jueves, 25 de abril de 2013

Diez días, primera parte: De la mentira/ Del recuerdo


Día 1-De la mentira. 

Las lágrimas dejan cicatrices.

Cicatrizan en los ojos. En las mejillas. Dejan breves senderos en la piel, marcan las venas que irrigaron los lacrimales.

Y lo más importante. Cicatrizan en el alma.

Shion no quería mirarse al espejo.

 Por poco se había desmayado en medio del aparcamiento del hospital. Se desplomó al lado de su coche, aferrando la manecilla de la puerta del conductor todavía al tocar en el suelo. De nuevo el dolor de cabeza, una opresión en el pecho, la tierra moviéndose bajo sus pies. Estaba pálido como una vela. Pero no cerró en ningún momento los ojos, los clavó en los orbes grisáceos de su compañero mientras comprobaba su consciencia. No podía dejar de llorar. Nezumi le llevó hasta casa en brazos. Poco le importaba que les mirasen. Nunca le había importado, y mucho menos ahora. Él no sabía conducir, y no dejaría que su Shion, su preciado tesoro, su niño, se pusiera al volante después de aquello.

Le sentía como un cristal entre las manos.

Karan había dejado a Shionn dormido. Una nota yacía sobre la mesa de la cocina, como solía, excusando su ausencia. Mas sabía que no iba a pasarle nada al pequeño, su perro le vigilaba como un guardián y su padre no demoraría. Al entrar en la estancia solo les recibió un profundo silencio.

Shion no quiso un vaso de agua solo por no soportar ver su reflejo.

Su cabeza. Las marcas en su piel. Sus ojos inflamados. No quiso ver en qué se había convertido. No quiso reconocer lo que estaba pasando. Quiso ensordecer la realidad. Sentía las caricias de Nezumi, le acercaba el vaso lentamente, una tras otra vez, sin rendirse. Eso… era su frente… ¿Dónde estaba su pelo blanco? ¿Dónde estaba? ¿Por qué tenía que pasar todo eso, por qué? Le apartaba bruscamente la mano y se escondía en su pecho para llorar como un niño.  No podía estar sucediéndole todo aquello a él. Tenía que suceder un milagro. Tenía que desaparecer el dolor, la sensación de fragilidad, el temblor del suelo. Tenía que estar bien. Nezumi estaba con él. ¿Por qué tenía que morirse cuando por fin lograban estar juntos?

Tantas noches te he esperado, tantas noches, tantas noches mirando por la ventana por si venías, tantas noches echándote de menos. ¿Por qué, Nezumi? ¿Por qué ahora? ¿Por qué tengo que perderte siempre?


Se inclinó para coger la peluca de la mesa de noche. Su compañero le apresó las muñecas y las estrechó contra su pecho. Le ardían. Las retorció, forcejeó. Solo quería olvidar que todo aquello estaba sucediendo. Pensar que tan solo era una horrible pesadilla.

Sus caricias. Su cuerpo. Su voz. Le acariciaba suavemente la cabeza. Acercaba los labios a su oído. Respiraba sobre él. Estaba a su lado. Le cantaba. Le arrullaba en sus brazos.

In joy and sorrow my home is in your arms. 
In world so hollow is breaking my heart. 





¿La estaría improvisando? ¿La habría guardado en su corazón todo aquel tiempo? Cerró los ojos. No quería verle. Solo quería escucharle cantar. Sonaba como el viento soplando entre los árboles, jugando con las hojas, creando armonía con la naturaleza. Sintió sus latidos calmarse. Traquetear mucho más despacio. Tenía todo lo que quería bajo el mismo techo que él. A su hijo y a su amor. No necesitaba nada más para ser feliz. Envolvió sus costados y le abrazó con fuerza. Mientras estuviese a su lado nada más debía importarle. No tenía que pensar en nada más que en seguir respirando. Tenía que ser fuerte, se lo había prometido. Se lo prometía cada día de enfermedad. Cada recaída, cada ingreso, cada mareo, cada palpitación. Durante diez meses se prometió que sería fuerte por él. No podía flaquear. Ser fuerte duele. Ser fuerte trae consigo una lucha. Una lucha que, se gane o se pierda, nunca se abandona. Le asolaban intensísimas jaquecas que le hacían estremecerse de arriba abajo, como las acometidas de una ola. Pero Nezumi no dejaba de abrazarle. ¿Nunca se cansaría? ¿Había dejado de lado todo lo que le había dicho cuando todavía eran adolescentes, que involucrarse con alguien solo traería derrota tras derrota?...

Fue cerrando los ojos. Le acostó en la cama. Notó sus manos sobre su estómago.

La melodía de Nezumi fue lo último que escuchó antes de quedarse profundamente dormido.



Papá.

Papá.

Papáaa.

Apenas si aquel sonido era el resquicio de un susurro. Nezumi abrió suavemente los ojos. No soltó en ningún momento a su amante. Su vientre se elevaba bajo sus manos al respirar. Si hincaba un poco más los dedos junto a sus costillas flotantes notaría el latido tranquilo de su corazón. Estaba a gusto en la posición que había adoptado. Sintió entonces una leve presión en la cama. Miró a su lado.

-Eh, eh, ¿qué haces despierto?-se incorporó rápidamente, agarrando por la cintura al pequeño intruso.

Shionn se detuvo con una rodilla sobre el colchón, a punto de subir y acostarse entre ellos. Sus manos agarraron los brazos de Nezumi, aunque no ejercieron presión alguna. Quería que le soltase, pero estaba demasiado cansado y alterado para forcejear.

-Tuve una pesadilla.

Suspiró profundamente por la nariz, provocando una contundente exhalación a causa del tabaco. Así que eso era lo que pretendía, dormir al lado de su padre para que ahuyentase todos los monstruos que le perseguían. Esa costumbre solo Shion podría habérsela metido en la cabeza. Era el gesto propio de un padre que se esfuerza para darle a su hijo incluso no que no tiene. Nezumi se apresuró a sentarse en la cama frente a él, sin parecer nervioso, para hacer el ademán de levantarse.

-Ven, vamos a tu cama entonces y dormimos allí.

El niño se inclinó hacia delante. Su padre dormía contra la pared, de espaldas a él. Su cabeza estaba parcialmente cubierta por la almohada blanca y la oscuridad.

-Papá…-murmuró, alargando uno de los brazos hacia él. Sonaba mimoso, incluso casi a punto de llorar. Se preguntó qué era lo que habría estado soñando para que sintiese la necesidad de estar tan apegado a él.

Pero Shion… Shion se había dormido sin nada cubriendo su cabeza. La peluca blanca aún estaba sobre la mesita, medio escondida de forma inconsciente. No debía verla. Si se diese cuenta, su alma se rompería en mil pedazos. Si el ser que más quería en el mundo, más que a su propia vida, más que a nada y más que a nadie, se enterase de que estaba a punto de ser derrotado por una maldita enfermedad no se lo perdonaría a sí mismo. Se flagelaría hasta su último aliento. Y Nezumi no permitiría que algo así sucediese.

-No le despiertes. Está muy cansado y mañana tiene que trabajar. Anda, ven conmigo.

Le cogió de la mano. Era pequeñísima, apenas si ocupaba poco más de su palma. Estaba cálida, repleta de sudor, palpitante. Parecía que aquella pesadilla había explorado miedos inconscientes que ni el mismo creía tener. Se aferró fuerte a los dedos de su progenitor, siguiéndole ciegamente y a la vez indicándole el camino hacia su habitación. Se sentía seguro a su lado, aunque  en esencia no le conocía de nada. Dicen que cuando un niño se encuentra con su padre, aunque nunca se hubiesen visto, todavía nota ese amor condicional que entreteje el vínculo de la oxitocina. ¿Era eso lo que estaba sintiendo? ¿Por eso había accedido a entregarle el arma con la que librase batallas contra sus peores temores para protegerle? ¿Por eso algo en el interior de Nezumi se conmovía cada vez que miraba esos ojitos de avellana astutos y juguetones? Golpeó su mente el recuerdo de su madre. Sí. De aquella mujer de cabello negro y lacio, tan largo que acariciaba sus tobillos, con esos jugosos labios del color de las rosas, los iris grandes y turquesa y esa voz, ese tacto, esos besos que chispeaban en sus mejillas y que le hacían tranquilizarse por completo. Ella también sentía ese vínculo que unen la carne y el espíritu hacia su hijo. Y a pesar de haberla perdido siempre la tendría a su lado, como una dulce espinita clavada en el corazón sin la cual no podría seguir latiendo. ¿Sentiría eso el pequeño Shionn hacia él? ¿El mismo sentimiento de sosiego que el que había suscitado en él su propia madre? El pequeño se subió a la cama y se hizo un ovillo, flexionando las rodillas hasta que tocaron su pecho. Nezumi tomó las sábanas entre sus dedos y las apartó solo un instante para meterse a su lado. Le miró. Se parecía a Shion. A pesar de no ser sus padres biológicos, se notaba cada vez más la influencia que tenía sobre él. Le arropó suavemente, hasta que las mantas rozaron su barbilla. Su madre también se lo hacía, cada noche, antes de darle el beso de buenas noches. Se inclinó. Le besó en la frente. Shionn cerró los ojos. Parecía comenzar a comprender por qué su padre le había echado tantísimo de menos. Nezumi se separó suavemente, acostándose de lado, espalda contra espalda. Qué pequeño que era…

-Papi.

-Dime.

-¿Tú me quieres?

-Claro.

-¿Te fuiste por mi culpa?

-No. No digas eso ni en broma.

Si se escuchase a sí mismo su yo adolescente se burlaría de él.

-¿No te vas a volver a ir?

-No, peque.

-¿Nunca, nunca, nunca?

-Nunca, te lo prometo.

Se hizo un breve silencio. El pequeño respiró tranquilo. Quizás esa había sido su pesadilla. Volver a ver a su padre mirando por la ventana, como cada noche durante diez años, tapándose los labios con el puño para evitar sollozar, con un nombre escrito en cada una de sus lágrimas. La desesperación que le producía no encontrar respuesta cada vez que le preguntaba por qué lloraba, pero saber que en algún lugar del mundo tenía a alguien que les había abandonado cruelmente, y a pesar de ello a quien su padre le guardaba una admiración y un amor tan intensos como el propio dolor. Desconocer si les había dejado porque nunca querría tener un hijo como él, o porque el sentimiento no fuese correspondido con el bueno de su progenitor. Solo pensar que el crío no se había sentido nunca plenamente querido, que siempre le asaltaba aquella pizca de duda de si todo había sido culpa suya, le apuñalaba con una tremenda culpabilidad. Él se había alejado para no herirles y tan solo había empeorado las cosas. Shion seguiría perdonándole eternamente, pero no estaba demasiado seguro de si el pequeño también lo haría. Teniendo en cuenta el diagnóstico de su pareja, solo le quedaban diez semanas para darle lo que él tuvo en su niñez más temprana: dos progenitores que le quisieran de forma incondicional reunidos en el mismo lugar. La voz del pequeño Shionn volvió a irrumpir en la estancia, apagando el silencio:

-Papi.

-Qué.

-Papá me abraza cuando duermo con él.

Nezumi suspiró profundamente. Se dio la vuelta parsimoniosamente y le envolvió con sus brazos, cruzando ambas manos en su tronco. Así se sentiría acompañado. Ojalá pudiese haber sido una persona tan cariñosa y paternal como su madre o como Shion. Había heredado el amor silencioso de su padre, ese que no se ve y pocas veces se demuestra, pero se siente. Estaba tenso. Incluso su propia habitación, su cama, le recordaba a su sueño. Nezumi volvió a traerla de vuelta a su mente, a ella, a aquella joven mujer que le dio la vida. Se inclinaba hacia su cama y le cantaba una hermosa canción cada noche. La misma que entonaba en las ceremonias que le ofrecían a su Diosa para rogar por su benevolencia.

She rules until the end of time.
She gives and she takes.
Until the end of time.
She’ll go her way.



No pudo evitar tararearla. Si realmente existía aquella deidad a la que había adorado toda su vida, tanto él como su familia como el poblado en el que había crecido, guiaría sus pasos hacia la claridad, la serenidad, y le haría permanecer fuerte. El pequeño se acurrucó. Shion tenía razón. Su voz sobrepasaba los límites de lo meramente humano. Sonaba como si deslizasen un arco con las cerdas bien tensadas sobre sus cuerdas vocales y entonase con tal maestría que ni siquiera Paganini sería capaz de igualarlo. Un murmullo grave que calmaba hasta las tormentas, la marejada más furiosa, su cuerpecillo que había dejado de temblar. Ya no necesitaba encogerse sobre sí mismo para dar una sensación de falsa protección.

Estaba protegido.


Nezumi

Nezumi, ¿dónde estás?

Abrió los párpados lentamente, despegando las pestañas unas de otras. Algún resquicio de luz entraba en la estancia, aunque no semejaba ser demasiado tarde. Eran los colores del alba. Fue poco a poco levantándose, soltando al pequeño Shionn sin que ni siquiera se percatase. Respiraba fuerte. Puede que tuviese asma o algún problema respiratorio. Lo arropó de nuevo con cuidado de no despertarle y siguió la fuente de la voz que le llamaba.

Nezumi.

Nezumi.

Una sombra blanca caminaba por el pasillo. Desprendía un color mortecino, una presencia tenue y etérea. Se liberaba de la misma palabra una y otra vez, dejando su timbre como estela para seguir su rastro. Nezumi fue la oscuridad que persiguió a la nívea luz hasta que la atrapó rodeándola por la espalda con sus brazos. Se dio la vuelta y se lo correspondió abrazándose a su cuello.

-Nezumi, ¿dónde estabas? Al no verte en la cama me dio un vuelco el corazón.-oprimió más el cuerpo del compañero contra el suyo, hasta notar sendas costillas encajar perfectamente.

-Estaba en la habitación del crío. Tuvo una pesadilla y fui a dormir con él.

-Podía dormir con nosotros, a mí no me molesta.-respondió dulcemente, acariciando su mejilla con el dorso de la mano.

Nezumi deslizó sus dedos por su columna. Como un escalofrío.

-No tenías la peluca.

El habla de Shion se vio completamente interrumpida. Apenas hacía dos días tan solo que le había prometido que jamás volvería a cubrir su cabeza a no ser que su hijo estuviese ante él y, aunque le había costado, no la había quebrado. Sintió un fortísimo ardor en la garganta. La faringe se constriñó, se retorció como una serpiente impidiéndole tragar. Apartó la mirada. La guerra era cruenta y se estaba quedando sin armas.

-Nezumi, creo que ya basta. Sé que lo haces con buena intención, pero no puedo…

Las yemas de sus dedos empujaron suavemente su cuerpo desde el esternón, apartándole de él lo suficiente como para que la presencia de su cuerpo no le hiciese sentirse cobarde e insignificante. Aunque su mirada metalizada brillaba como el filo de una navaja apuntándole directamente a la yugular.

Pero no hería.

Solo acariciaba la vena con el envés. Vibrando con sus latidos.

-No es que lo haga o lo deje de hacer con buena intención. Es solo que me jode que te escondas. Es lo que siempre haces, incluso cuando te hiciste la cicatriz que te cubre el cuerpo querías ocultarla con la ropa.

Tomó su barbilla. La alzó con suavidad. Cruzaron sendas miradas.

-En el lugar en el que me crié los guerreros enseñaban sus heridas con orgullo. Incluso si les faltaba media cara o tenían los brazos quemados. No quiero que te avergüences de no tener pelo. Eso solo demuestra lo fuerte que eres. Mucho más incluso de lo que pensaba, y abismos más de lo que piensas tú. Yo solo quiero que vayas por la calle con la cabeza alta, diciéndole al mundo que no te vas a rendir, que eres lo suficientemente valiente como para volver a levantarte y seguir peleando hasta morir. Porque ese eres tú, Shion. Aunque no te lo creas.

Una lágrima cálida acarició sus dedos. De sus ojos de reflejos borgoña se deslizaban gotas de agua salada. Pero no eran lágrimas de reproche, ni de tristeza. Demostraban el amor más profundo que un ser humano puede sentir hacia otro. El agradecimiento más intenso, el anhelo que por fin deja de ser un sueño. Rodeó su cadera con sus brazos. Le estrechó fuerte contra sí. Ahora el tacto de su cuerpo era como un bálsamo.

No puedo mentirte, Nezumi. Ves dentro de mí tan perfectamente que incluso me aterra.



La puerta se abrió. Un feble chirrido hizo estremecer el alma del hombre de melena negra. Entraron unos mocasines blancos, un pantalón negro, una camisa impoluta y un cabello inmaculado. Cruzó el umbral parsimonioso, arrebatándose de la cabeza la peluca con total naturalidad. Igual que aquel que se quita la chaqueta o un sombrero. Suspiró muy feblemente. Todavía le costaba cargar con el peso de las miradas. Una voz, como el viento, hizo resonar el do mayor de su alma. Le liberó de la opresión en un solo soneto:

-¿Qué luz es la que asoma por aquella ventana? ¡Es el Oriente! ¡Y Julieta es el sol! Amanece, tú, sol, y mata a la envidiosa luna. Está enferma, y cómo palidece de dolor, pues que tú, su doncella, en primor la aventajas.

-Qué idiota eres, Nezumi.

Shion se rió feblemente. Con el niño en el colegio, del cual venia de llevarlo, sentía como si el tiempo no hubiese pasado dentro de aquella habitación. Su compañero fingió no escucharle. Se levantó del sillón, se le acercó, continuó su pantomima. Sus movimientos eran plásticos y volátiles, intensos. Su entonación, contundente y sentida.

-¡No la sirvas ya más, que ella te envidia!
Su manto de vestal es verde y enfermizo,
Lo propio de bufones. ¡Aléjalo de ti!
¡Es ella, sí, mi dama! ¡Es, ay, mi amor!
¡Si al menos ella lo supiera!
Habla y no dice nada. Mas, ¡qué importa!
Lo hacen sus ojos y he de responder.
¡Mi esperanza qué necia, pues no es a mí a quien habla!
Dos estrellas del cielo entre las más hermosas
Han rogado a sus ojos que en su ausencia
Brillen en las esferas hasta su regreso.
¡Oh, si allí sus ojos estuvieran! ¡Y si habitaran su rostro las estrellas
La luz de sus mejillas podría sonrojarlas
Como hace el sol con una llama! ¡Sus ojos en el cielo
Alumbrarían tanto como los caminos del aire
Que hasta los pájaros cantarán ignorando la noche!
Mirad cómo sostiene su mano la mejilla.
¡Fuera yo guante de esa mano,
Para poder acariciar su rostro!

Apoyó la palma fría de su mano en su mejilla, la cual cruzaba, igual que el resto de su cuerpo, una cicatriz rosada y gruesa. La adecuó a su carne. Sintió las comisuras de sus labios elevarse. Sus mejillas se habían sonrojado. Siempre le recordaría de aquella manera. Sonriendo sin contemplaciones, mostrándole todos y cada uno de sus dientes, con aquella estela brillando en el centro de sus pupilas, y un suave rubor espolvoreado bajo sus ojeras. Shion ladeó suavemente su cabeza para besarle la mano. Ningún beso sería tan sincero. Tan directo del corazón. Nezumi se conmovió ante su belleza.

-Deberías volver a trabajar en el teatro. Se te da demasiado bien.

-Si el manager me vuelve a ver por allí me corta los huevos. Me he largado diez años sin decirle nada. Tendría suerte si me dirigiera la palabra.

-No importa lo que él diga, nadie interpreta Shakespeare como tú. Haces magia.

-Puedo hacerte una representación privada siempre que quieras. Y pagues.-bromeó, soltando una estentórea carcajada. Shion le dio un leve empujoncito.

-No seas cafre.

Su mirada no pudo evitar posarse en la mesa que había frente al sofá, la cual antes utilizaban para comer y ahora, por cuestión de higiene, simplemente era un soporte adicional para los libros que se acumulaban en la habitación. Un par de tazas de un blanco impoluto desprendían un aromático olor a café recién hecho.

-¿Has preparado el desayuno?

-Hombre, te fuiste a llevar al niño al colegio sin comer nada. Al menos un café con un par de rebanadas de pan siempre entran.

-No me lo puedo creer. Tú preparando el desayuno. ¿Dónde está Nezumi y qué has hecho con él?

-Sh, sh, sh. Siéntese, alteza, y tan solo disfrute.

Shion se sentó en el sofá y no tardó en sentir el hombro de su amante a su lado. Tomó la taza entre sus manos, gozando de su calor. La acercó a su pecho y se inclinó sobre la mesa, para mover unos libros e ir acercando hacia sí pequeñas cajas de colores, con letras impresas tanto en tinta como en braille. Nezumi pudo contar, al menos, seis.

-¿Qué es eso?

-Son las medicinas que tengo que tomar.-dejando la taca en su regazo, comenzó a contarlas, extrayendo una pastilla de cada blíster.-Este es un analgésico, para el dolor. Antiemético, para los vómitos. Coagulante, para parar las hemorragias. Antiarrítmico, para evitar las palpitaciones. Protector de estómago para que no me hagan daño al tomármelas. Y este último para las defensas, el tratamiento me las mina.

Sus ojos grises escudriñaron todos y cada uno de los medicamentos. De formas, colores y tamaños distintos. Alguna era tan grande que le aterraba pensar que la frágil garganta de Shion pudiese tragarla sin ahogarse. Otras, de tonos inofensivos, que tenían aspecto de caramelos. Suspiró profundamente. El albino comenzó a introducirse una tras otra en la boca. Al menos, tomó dos o tres, y el resto las dejaría para cuando su estómago tuviese algo de comida.

Nezumi apartó la mirada.

Siempre que le veía tenía que estar apresado como un esclavo.

-¿Has pensado en contárselo a Shionn?

Dejó la taza, cuyo contenido había sido bebido parcialmente para tragar las pastillas, entre sus piernas.

-Lo he pensado. Pero es muy niño. Solo tiene diez años.

-Cuando te conocí tenías 12 años y ya sabías coser una herida.

Le insistía. Cada vez que le mentía al pequeño sentía que su corazón se encogía.

-No es lo mismo, Nezumi. Si mi madre estuviese enferma en aquel entonces se me rompería el alma. No va a entenderlo, es demasiado difícil de explicar.

¿Cómo el tema pudo derivar en algo así? Estaban tan tranquilos, pensó Shion, tan felices, como si nada hubiese pasado, y tuvo que hablarle de aquello. ¿Es que no había manera de ocultarlo? ¿La enfermedad iba a perseguirle siempre? ¿No podía ser feliz de una maldita vez?

Te he esperado tanto tiempo y ahora, ahora que estás junto a mí… Me desvanezco.

Cerró los ojos.

Una presión latente oprimió sus sienes. Le restó las fuerzas.

El suelo se empapó de café candente.

-¡Shion! ¿Qué te pasa?

-Es solo un mareo…

Siguió sin abrir los ojos. Cayó sobre el pecho de Nezumi.

Exento de voluntad.

-Joder, Shion, ¿qué hago?

-Tranquilo… Solo es que no comí desde ayer por la mañana…

¿Por qué se le hacía todo tan difícil? ¿Tan cuesta arriba?

-Voy a buscarte un poco de agua.

-No… Solo quédate así…

Pum…Pum…Pum…

Te amo, Shion. ¿Por qué es todo tan jodidamente doloroso?


Día 2-Del recuerdo.

Quiero perderme en tu piel. En tus poros, en tus cicatrices. No hagas que me encuentre.  Quiero crear recuerdos contigo

Su respiración iba acompañada de un denso humo grisáceo. Se concentraba en el lecho húmedo de su lengua para rozar los labios con maestría y salir girando en el aire. Como bailarinas de niebla. Shion observaba maravillado. Algo tan simple, e incluso tan repulsivo a su modo, como podía ser fumarse un cigarro cuando lo hacía Nezumi semejaba magia. Apoyó la mejilla en sus costillas, adaptándola a su forma. Sus manos se deslizaron como agua por sus costados hasta serpentear hacia su espalda. Bajo ambos omoplatos permanecían los restos de quemaduras que sufrió siendo tan solo un niño. Las repasó. Sintió su contorno. Su carne caliente. Su exhalación profunda.

-Shion, ¿por qué tocas ahí?

-¿Molesto?

-No, es solo que antes les tenías mucho respeto. Ni siquiera las mirabas.

Su ademán se tornó dulce como solía. Dejó de mirarle a los ojos. Se guió por un ciego impulso, escuchando los latidos de su corazón como si fuese un mensaje encriptado.

Quiero saber más de ti, Nezumi.
Dame la mano. ¿Qué sientes?
Tu corazón.
Efectivamente. Estoy vivo. Es lo único que debes saber de mí.

-Me gustan tus cicatrices. Cicatrizas en queloide, así que se notan muy bien. Relatan toda tu historia a través de mis dedos, es fascinante.

-¿Qué cicatrizo en qué?-alzó una ceja cómicamente.

-En queloide. Una cicatriz normal se mantiene en el plano de la piel. Sin embargo, las tuyas protruyen, ¿ves? -sus dedos se deslizaron por los bordes de la antigua herida. Nezumi sintió un profundo escalofrío.- Es una condición genética, seguramente tus padres o tus abuelos también cicatrizarían así. No es algo maligno, aunque genera algunos problemas en cuanto a lo que estética se refiere. Pero a mí me gustan.-susurró esta última frase contra su pecho, concentrándose en el tacto de las marcas de su espalda.

Abrió lentamente los ojos. Una pequeña cicatriz rosácea formando un círculo cuasi perfecto, muy pequeña, sobresalía sobre el manubrio esternal. Shion soltó una feble risita, mirándola muy de cerca.

-Mira, Nezumi, qué bonita. ¿Sabías que tenías esta? Es muy redondita. Y parece reciente.

-Pues no… debe ser de una picadura de alguna araña o algo así.

-¿Ves lo que te decía? Tienes un gran diario cubriendo tu carne, es sencillamente impresionante.

Nezumi se inclinó para besarle en la cabeza. Él también era una fábrica de recuerdos que vivía y respiraba. Los almacenaba todos y cada uno en su mirada color carmín. Shion alzó la cabeza suavemente, para posicionar su punto de apoyo en la barbilla, intercambiando miradas. El corazón de su compañero palpitaba fuerte contra su mandíbula.

-Te quiero.-susurró entre calada y calada.

Me llevó diez malditos años reconocerlo.

-Yo soy Nezumi.-murmuró el albino.-Tú eres Shion.

-Tristán e Isolda, ¿me equivoco?

-Si te equivocases en algo así dejarías de ser tú.

-Veo que te has puesto al día con la lectura.

-Me he devorado una buena parte de la biblioteca, me falta la estantería del fondo.

¿Y cómo encontrar la frase perfecta que resuma lo que siento?

-Joder, ha debido llevarte su tiempo.-respondió el moreno soltando una carcajada que se disolvió entre el humo.

-Fueron diez años, mi amor.-se inclinó suavemente para alcanzar sus labios. Rozarlos. Saborearlos brevemente.

Diez años.

Yo soy Nezumi, tú eres Shion. Yo siento toda tu pena y tú sientes todo mi dolor.

Ya no soy yo cuando estoy contigo. Te siento tan profundo que me difumino.

-Hablando de eso, te he traído algo.

Nezumi se incorporó, obligándole a apartarse un poco. Se irguió de la cama y se inclinó para coger de una esquina de la habitación su mochila, la cual ni siquiera había abierto en su presencia desde su llegada. ¿Qué podía guardar allí? ¿Ropa, tabaco? Se sentó con las piernas cruzadas sobre el colchón, frente a su compañero. Lentamente abrió la cremallera y apartó las solapas con suavidad.

-Dios mío…

-Un regalo para el señor ecólogo.

La habitación se llenó de colores. Miles de pétalos, de corolas bellamente pigmentadas, de cálices y pistilos escondidos, de hojas marchitas, y un suave aroma a polen quedaron suspendidos ante los ojos maravillados de Shion. De la mochila emergían cientos de flores, de todas clases, grandes y pequeñas, era un espectáculo visual magnífico. Sus dedos aferraron delicadamente un tallo al azar. Un bello clavel. Era igual que Nezumi. Un exterior vistoso de tonalidades color vino que ocultaban unas raíces frágiles, etéreas y precarias.


Hemos pasado diez años pensando el uno en el otro sin atrevernos a volver atrás.

-Estas no son como las que tienen en las ciudades, modificadas genéticamente y esas cosas. Son flores salvajes. Respiran como tú y como yo. Les late savia en su interior. Se marchitan. Son de verdad, Shion.

La yema de sus dedos acarició el lecho de las uñas del albino. Respiraba. Latía su sangre. Se marchitaba. Como un clavel agónico.

-Lo sé, lo he estudiado en su día. Dios, Nezumi, son preciosas, preciosas.

Como tú.

Se inclinó él esta vez hacia la mochila, como un niño al que le han mostrado miles de chucherías. Introdujo las manos entre las plantas. El tacto de los pétalos era como seda, como unos labios, como la piel de Nezumi. Tomó un tallo grueso y fuerte y tiró de él, extrayendo poco a poco la corola que lo acompañaba. Una rosa roja. Intensamente roja. La rosa de sus ojos.

-Las rosas rojas simbolizan el amor pasional, el deseo, la lujuria.

-¿Cómo sabes eso?-cuestionó Shion. Su mente estaba encerrada en el pensamiento matemático y científico. No controlaba el mundo fuera de las ecuaciones, los datos y las series de Fibonacci.

-El lenguaje de las flores se utilizaba en la época victoriana, igual que el de los abanicos. Era una buena manera para que los amantes se comunicasen entre sí sin usar las palabras y fuese más difícil pillarles. En mi pueblo se usaba en algunas ocasiones. Por ejemplo, no es lo mismo una rosa roja como esta que una blanca, que significa la inocencia, algo más platónico, o una amarilla, que apela a los celos.

Shion escuchó atentamente su explicación, acariciando los pétalos de la flor con las yemas de los dedos. Nunca dejaría de sorprenderle su vasto intelecto. Parecía tener un conocimiento profundo de todo aquello que le rodeaba, un dominio impresionante de la poesía que mueve el mundo. Podría tumbarse en la cama y escucharle hablar horas y horas, con ese tono penetrante y grave que le hacía sonrojarse como un niño. Su mano izquierda, juguetona, fue bajando por el tallo de la flor. Como si fuese su cuerpo. Sí, él también había sido una rosa. Tremendamente bello, orgulloso incluso, con una armadura punzante que protegía su corazón herido a miles de kilómetros.

¡Auh!

Miró su dedo. El índice de la siniestra. Una espina se le había clavado en la piel, penetrado en sus capilares y vertido todo el líquido que contenían. Regueros de sangre comenzaron a emanar de la yema apuñalada, empapando la palma de la mano en cuestión de segundos.

-¡Mierda, joder!-clamó el albino, metiendo una mano en el bolsillo en busca de un pañuelo de papel.

-Anda, Shion, no seas melodramático. Solo es una picada.

-Ya, pero tengo problemas de coagulación.-su susurro ansioso enmudeció a Nezumi, quien abandonó el tono de broma avergonzado. Se lo había mencionado, no podía excusarse con que desconocía su patología. Hasta donde él podía saber, las plaquetas de su compañero escaseaban, o no trabajaban en suficiente medida, por lo que eran incapaces de taponar una herida con suficiente rapidez.

Su rostro se tornó serio. Adusto.

Inclinó su espalda, arqueándola hacia el dedo herido.

-Presiona la muñeca para cortar la hemorragia. Voy a sacarte la espina.

-¿Sabes hacerlo?

-Lo hice millones de veces. Presiona rápido, ¿quieres que se infecte?

Le obedeció. Sus dientes aprehendieron la carne, constriñéndola, para poder succionar la espina clavada. Era bastante pequeña, pero conseguiría extraerla. La notaba en su lengua. Saboreó su sangre. Sintió los latidos de la herida. Shion le observaba sereno. Ese era el Nezumi que había conocido. Visceral. Seco.  Hombre de acciones frías. Como si aquella habitación hubiese retrocedido en el tiempo, por un instante volvieron a ser adolescentes. Por un instante, notó la muerte lejos, el cabello creciendo y su amor inflamado.

-Listo. Te la he quitado. Ponte una venda o una gasa y presiona.

No pudo contenerse. Le envolvió con sus brazos. Nezumi se topó contra el pecho de Shion en apenas un latido.

Todas las rosas tienen espinas. Nezumi, tú fuiste mi espina durante diez años. Dolías, pero me hacías sentirme yo mismo.



Su melena alquitranada acabó empapando las piernas del albino. El tope de su cabeza rozaba su vientre, notando su calmada respiración. Mantuvo los ojos cerrados. De vez en cuando sentía algún mechón removerse. Su cabello estaba siendo decorado por varias flores, en tanto que las iba extrayendo de la mochila. Su aroma era indescriptiblemente bello. Los pétalos emergían de aquella oscura densidad. Hacía tiempo que no se sentía tan relajado. No. Nunca se había sentido tan relajado. Las manos de la única persona a la que jamás había amado le acariciaban muy suavemente mientras tarareaba. El murmullo que se escapaba de los labios de Shion le desarmaba por completo.

Yo adivino el parpadeo
De las luces que a lo lejos
Van marcando mi retorno.
Son las mismas que alumbraron
Con sus pálidos reflejos
Hondas horas de dolor.
Y aunque no quise el regreso
Siempre se vuelve al primer amor.
La vieja calle, donde el eco dijo
Tuya es su vida, tuyo es su querer.
Bajo el burlón mirar de las estrellas
Que con indiferencia, hoy me ven volver.
Volver.
Con la frente marchita.
Las nieves del tiempo platearon mi sien.
Sentir.
Que es un soplo la vida.
Que veinte años no es nada.
Qué febril la mirada
Errante en la sombra
Te busca y te nombra.



Nezumi suspiró con ambas manos cruzadas en el pecho, sintiendo su lenta elevación y su vertiginoso descenso. Quizá la voz de su compañero no había sufrido un entrenamiento tan exhaustivo desde tan pequeño como él, pero su naturaleza salvaje se conformaba como un diamante que aún en bruto seguía siendo hermoso. Le estaba cantando a él. Su madre siempre le había dicho que las canciones ayudan a salir adelante, y que dedicar una significaba que sentías algo por esa persona. Shion sentía algo por él. Le acariciaba. Le arrullaba. No le guardaba rencor. Le amaba. Sintió una tranquilidad tan intensa como la letra de su canción.

-Nezumi.

-¿Hm?

-Tienes que contarme todo lo que has hecho estos diez años, dónde has estado.

No había ofensa. Ni ira. Solo curiosidad. Y mucho, muchísimo amor.

-He estado en muchos sitios. ¿Por dónde empiezo?

-¿Eran como el Distrito Oeste? ¿O como la ciudad?

-¡No!-se irguió para poder mirarle a los ojos. Hablar de sus aventuras le entusiasmaba tanto como a un niño.-Para nada, eran lugares maravillosos. He estado en colinas, en tundras, en bosques. No hay nada mejor que despertarse con la luz del sol acariciándote la cara y el viento azotando detrás de las orejas. He visto manadas de lobos inmensos, águilas tan grandes como un coche, había animales y plantas que jamás se verían por aquí.

Shion le observaba atentamente, sin pestañear, conteniendo el aliento. Sus historias eran dignas de un joven Darwin descubriendo el mundo. Aquel era su hábitat. Entre los árboles, la hierba, la inmensidad de un mundo todavía por conocer. El mismo que le vio comenzar a respirar.

-Y el mar. He visto el mar. Dios, Shion, no te imaginas lo bonito que es. Trae un olor como a sal, pica bajo las heridas. Y el sonido de las olas es tan relajante. No es como ese que venden en las tiendas de música para hacer yoga y esas mierdas. Es mil veces más hermoso. Suena como… como la sangre. ¿Sabes cuando te tapas los oídos y oyes tu propia sangre? Es el mismo sonido, el mismo. Es como… shhhhh…-intentó imitarlo, sonó como un siseo. Shion entrecerró los ojos, parecía estarlo imaginando. Soltó una feble carcajada, él también se sentía emocionado solo con escucharlo.-Y ves las olas chocando contra las rocas, la espuma haciéndote cosquillas bajo los pies. Te ves reflejado en la superficie, las gaviotas volando encima de ti, el aire con ese aroma a salitre y a pescado. Deberías haber estado…

…Allí

Su discurso se interrumpió abruptamente. Mierda, mierda, ¿es que acaso era idiota? Le estaba echando en cara que se había ido sin él. Y solo les quedaban diez semanas. Ahora el albino nunca sentiría el agua del mar acariciar su piel, ni escucharía la brisa crujir entre las hojas, ni vería los lobos, ni las águilas, ni la nieve pura. Su corazón se quebró en pedazos con sus propias palabras. Le había dicho algo tan cruel que incluso le dolía a él. Lo sentía como una opresión enorme en el esternón.

Y entonces, su voz.

-¿Me llevarás?

Nezumi giró la cabeza bruscamente. Él estaba sonriendo. ¡Sonreía! Ambas manos cruzadas sobre sus rodillas, una chispa de ilusión en sus ojos. Se mordió los labios. No podía contener las lágrimas. Apenas si le salió un susurro.

-Q… ¿Qué?

-Que si me llevarás. Quiero ver todo eso, Nezumi. Tienes que enseñármelo.

Frunció los párpados fuertemente, apretándolos. Intentó respirar por la boca un par de bocanadas. Sabía que no podría vivir para disfrutar de todo aquello que le había contado, ¿por qué le decía aquello? ¿Es que no podían ser una pareja normal, o eso era lo que estaba pretendiendo a través de la mentira? No, no podía negárselo. Sus ojos. Su sonrisa. Shion.

-Te lo prometo. Te prometo que te llevaré.

Notó su mano acariciándole la mejilla. Tomó todas y cada una de sus lágrimas. Cumpliría su promesa. No era capaz de hacerle daño otra vez. Aunque fuese su último designio, en su agónico aliento, aprovechando los últimos latidos de su corazón, le llevaría. Fuese como fuese. Le llevaría. Años y años abría los ojos y le veía cual espejismo. Entre las rocas, bajo el agua, enredando flores en su cabello blanco. Tan virginal, tan joven, tan inocente como siempre. No volvería a defraudarle. La próxima vez que estuviese en aquellos paraísos terrenales le acompañaría él. Con la cabeza desierta, con la respiración frágil, con la mirada cansada, con aquella sonrisa. Pero estaría con él.

Shion se tumbó en la cama abrazándole. Como un girasol al llegar la noche.

Muy despacio.

-Tengo sueño. ¿Me recitas algo para que me quede dormido?

Rodeó su cintura con una mano, aguantando su propia cabeza con la otra. Incluso sus pestañas escaseaban. El tratamiento le estaba deshojando.

-Lo que tú quieras, mi príncipe.

Volvió a arquear las comisuras de los labios. Se acercó a su pecho, anhelaba su calor, sus latidos bajo sus manos, saber que seguía allí. Con él. A su lado.

-Machbeth. Acto V, escena quinta. Después de la muerte de Lady Machbeth. ¿Sabes a lo que me refiero?

-Claro.

Necesito oírla, Nezumi. Necesito oírla de tus labios. Tú eres mi mar, solo tu voz me calma.

-Mañana, y mañana, y mañana,
Repta a mínimos pasos, día a día,
Hasta agotar las sílabas del tiempo recordable.
Todos nuestros ayeres iluminaron para pobres tontos
El camino a la muerte polvorienta.
Apágate. ¡Apágate, breve llama!
La vida es una sombra que camina,
Un pobre actor que sobre el escenario
Se agita y pavonea en su momento,
Y a quien nadie volverá a oír nunca más.
Un cuento contado por un idiota
Lleno de sonidos y de furia
Que no significan nada.

Pétalo, tras pétalo, tras pétalo te voy perdiendo. Mi Shion.

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