó antes de quedarse profundamente dormido.



Papá.

Papá.

Papáaa.

Apenas si aquel sonido era el resquicio de un susurro. Nezumi abrió suavemente los ojos. No soltó en ningún momento a su amante. Su vientre se elevaba bajo sus manos al respirar. Si hincaba un poco más los dedos junto a sus costillas flotantes notaría el latido tranquilo de su corazón. Estaba a gusto en la posición que había adoptado. Sintió entonces una leve presión en la cama. Miró a su lado.

-Eh, eh, ¿qué haces despierto?-se incorporó rápidamente, agarrando por la cintura al pequeño intruso.

Shionn se detuvo con una rodilla sobre el colchón, a punto de subir y acostarse entre ellos. Sus manos agarraron los brazos de Nezumi, aunque no ejercieron presión alguna. Quería que le soltase, pero estaba demasiado cansado y alterado para forcejear.

-Tuve una pesadilla.

Suspiró profundamente por la nariz, provocando una contundente exhalación a causa del tabaco. Así que eso era lo que pretendía, dormir al lado de su padre para que ahuyentase todos los monstruos que le perseguían. Esa costumbre solo Shion podría habérsela metido en la cabeza. Era el gesto propio de un padre que se esfuerza para darle a su hijo incluso no que no tiene. Nezumi se apresuró a sentarse en la cama frente a él, sin parecer nervioso, para hacer el ademán de levantarse.

-Ven, vamos a tu cama entonces y dormimos allí.

El niño se inclinó hacia delante. Su padre dormía contra la pared, de espaldas a él. Su cabeza estaba parcialmente cubierta por la almohada blanca y la oscuridad.

-Papá…-murmuró, alargando uno de los brazos hacia él. Sonaba mimoso, incluso casi a punto de llorar. Se preguntó qué era lo que habría estado soñando para que sintiese la necesidad de estar tan apegado a él.

Pero Shion… Shion se había dormido sin nada cubriendo su cabeza. La peluca blanca aún estaba sobre la mesita, medio escondida de forma inconsciente. No debía verla. Si se diese cuenta, su alma se rompería en mil pedazos. Si el ser que más quería en el mundo, más que a su propia vida, más que a nada y más que a nadie, se enterase de que estaba a punto de ser derrotado por una maldita enfermedad no se lo perdonaría a sí mismo. Se flagelaría hasta su último aliento. Y Nezumi no permitiría que algo así sucediese.

-No le despiertes. Está muy cansado y mañana tiene que trabajar. Anda, ven conmigo.

Le cogió de la mano. Era pequeñísima, apenas si ocupaba poco más de su palma. Estaba cálida, repleta de sudor, palpitante. Parecía que aquella pesadilla había explorado miedos inconscientes que ni el mismo creía tener. Se aferró fuerte a los dedos de su progenitor, siguiéndole ciegamente y a la vez indicándole el camino hacia su habitación. Se sentía seguro a su lado, aunque  en esencia no le conocía de nada. Dicen que cuando un niño se encuentra con su padre, aunque nunca se hubiesen visto, todavía nota ese amor condicional que entreteje el vínculo de la oxitocina. ¿Era eso lo que estaba sintiendo? ¿Por eso había accedido a entregarle el arma con la que librase batallas contra sus peores temores para protegerle? ¿Por eso algo en el interior de Nezumi se conmovía cada vez que miraba esos ojitos de avellana astutos y juguetones? Golpeó su mente el recuerdo de su madre. Sí. De aquella mujer de cabello negro y lacio, tan largo que acariciaba sus tobillos, con esos jugosos labios del color de las rosas, los iris grandes y turquesa y esa voz, ese tacto, esos besos que chispeaban en sus mejillas y que le hacían tranquilizarse por completo. Ella también sentía ese vínculo que unen la carne y el espíritu hacia su hijo. Y a pesar de haberla perdido siempre la tendría a su lado, como una dulce espinita clavada en el corazón sin la cual no podría seguir latiendo. ¿Sentiría eso el pequeño Shionn hacia él? ¿El mismo sentimiento de sosiego que el que había suscitado en él su propia madre? El pequeño se subió a la cama y se hizo un ovillo, flexionando las rodillas hasta que tocaron su pecho. Nezumi tomó las sábanas entre sus dedos y las apartó solo un instante para meterse a su lado. Le miró. Se parecía a Shion. A pesar de no ser sus padres biológicos, se notaba cada vez más la influencia que tenía sobre él. Le arropó suavemente, hasta que las mantas rozaron su barbilla. Su madre también se lo hacía, cada noche, antes de darle el beso de buenas noches. Se inclinó. Le besó en la frente. Shionn cerró los ojos. Parecía comenzar a comprender por qué su padre le había echado tantísimo de menos. Nezumi se separó suavemente, acostándose de lado, espalda contra espalda. Qué pequeño que era…

-Papi.

-Dime.

-¿Tú me quieres?

-Claro.

-¿Te fuiste por mi culpa?

-No. No digas eso ni en broma.

Si se escuchase a sí mismo su yo adolescente se burlaría de él.

-¿No te vas a volver a ir?

-No, peque.

-¿Nunca, nunca, nunca?

-Nunca, te lo prometo.

Se hizo un breve silencio. El pequeño respiró tranquilo. Quizás esa había sido su pesadilla. Volver a ver a su padre mirando por la ventana, como cada noche durante diez años, tapándose los labios con el puño para evitar sollozar, con un nombre escrito en cada una de sus lágrimas. La desesperación que le producía no encontrar respuesta cada vez que le preguntaba por qué lloraba, pero saber que en algún lugar del mundo tenía a alguien que les había abandonado cruelmente, y a pesar de ello a quien su padre le guardaba una admiración y un amor tan intensos como el propio dolor. Desconocer si les había dejado porque nunca querría tener un hijo como él, o porque el sentimiento no fuese correspondido con el bueno de su progenitor. Solo pensar que el crío no se había sentido nunca plenamente querido, que siempre le asaltaba aquella pizca de duda de si todo había sido culpa suya, le apuñalaba con una tremenda culpabilidad. Él se había alejado para no herirles y tan solo había empeorado las cosas. Shion seguiría perdonándole eternamente, pero no estaba demasiado seguro de si el pequeño también lo haría. Teniendo en cuenta el diagnóstico de su pareja, solo le quedaban diez semanas para darle lo que él tuvo en su niñez más temprana: dos progenitores que le quisieran de forma incondicional reunidos en el mismo lugar. La voz del pequeño Shionn volvió a irrumpir en la estancia, apagando el silencio:

-Papi.

-Qué.

-Papá me abraza cuando duermo con él.

Nezumi suspiró profundamente. Se dio la vuelta parsimoniosamente y le envolvió con sus brazos, cruzando ambas manos en su tronco. Así se sentiría acompañado. Ojalá pudiese haber sido una persona tan cariñosa y paternal como su madre o como Shion. Había heredado el amor silencioso de su padre, ese que no se ve y pocas veces se demuestra, pero se siente. Estaba tenso. Incluso su propia habitación, su cama, le recordaba a su sueño. Nezumi volvió a traerla de vuelta a su mente, a ella, a aquella joven mujer que le dio la vida. Se inclinaba hacia su cama y le cantaba una hermosa canción cada noche. La misma que entonaba en las ceremonias que le ofrecían a su Diosa para rogar por su benevolencia.

She rules until the end of time.
She gives and she takes.
Until the end of time.
She’ll go her way.



No pudo evitar tararearla. Si realmente existía aquella deidad a la que había adorado toda su vida, tanto él como su familia como el poblado en el que había crecido, guiaría sus pasos hacia la claridad, la serenidad, y le haría permanecer fuerte. El pequeño se acurrucó. Shion tenía razón. Su voz sobrepasaba los límites de lo meramente humano. Sonaba como si deslizasen un arco con las cerdas bien tensadas sobre sus cuerdas vocales y entonase con tal maestría que ni siquiera Paganini sería capaz de igualarlo. Un murmullo grave que calmaba hasta las tormentas, la marejada más furiosa, su cuerpecillo que había dejado de temblar. Ya no necesitaba encogerse sobre sí mismo para dar una sensación de falsa protección.

Estaba protegido.


Nezumi

Nezumi, ¿dónde estás?

Abrió los párpados lentamente, despegando las pestañas unas de otras. Algún resquicio de luz entraba en la estancia, aunque no semejaba ser demasiado tarde. Eran los colores del alba. Fue poco a poco levantándose, soltando al pequeño Shionn sin que ni siquiera se percatase. Respiraba fuerte. Puede que tuviese asma o algún problema respiratorio. Lo arropó de nuevo con cuidado de no despertarle y siguió la fuente de la voz que le llamaba.

Nezumi.

Nezumi.

Una sombra blanca caminaba por el pasillo. Desprendía un color mortecino, una presencia tenue y etérea. Se liberaba de la misma palabra una y otra vez, dejando su timbre como estela para seguir su rastro. Nezumi fue la oscuridad que persiguió a la nívea luz hasta que la atrapó rodeándola por la espalda con sus brazos. Se dio la vuelta y se lo correspondió abrazándose a su cuello.

-Nezumi, ¿dónde estabas? Al no verte en la cama me dio un vuelco el corazón.-oprimió más el cuerpo del compañero contra el suyo, hasta notar sendas costillas encajar perfectamente.

-Estaba en la habitación del crío. Tuvo una pesadilla y fui a dormir con él.

-Podía dormir con nosotros, a mí no me molesta.-respondió dulcemente, acariciando su mejilla con el dorso de la mano.

Nezumi deslizó sus dedos por su columna. Como un escalofrío.

-No tenías la peluca.

El habla de Shion se vio completamente interrumpida. Apenas hacía dos días tan solo que le había prometido que jamás volvería a cubrir su cabeza a no ser que su hijo estuviese ante él y, aunque le había costado, no la había quebrado. Sintió un fortísimo ardor en la garganta. La faringe se constriñó, se retorció como una serpiente impidiéndole tragar. Apartó la mirada. La guerra era cruenta y se estaba quedando sin armas.

-Nezumi, creo que ya basta. Sé que lo haces con buena intención, pero no puedo…

Las yemas de sus dedos empujaron suavemente su cuerpo desde el esternón, apartándole de él lo suficiente como para que la presencia de su cuerpo no le hiciese sentirse cobarde e insignificante. Aunque su mirada metalizada brillaba como el filo de una navaja apuntándole directamente a la yugular.

Pero no hería.

Solo acariciaba la vena con el envés. Vibrando con sus latidos.

-No es que lo haga o lo deje de hacer con buena intención. Es solo que me jode que te escondas. Es lo que siempre haces, incluso cuando te hiciste la cicatriz que te cubre el cuerpo querías ocultarla con la ropa.

Tomó su barbilla. La alzó con suavidad. Cruzaron sendas miradas.

-En el lugar en el que me crié los guerreros enseñaban sus heridas con orgullo. Incluso si les faltaba media cara o tenían los brazos quemados. No quiero que te avergüences de no tener pelo. Eso solo demuestra lo fuerte que eres. Mucho más incluso de lo que pensaba, y abismos más de lo que piensas tú. Yo solo quiero que vayas por la calle con la cabeza alta, diciéndole al mundo que no te vas a rendir, que eres lo suficientemente valiente como para volver a levantarte y seguir peleando hasta morir. Porque ese eres tú, Shion. Aunque no te lo creas.

Una lágrima cálida acarició sus dedos. De sus ojos de reflejos borgoña se deslizaban gotas de agua salada. Pero no eran lágrimas de reproche, ni de tristeza. Demostraban el amor más profundo que un ser humano puede sentir hacia otro. El agradecimiento más intenso, el anhelo que por fin deja de ser un sueño. Rodeó su cadera con sus brazos. Le estrechó fuerte contra sí. Ahora el tacto de su cuerpo era como un bálsamo.

No puedo mentirte, Nezumi. Ves dentro de mí tan perfectamente que incluso me aterra.



La puerta se abrió. Un feble chirrido hizo estremecer el alma del hombre de melena negra. Entraron unos mocasines blancos, un pantalón negro, una camisa impoluta y un cabello inmaculado. Cruzó el umbral parsimonioso, arrebatándose de la cabeza la peluca con total naturalidad. Igual que aquel que se quita la chaqueta o un sombrero. Suspiró muy feblemente. Todavía le costaba cargar con el peso de las miradas. Una voz, como el viento, hizo resonar el do mayor de su alma. Le liberó de la opresión en un solo soneto:

-¿Qué luz es la que asoma por aquella ventana? ¡Es el Oriente! ¡Y Julieta es el sol! Amanece, tú, sol, y mata a la envidiosa luna. Está enferma, y cómo palidece de dolor, pues que tú, su doncella, en primor la aventajas.

-Qué idiota eres, Nezumi.

Shion se rió feblemente. Con el niño en el colegio, del cual venia de llevarlo, sentía como si el tiempo no hubiese pasado dentro de aquella habitación. Su compañero fingió no escucharle. Se levantó del sillón, se le acercó, continuó su pantomima. Sus movimientos eran plásticos y volátiles, intensos. Su entonación, contundente y sentida.

-¡No la sirvas ya más, que ella te envidia!
Su manto de vestal es verde y enfermizo,
Lo propio de bufones. ¡Aléjalo de ti!
¡Es ella, sí, mi dama! ¡Es, ay, mi amor!
¡Si al menos ella lo supiera!
Habla y no dice nada. Mas, ¡qué importa!
Lo hacen sus ojos y he de responder.
¡Mi esperanza qué necia, pues no es a mí a quien habla!
Dos estrellas del cielo entre las más hermosas
Han rogado a sus ojos que en su ausencia
Brillen en las esferas hasta su regreso.
¡Oh, si allí sus ojos estuvieran! ¡Y si habitaran su rostro las estrellas
La luz de sus mejillas podría sonrojarlas
Como hace el sol con una llama! ¡Sus ojos en el cielo
Alumbrarían tanto como los caminos del aire
Que hasta los pájaros cantarán ignorando la noche!
Mirad cómo sostiene su mano la mejilla.
¡Fuera yo guante de esa mano,
Para poder acariciar su rostro!

Apoyó la palma fría de su mano en su mejilla, la cual cruzaba, igual que el resto de su cuerpo, una cicatriz rosada y gruesa. La adecuó a su carne. Sintió las comisuras de sus labios elevarse. Sus mejillas se habían sonrojado. Siempre le recordaría de aquella manera. Sonriendo sin contemplaciones, mostrándole todos y cada uno de sus dientes, con aquella estela brillando en el centro de sus pupilas, y un suave rubor espolvoreado bajo sus ojeras. Shion ladeó suavemente su cabeza para besarle la mano. Ningún beso sería tan sincero. Tan directo del corazón. Nezumi se conmovió ante su belleza.

-Deberías volver a trabajar en el teatro. Se te da demasiado bien.

-Si el manager me vuelve a ver por allí me corta los huevos. Me he largado diez años sin decirle nada. Tendría suerte si me dirigiera la palabra.

-No importa lo que él diga, nadie interpreta Shakespeare como tú. Haces magia.

-Puedo hacerte una representación privada siempre que quieras. Y pagues.-bromeó, soltando una estentórea carcajada. Shion le dio un leve empujoncito.

-No seas cafre.

Su mirada no pudo evitar posarse en la mesa que había frente al sofá, la cual antes utilizaban para comer y ahora, por cuestión de higiene, simplemente era un soporte adicional para los libros que se acumulaban en la habitación. Un par de tazas de un blanco impoluto desprendían un aromático olor a café recién hecho.

-¿Has preparado el desayuno?

-Hombre, te fuiste a llevar al niño al colegio sin comer nada. Al menos un café con un par de rebanadas de pan siempre entran.

-No me lo puedo creer. Tú preparando el desayuno. ¿Dónde está Nezumi y qué has hecho con él?

-Sh, sh, sh. Siéntese, alteza, y tan solo disfrute.

Shion se sentó en el sofá y no tardó en sentir el hombro de su amante a su lado. Tomó la taza entre sus manos, gozando de su calor. La acercó a su pecho y se inclinó sobre la mesa, para mover unos libros e ir acercando hacia sí pequeñas cajas de colores, con letras impresas tanto en tinta como en braille. Nezumi pudo contar, al menos, seis.

-¿Qué es eso?

-Son las medicinas que tengo que tomar.-dejando la taca en su regazo, comenzó a contarlas, extrayendo una pastilla de cada blíster.-Este es un analgésico, para el dolor. Antiemético, para los vómitos. Coagulante, para parar las hemorragias. Antiarrítmico, para evitar las palpitaciones. Protector de estómago para que no me hagan daño al tomármelas. Y este último para las defensas, el tratamiento me las mina.

Sus ojos grises escudriñaron todos y cada uno de los medicamentos. De formas, colores y tamaños distintos. Alguna era tan grande que le aterraba pensar que la frágil garganta de Shion pudiese tragarla sin ahogarse. Otras, de tonos inofensivos, que tenían aspecto de caramelos. Suspiró profundamente. El albino comenzó a introducirse una tras otra en la boca. Al menos, tomó dos o tres, y el resto las dejaría para cuando su estómago tuviese algo de comida.

Nezumi apartó la mirada.

Siempre que le veía tenía que estar apresado como un esclavo.

-¿Has pensado en contárselo a Shionn?

Dejó la taza, cuyo contenido había sido bebido parcialmente para tragar las pastillas, entre sus piernas.

-Lo he pensado. Pero es muy niño. Solo tiene diez años.

-Cuando te conocí tenías 12 años y ya sabías coser una herida.

Le insistía. Cada vez que le mentía al pequeño sentía que su corazón se encogía.

-No es lo mismo, Nezumi. Si mi madre estuviese enferma en aquel entonces se me rompería el alma. No va a entenderlo, es demasiado difícil de explicar.

¿Cómo el tema pudo derivar en algo así? Estaban tan tranquilos, pensó Shion, tan felices, como si nada hubiese pasado, y tuvo que hablarle de aquello. ¿Es que no había manera de ocultarlo? ¿La enfermedad iba a perseguirle siempre? ¿No podía ser feliz de una maldita vez?

Te he esperado tanto tiempo y ahora, ahora que estás junto a mí… Me desvanezco.

Cerró los ojos.

Una presión latente oprimió sus sienes. Le restó las fuerzas.

El suelo se empapó de café candente.

-¡Shion! ¿Qué te pasa?

-Es solo un mareo…

Siguió sin abrir los ojos. Cayó sobre el pecho de Nezumi.

Exento de voluntad.

-Joder, Shion, ¿qué hago?

-Tranquilo… Solo es que no comí desde ayer por la mañana…

¿Por qué se le hacía todo tan difícil? ¿Tan cuesta arriba?

-Voy a buscarte un poco de agua.

-No… Solo quédate así…

Pum…Pum…Pum…

Te amo, Shion. ¿Por qué es todo tan jodidamente doloroso?


Día 2-Del recuerdo.

Quiero perderme en tu piel. En tus poros, en tus cicatrices. No hagas que me encuentre.  Quiero crear recuerdos contigo

Su respiración iba acompañada de un denso humo grisáceo. Se concentraba en el lecho húmedo de su lengua para rozar los labios con maestría y salir girando en el aire. Como bailarinas de niebla. Shion observaba maravillado. Algo tan simple, e incluso tan repulsivo a su modo, como podía ser fumarse un cigarro cuando lo hacía Nezumi semejaba magia. Apoyó la mejilla en sus costillas, adaptándola a su forma. Sus manos se deslizaron como agua por sus costados hasta serpentear hacia su espalda. Bajo ambos omoplatos permanecían los restos de quemaduras que sufrió siendo tan solo un niño. Las repasó. Sintió su contorno. Su carne caliente. Su exhalación profunda.

-Shion, ¿por qué tocas ahí?

-¿Molesto?

-No, es solo que antes les tenías mucho respeto. Ni siquiera las mirabas.

Su ademán se tornó dulce como solía. Dejó de mirarle a los ojos. Se guió por un ciego impulso, escuchando los latidos de su corazón como si fuese un mensaje encriptado.

Quiero saber más de ti, Nezumi.
Dame la mano. ¿Qué sientes?
Tu corazón.
Efectivamente. Estoy vivo. Es lo único que debes saber de mí.

-Me gustan tus cicatrices. Cicatrizas en queloide, así que se notan muy bien. Relatan toda tu historia a través de mis dedos, es fascinante.

-¿Qué cicatrizo en qué?-alzó una ceja cómicamente.

-En queloide. Una cicatriz normal se mantiene en el plano de la piel. Sin embargo, las tuyas protruyen, ¿ves? -sus dedos se deslizaron por los bordes de la antigua herida. Nezumi sintió un profundo escalofrío.- Es una condición genética, seguramente tus padres o tus abuelos también cicatrizarían así. No es algo maligno, aunque genera algunos problemas en cuanto a lo que estética se refiere. Pero a mí me gustan.-susurró esta última frase contra su pecho, concentrándose en el tacto de las marcas de su espalda.

Abrió lentamente los ojos. Una pequeña cicatriz rosácea formando un círculo cuasi perfecto, muy pequeña, sobresalía sobre el manubrio esternal. Shion soltó una feble risita, mirándola muy de cerca.

-Mira, Nezumi, qué bonita. ¿Sabías que tenías esta? Es muy redondita. Y parece reciente.

-Pues no… debe ser de una picadura de alguna araña o algo así.

-¿Ves lo que te decía? Tienes un gran diario cubriendo tu carne, es sencillamente impresionante.

Nezumi se inclinó para besarle en la cabeza. Él también era una fábrica de recuerdos que vivía y respiraba. Los almacenaba todos y cada uno en su mirada color carmín. Shion alzó la cabeza suavemente, para posicionar su punto de apoyo en la barbilla, intercambiando miradas. El corazón de su compañero palpitaba fuerte contra su mandíbula.

-Te quiero.-susurró entre calada y calada.

Me llevó diez malditos años reconocerlo.

-Yo soy Nezumi.-murmuró el albino.-Tú eres Shion.

-Tristán e Isolda, ¿me equivoco?

-Si te equivocases en algo así dejarías de ser tú.

-Veo que te has puesto al día con la lectura.

-Me he devorado una buena parte de la biblioteca, me falta la estantería del fondo.

¿Y cómo encontrar la frase perfecta que resuma lo que siento?

-Joder, ha debido llevarte su tiempo.-respondió el moreno soltando una carcajada que se disolvió entre el humo.

-Fueron diez años, mi amor.-se inclinó suavemente para alcanzar sus labios. Rozarlos. Saborearlos brevemente.

Diez años.

Yo soy Nezumi, tú eres Shion. Yo siento toda tu pena y tú sientes todo mi dolor.

Ya no soy yo cuando estoy contigo. Te siento tan profundo que me difumino.

-Hablando de eso, te he traído algo.

Nezumi se incorporó, obligándole a apartarse un poco. Se irguió de la cama y se inclinó para coger de una esquina de la habitación su mochila, la cual ni siquiera había abierto en su presencia desde su llegada. ¿Qué podía guardar allí? ¿Ropa, tabaco? Se sentó con las piernas cruzadas sobre el colchón, frente a su compañero. Lentamente abrió la cremallera y apartó las solapas con suavidad.

-Dios mío…

-Un regalo para el señor ecólogo.

La habitación se llenó de colores. Miles de pétalos, de corolas bellamente pigmentadas, de cálices y pistilos escondidos, de hojas marchitas, y un suave aroma a polen quedaron suspendidos ante los ojos maravillados de Shion. De la mochila emergían cientos de flores, de todas clases, grandes y pequeñas, era un espectáculo visual magnífico. Sus dedos aferraron delicadamente un tallo al azar. Un bello clavel. Era igual que Nezumi. Un exterior vistoso de tonalidades color vino que ocultaban unas raíces frágiles, etéreas y precarias.


Hemos pasado diez años pensando el uno en el otro sin atrevernos a volver atrás.

-Estas no son como las que tienen en las ciudades, modificadas genéticamente y esas cosas. Son flores salvajes. Respiran como tú y como yo. Les late savia en su interior. Se marchitan. Son de verdad, Shion.

La yema de sus dedos acarició el lecho de las uñas del albino. Respiraba. Latía su sangre. Se marchitaba. Como un clavel agónico.

-Lo sé, lo he estudiado en su día. Dios, Nezumi, son preciosas, preciosas.

Como tú.

Se inclinó él esta vez hacia la mochila, como un niño al que le han mostrado miles de chucherías. Introdujo las manos entre las plantas. El tacto de los pétalos era como seda, como unos labios, como la piel de Nezumi. Tomó un tallo grueso y fuerte y tiró de él, extrayendo poco a poco la corola que lo acompañaba. Una rosa roja. Intensamente roja. La rosa de sus ojos.

-Las rosas rojas simbolizan el amor pasional, el deseo, la lujuria.

-¿Cómo sabes eso?-cuestionó Shion. Su mente estaba encerrada en el pensamiento matemático y científico. No controlaba el mundo fuera de las ecuaciones, los datos y las series de Fibonacci.

-El lenguaje de las flores se utilizaba en la época victoriana, igual que el de los abanicos. Era una buena manera para que los amantes se comunicasen entre sí sin usar las palabras y fuese más difícil pillarles. En mi pueblo se usaba en algunas ocasiones. Por ejemplo, no es lo mismo una rosa roja como esta que una blanca, que significa la inocencia, algo más platónico, o una amarilla, que apela a los celos.

Shion escuchó atentamente su explicación, acariciando los pétalos de la flor con las yemas de los dedos. Nunca dejaría de sorprenderle su vasto intelecto. Parecía tener un conocimiento profundo de todo aquello que le rodeaba, un dominio impresionante de la poesía que mueve el mundo. Podría tumbarse en la cama y escucharle hablar horas y horas, con ese tono penetrante y grave que le hacía sonrojarse como un niño. Su mano izquierda, juguetona, fue bajando por el tallo de la flor. Como si fuese su cuerpo. Sí, él también había sido una rosa. Tremendamente bello, orgulloso incluso, con una armadura punzante que protegía su corazón herido a miles de kilómetros.

¡Auh!

Miró su dedo. El índice de la siniestra. Una espina se le había clavado en la piel, penetrado en sus capilares y vertido todo el líquido que contenían. Regueros de sangre comenzaron a emanar de la yema apuñalada, empapando la palma de la mano en cuestión de segundos.

-¡Mierda, joder!-clamó el albino, metiendo una mano en el bolsillo en busca de un pañuelo de papel.

-Anda, Shion, no seas melodramático. Solo es una picada.

-Ya, pero tengo problemas de coagulación.-su susurro ansioso enmudeció a Nezumi, quien abandonó el tono de broma avergonzado. Se lo había mencionado, no podía excusarse con que desconocía su patología. Hasta donde él podía saber, las plaquetas de su compañero escaseaban, o no trabajaban en suficiente medida, por lo que eran incapaces de taponar una herida con suficiente rapidez.

Su rostro se tornó serio. Adusto.

Inclinó su espalda, arqueándola hacia el dedo herido.

-Presiona la muñeca para cortar la hemorragia. Voy a sacarte la espina.

-¿Sabes hacerlo?

-Lo hice millones de veces. Presiona rápido, ¿quieres que se infecte?

Le obedeció. Sus dientes aprehendieron la carne, constriñéndola, para poder succionar la espina clavada. Era bastante pequeña, pero conseguiría extraerla. La notaba en su lengua. Saboreó su sangre. Sintió los latidos de la herida. Shion le observaba sereno. Ese era el Nezumi que había conocido. Visceral. Seco.  Hombre de acciones frías. Como si aquella habitación hubiese retrocedido en el tiempo, por un instante volvieron a ser adolescentes. Por un instante, notó la muerte lejos, el cabello creciendo y su amor inflamado.

-Listo. Te la he quitado. Ponte una venda o una gasa y presiona.

No pudo contenerse. Le envolvió con sus brazos. Nezumi se topó contra el pecho de Shion en apenas un latido.

Todas las rosas tienen espinas. Nezumi, tú fuiste mi espina durante diez años. Dolías, pero me hacías sentirme yo mismo.



Su melena alquitranada acabó empapando las piernas del albino. El tope de su cabeza rozaba su vientre, notando su calmada respiración. Mantuvo los ojos cerrados. De vez en cuando sentía algún mechón removerse. Su cabello estaba siendo decorado por varias flores, en tanto que las iba extrayendo de la mochila. Su aroma era indescriptiblemente bello. Los pétalos emergían de aquella oscura densidad. Hacía tiempo que no se sentía tan relajado. No. Nunca se había sentido tan relajado. Las manos de la única persona a la que jamás había amado le acariciaban muy suavemente mientras tarareaba. El murmullo que se escapaba de los labios de Shion le desarmaba por completo.

Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor.
La vieja calle, donde el eco dijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer.
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia, hoy me ven volver.
Volver.
Con la frente marchita.
Las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir.
Que es un soplo la vida.
Que veinte años no es nada.
Qué febril la mirada
Errante en la sombra
Te busca y te nombra.



Nezumi suspiró con ambas manos cruzadas en el pecho, sintiendo su lenta elevación y su vertiginoso descenso. Quizá la voz de su compañero no había sufrido un entrenamiento tan exhaustivo desde tan pequeño como él, pero su naturaleza salvaje se conformaba como un diamante que aún en bruto seguía siendo hermoso. Le estaba cantando a él. Su madre siempre le había dicho que las canciones ayudan a salir adelante, y que dedicar una significaba que sentías algo por esa persona. Shion sentía algo por él. Le acariciaba. Le arrullaba. No le guardaba rencor. Le amaba. Sintió una tranquilidad tan intensa como la letra de su canción.

-Nezumi.

-¿Hm?

-Tienes que contarme todo lo que has hecho estos diez años, dónde has estado.

No había ofensa. Ni ira. Solo curiosidad. Y mucho, muchísimo amor.

-He estado en muchos sitios. ¿Por dónde empiezo?

-¿Eran como el Distrito Oeste? ¿O como la ciudad?

-¡No!-se irguió para poder mirarle a los ojos. Hablar de sus aventuras le entusiasmaba tanto como a un niño.-Para nada, eran lugares maravillosos. He estado en colinas, en tundras, en bosques. No hay nada mejor que despertarse con la luz del sol acariciándote la cara y el viento azotando detrás de las orejas. He visto manadas de lobos inmensos, águilas tan grandes como un coche, había animales y plantas que jamás se verían por aquí.

Shion le observaba atentamente, sin pestañear, conteniendo el aliento. Sus historias eran dignas de un joven Darwin descubriendo el mundo. Aquel era su hábitat. Entre los árboles, la hierba, la inmensidad de un mundo todavía por conocer. El mismo que le vio comenzar a respirar.

-Y el mar. He visto el mar. Dios, Shion, no te imaginas lo bonito que es. Trae un olor como a sal, pica bajo las heridas. Y el sonido de las olas es tan relajante. No es como ese que venden en las tiendas de música para hacer yoga y esas mierdas. Es mil veces más hermoso. Suena como… como la sangre. ¿Sabes cuando te tapas los oídos y oyes tu propia sangre? Es el mismo sonido, el mismo. Es como… shhhhh…-intentó imitarlo, sonó como un siseo. Shion entrecerró los ojos, parecía estarlo imaginando. Soltó una feble carcajada, él también se sentía emocionado solo con escucharlo.-Y ves las olas chocando contra las rocas, la espuma haciéndote cosquillas bajo los pies. Te ves reflejado en la superficie, las gaviotas volando encima de ti, el aire con ese aroma a salitre y a pescado. Deberías haber estado…

…Allí

Su discurso se interrumpió abruptamente. Mierda, mierda, ¿es que acaso era idiota? Le estaba echando en cara que se había ido sin él. Y solo les quedaban diez semanas. Ahora el albino nunca sentiría el agua del mar acariciar su piel, ni escucharía la brisa crujir entre las hojas, ni vería los lobos, ni las águilas, ni la nieve pura. Su corazón se quebró en pedazos con sus propias palabras. Le había dicho algo tan cruel que incluso le dolía a él. Lo sentía como una opresión enorme en el esternón.

Y entonces, su voz.

-¿Me llevarás?

Nezumi giró la cabeza bruscamente. Él estaba sonriendo. ¡Sonreía! Ambas manos cruzadas sobre sus rodillas, una chispa de ilusión en sus ojos. Se mordió los labios. No podía contener las lágrimas. Apenas si le salió un susurro.

-Q… ¿Qué?

-Que si me llevarás. Quiero ver todo eso, Nezumi. Tienes que enseñármelo.

Frunció los párpados fuertemente, apretándolos. Intentó respirar por la boca un par de bocanadas. Sabía que no podría vivir para disfrutar de todo aquello que le había contado, ¿por qué le decía aquello? ¿Es que no podían ser una pareja normal, o eso era lo que estaba pretendiendo a través de la mentira? No, no podía negárselo. Sus ojos. Su sonrisa. Shion.

-Te lo prometo. Te prometo que te llevaré.

Notó su mano acariciándole la mejilla. Tomó todas y cada una de sus lágrimas. Cumpliría su promesa. No era capaz de hacerle daño otra vez. Aunque fuese su último designio, en su agónico aliento, aprovechando los últimos latidos de su corazón, le llevaría. Fuese como fuese. Le llevaría. Años y años abría los ojos y le veía cual espejismo. Entre las rocas, bajo el agua, enredando flores en su cabello blanco. Tan virginal, tan joven, tan inocente como siempre. No volvería a defraudarle. La próxima vez que estuviese en aquellos paraísos terrenales le acompañaría él. Con la cabeza desierta, con la respiración frágil, con la mirada cansada, con aquella sonrisa. Pero estaría con él.

Shion se tumbó en la cama abrazándole. Como un girasol al llegar la noche.

Muy despacio.

-Tengo sueño. ¿Me recitas algo para que me quede dormido?

Rodeó su cintura con una mano, aguantando su propia cabeza con la otra. Incluso sus pestañas escaseaban. El tratamiento le estaba deshojando.

-Lo que tú quieras, mi príncipe.

Volvió a arquear las comisuras de los labios. Se acercó a su pecho, anhelaba su calor, sus latidos bajo sus manos, saber que seguía allí. Con él. A su lado.

-Machbeth. Acto V, escena quinta. Después de la muerte de Lady Machbeth. ¿Sabes a lo que me refiero?

-Claro.

Necesito oírla, Nezumi. Necesito oírla de tus labios. Tú eres mi mar, solo tu voz me calma.

-Mañana, y mañana, y mañana,
Repta a mínimos pasos, día a día,
Hasta agotar las sílabas del tiempo recordable.
Todos nuestros ayeres iluminaron para pobres tontos
El camino a la muerte polvorienta.
Apágate. ¡Apágate, breve llama!
La vida es una sombra que camina,
Un pobre actor que sobre el escenario
Se agita y pavonea en su momento,
Y a quien nadie volverá a oír nunca más.
Un cuento contado por un idiota
Lleno de sonidos y de furia
Que no significan nada.

Pétalo, tras pétalo, tras pétalo te voy perdiendo. Mi Shion.