sábado, 6 de abril de 2013

Diez semanas


 El día apuñaló por la espalda a la noche haciéndola descansar entre las sombras que arrojaba el sol del alba. Apenas si ellos dos podían verlas en su pequeño hogar bajo tierra. Algunos rayos serpentearon por las mirillas de la puerta y fueron a dar directamente en los ojos de Shion. Abrió los párpados lentamente. Sus iris brillaban igual que si fuesen piedras preciosas incrustadas en la córnea, talladas con mimo y precisión. Intentó ubicarse. Estaba en la cama, con el pijama puesto. Notó un leve peso sobre su pecho que le hizo orientar hacia él la mirada. Nezumi dormía plácidamente sobre él, con las piernas flexionadas en posición fetal. Tenía ojeras. ¿Cuánto tiempo había estado llorando? Le acarició el cabello. Sostenía fragmentos de la noche anterior entre las pestañas. Le había confesado su secreto mejor administrado. Sabía que tarde o temprano se enteraría, sus ojos grises le harían cantar hasta la última palabra. Pero no fue así. No habría manera más abrupta de que lo supiera, ni puñalada más violenta. Recordó haber estado toda la noche juntos. Abrazados. Sintiendo el calor del otro. Nezumi era un hombre que desde siempre supo reprimir las lágrimas de una forma sorprendente, tanto, que cuando era capaz de expulsarlas le hacían el doble de daño de lo normal. Mas aquella noche fluyeron por sus mejillas desde el primer momento. Las sentía como un ácido dulce, que quemaba gentilmente su piel al despuntar hacia la barbilla. ¿Qué podía hacer en aquella situación sino llorar? ¿Acaso iba a curarle con el roce de su mano? Solo Elyurias como Diosa había sido capaz de  resucitarle de entre los muertos, y si algo enseña la religión es que son contados los milagros. Aunque le implorase que volviese a salvarle, sería un acto de egoísmo por su parte, y a pesar de que a él no le inmiscuyese el destino de los demás, Shion nunca se lo permitiría. Nunca le abrazó tan fuerte como aquella noche, nunca derramó tantas lágrimas desde el día en el que nació. Era suyo. Solo suyo. Completa y absolutamente suyo. No iba a dejar que una enfermedad se lo arrebatase por las buenas. Shion no había podido evitar dejar aflorar el llanto también. Apenas si le salían las palabras para calmarle; no recordaba lo doloroso que llegaba a ser escucharle sollozar. “Todo irá bien, te lo prometo, te lo prometo, mi vida”. Palabras vacías y a la vez tan repletas de angustia. Se acostaron en la cama. Nezumi no le soltaba. No pretendía hacerlo. Apoyó su cabeza en su pecho. Solo el latido de su corazón podría tranquilizarle entonces. Saber que TODAVÍA seguía siendo solo suyo.


Shion deslizó sus pies por el suelo con la gracilidad de un cisne que alza el vuelo a ras del agua. Apartó la cabeza de su amante con muchísima delicadeza, procurando no despertarle. Sintió la necesidad de coger la peluca, la cual yacía en el suelo después de que Nezumi la pisotease desesperadamente, una y otra vez, hasta llenarla de barro y de polvo. Suspiró profundamente. Se lo prometió. No iba a volver a ponerla mientras no estuviese ante su hijo. No iba a engañarle, él tampoco lo había hecho en ningún momento. Se dirigió al armario, al final de la biblioteca, para poder coger una muda limpia y un traje. Una camisa blanca, una americana negra, un pantalón oscuro y una corbata que le cruzaba el pecho como la rúbrica de una esquela fúnebre.  Se acarició la propia cabeza. La envolvía un fragmento de cicatriz que nunca antes había visto, por la zona de la nuca. Se sentía desnudo sin nada cubriéndola. Las palabras que Nezumi había pronunciado cuando había cambiado de apariencia  eran lo único que conseguían hacerle sentir cómodo consigo mismo y sonreír.

“Tener una serpiente alrededor de tu cuerpo me parece encantador, ¿no crees?”

“Considéralo una medalla de honor por sobrevivir”

Por sobrevivir… ¿mh?

Una suave calidez envolvió su cuerpo. Se liberó de un escalofrío.

“La gente está caliente cuando está viva”

-¿Qué haces levantado tan pronto?-la voz de Nezumi se arrastraba por su garganta. Todavía estaba medio despierto. ¿Qué hora sería? ¿Las seis de la mañana, quizás? Con razón aún no había sonado el despertador.

-Me estoy preparando para trabajar. Puedes volver a la cama, si quieres.-ladeó levemente su rostro para poder besarle en la frente.

-¿Cómo te encuentras?- Shion se preguntó si había escuchado lo que le había dicho.

-Bien. Hoy voy al médico al mediodía, después del trabajo.

-Iré contigo. No me voy a separar de ti en todo el día.-restregó su melena negra contra su hombro. A pesar de tener los ojos cerrados a cal y canto con las legañas, estaba completamente despierto.

-¿De verdad quieres venir? Sabes a lo que te expones.

-Bah, no me importa que me echen a los leones si estás tú para recoger los pedazos.

...

Las puertas del Congreso se abrieron ante ellos. Ni las águilas reales extenderían sus alas con tal majestuosidad. Shion cruzó el umbral decidido, sin mirar atrás, con paso firme y sonoro. Su cabeza desnuda no pasó desapercibida desde el minuto uno. Los presentes clavaron la mirada en él sin ningún tipo de reparo, sin disimular. ¿Cómo es que ayer tenía una media melena blanca y hoy no? ¿Qué arrebato le había dado? Nezumi también le observó. Sentía su determinación, su aplomo, su valentía. Le fascinaba. Le tomó la mano, ante sorpresa del hombre moreno. Se la apretó. Notó sus latidos en los dedos. Shion respiró con profundidad. Y continuó andando.

-Presidente,-le asaltó una mujer, caminando a su vera toda su conversación.- recuerde que tiene una reunión ahora a las nueve y media con el ministro de cultura sobre la preservación de las ruinas de No 6.

-Lo sé, lo sé. Gracias por recordármelo.

-Presidente,-esta vez fue un hombre el que repitió la misma acción.- tenemos que hacer balance de los gastos de la nación este mes.

-De acuerdo, pero yo a las dos y media debo estar fuera. Tengo una cita muy importante.

-Pero tenemos que...

-Por favor, no puedo faltar a esa cita. Mañana seguiremos con lo que hoy comencemos.

Su voz se le notaba cansada cuando mencionó que tenía que irse antes. El médico. Recordó que Shion le había comentado que tenía que ir al médico cuando él aún estaba medio dormido. Un violento escalofrío recorrió su vientre hasta colisionar con el esternón. ¿Qué le iba a hacer? ¿Iba a tocar su cuerpecillo pálido y consumido por la enfermedad con esos guantes congelados? ¿Iba a introducirle miles de sustancias por sus finas y frágiles venas? ¿A qué iba a enfrentarse? Su espalda se liberó de otro temblor que le golpeó como un látigo. ¿Qué era lo que iba a ver una vez hubiesen entrado en la consulta...?

Shion abrió la puerta de su despacho, liberándose de un suspiro de nuevo. Su cargo era tanto menos agotador; a pesar de tener el respaldo de una serie de ministros y consejeros, el peso del nuevo país recaía sobre sus hombros. Un paso en falso y todo lo que había construído se vendría abajo. Se desabrochó un botón, o quizá dos, de la camisa. Necesitaba respirar. En el momento en el que ambos entraron en la sala se percataron de que no estaban solos.

-Shion.-ese timbre de voz...-me gusta que seas puntual, te he recopilado una serie de puntos que es bueno que toques en la reunión para hacerte de gui...

Detuvo su charla en el momento en el que alzó la mirada de los papeles que tan obcecado había estado revisando toda la mañana. Los ojos grisáceos de Nezumi se toparon con los suyos. No sería la primera ni la última vez.

-Eve... ¿Eres tú?

-No, soy el fantasma de tu puta madre. Claro que soy yo, viejo loco.

Rikiga soltó una estentórea carcajada en tanto que se le acercó, solo para darle una fortísima y sonora palmada en la espalda al recién llegado.

-¡Coño, parece que han pasado mil años!-de nuevo guardó silencio al desviar fugazmente la mirada hacia el joven presidente. ¿Dónde estaba... la peluca?- Shion, te has... olvidado...ejem...

-Tranquilo, él lo sabe.-respondió, con esa sonrisa dulce dibujada en sus labios que tenía el magnífico poder de inculcar calma a quien la admirase.-Y he decidido no volver a usar la peluca. Me gusta estar así.

-¿Lo sabe?

-Espera, ¿ÉL lo sabe?

Ambos entrecruzaron sus voces, señalándose mutuamente. Shion contuvo una leve risita, contestándoles por orden, intentando que ambos comprendieran la situación actual.

-Por supuesto que lo sabe, es mi pareja. Nezumi, se lo he contado a Rikiga porque es mi secretario. Y... se ha casado con mi madre hace unos cinco o seis años.

-Vaya, así que lo has conseguido, vejestorio.-ahora la palmada se la devolvió Nezumi, riéndose con desparpajo, como solía.

La sonrisa del joven volvió a trazarse en sus labios finos y quizás un tanto resecos por la destrucción celular masiva del tratamiento. Se inclinó hacia él y le besó suavemente. Ya no le importaba que Rikiga supiese lo suyo. Ni él ni nadie. Había vuelto. Le sentía a cada momento dándole cuerda a sus latidos.

-Me adelanto a la reunión para ir repasando un poco los puntos, ¿vale? Espérame si quieres en la cafetería. Te quiero.

-Y yo a ti.

Sellaron el trato con un beso más, antes de separarse poco a poco. Ir perdiendo lentamente el calor ajeno que se impregnaba en la propia ropa era ciertamente angustioso. Shion salió del despacho, llevando los esquemas en sus manos para darles un rápido vistazo. En cuanto cerró la puerta, Rikiga apresó el brazo de Nezumi con fuerza, tirando de él hacia atrás. Le cortó literalmente el aliento durante un instante.

-¿Qué pasa?-no se vio capaz de añadirle ningún tipo de calificativo, ni de llamarle por su nombre. Solo le aferraría de esa manera si quisiese revelarle algo importante. Y temía saber sobre qué tema.

-Mira, Eve, no es que te guarde rencor, pero voy a dejarte las cosas claras. Nunca me has gustado para Shion, puede que antes no lo exteriorizase, pero ahora soy su padrastro. No va a decírtelo, desde luego, pero le jode que hayas vuelto justo en este momento. Está muy enfermo, y le dejaste con un crío a los 16 años. Eres peor que los chavales que preñan a las niñas y después no se les ve el pelo.

-Oye, yo no le obligué a que le salvase. Él se hizo cargo del bebé porque quiso.-interrumpió el hombre moreno, apartando la mirada. Sus verbas le hacían daño. Se le clavaban. Le ardían por dentro.

-¿Ves? No has cambiado nada. Sigues siendo el mismo tío egoísta y narcisista que cuando te fuiste. Pero Shion sí que ha cambiado. Es padre de  familia, presidente de un país y aún por encima enfermó de cáncer. Vas a volver a crearle falsas esperanzas y cuando vuelvas a irte se sentirá mucho peor.

Tuvo que decirla. Tuvo que pronunciar esa palabra. Esa maldita palabra entre todas las que existen en el idioma. No utilizó un sinónimo, no volvió a utilizar "enfermedad" para referirse a ello. Nezumi apretó los puños. Su corazón arremetió contra las costillas. Sintió sus uñas clavársele en la piel. Cáncer, cáncer, cáncer, se repetía. Shion tiene cáncer. Tiene cáncer, ¿la culpa es mía? ¿Yo le enfermé? ¿Tiene el maldito cáncer por mi culpa, porque me fui? Ni siquiera supo de dónde sacó las fuerzas para responderle con serenidad.

-He podido cometer errores, pero yo también he cambiado. Vivo por y para Shion, y le cuidaré, porque le quiero. No me importa lo que opines.

Apartó a Rikiga de un empujón que ni siquiera controló y salió de la sala mirando al suelo.  No sabía a dónde iba, solo tenía que alejarse de allí. Aún sentía el olor de Shion. Su presencia. Su beso. Aquella palabra martilleaba su mente. Cáncer, cáncer, cáncer. Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez veces. Se ahogaba con su propia respiración. Comenzó a dolerle el pecho. Se dirigía a ciegas por el pasillo, se lo repetía, desgranando la palabra, rompiendo su estructura, penetrándola hasta no sentir nada. Cáncer, cáncer, cáncer. Después juntaba las dos. Shion. Cáncer. Y un gemido le desgarraba los pulmones. Se encontró fuera. Necesitaba aire. Se dejó caer. Apoyó la espalda en una columna. Abrazó sus propias rodillas y se replegó sobre sí mismo. No podía permitirse el lujo de hiperventilar. Perdería el sentido. Shion se enteraría. Shion, pensó. Mi Shion. Mío, mío, mío, mío, que no se atrevan a quitármelo. Acabaré con ellos. Acabaré con quien se atreva a arrebatármelo de mi lado. Rompió a llorar. Su abuela le había dicho desde niño que no lo hiciera, que no mostrase su debilidad, pero el sentimiento era demasiado abrumador. Su Shion. Su Shion tenía cáncer. Y por si fuese lo suficientemente doloroso, por si no tuviese suficientes lágrimas que malgastar, tenía que decirle aquel viejo cabrón con quién tenía que estar. Con ese tono tan afable de "quiero lo mejor para los dos". Los cojones. Él no podía vivir sin Shion. Shion le había echado de menos. Por fin se tenían el uno al otro, podían dejarles en paz. Vivir en paz...

La taza de tila ardía en las manos de Nezumi. Aquel líquido amarillento de tan vomitivo aspecto parecía magma volcánico al tocar con su piel. Había decidido ponerse de pie, respirar muy profundamente, y dirigirse al bar que Shion le había indicado. Seguramente sería el primer sitio en el que buscaría por él, y no quería demorarse en estar a su lado. Sus ojos dibujaban todas las venas borgoña que transitaban por ellos. Había llorado lágrimas que no sabía que tenía. ¿Le quedaría alguna para empapar sus ojos? Lo más irónico es que, de todo lo que le dijo, lo que más daño le provocó fue haber pronunciado esa maldita verba con tanta airosidad. ¿Es que no le importaba nada? Seguramente, no tanto como a él. Se llevó la taza a los labios y bebió un pequeño sorbo. Ya no temblaba. Sus nervios se habían paralizado. Insensibilizado. Al menos ahora podría comportarse de una manera normal, sin dejarse llevar por la ansiedad.  Esperó pacientemente. No supo cuántas horas pasó con la taza en las manos. ¿Una, dos, tres tal vez? De vez en cuando la acercaba a los labios y los mojaba con la infusión. Nada más. Apenas si bebía un pequeño trago. En el fondo  de sí temía su reacción al ver a Shion entrar por la puerta.

Sintió un beso en la melena.

Se estremeció. No muy bruscamente. Simplemente un breve temblor.

-Ya he acabado, ¿nos vamos ya? En mi coche llegamos en diez minutos.

En contra de todo pronóstico, su voz le tranquilizó. Se llevó una mano al corazón. Latía muy despacio, casi no lo notaba. Ya no tenía palpitaciones.

-Vale. ¿Te encuentras bien, Shion?-sonó calmado, tierno, dulce.

-Ahá. Un poco cansado, no saben hacer nada sin mí.-bromeó, soltando una carcajada mientras le tendía la mano. No para ayudarle a levantarse, sino para caminar los dos juntos. Sintiéndose mutuamente.

-¿Te han preguntado algo del pelo?

Shion se mantuvo un instante en silencio.

-No. Solo se me quedaron mirando. Pero no me dijeron nada.

Quiso dejar el tema zanjado. Selló sus labios con una capa de saliva. Nezumi lo notó. Quizás no estaba diciendo toda la verdad. Era tan trasparente como el cristal. Cada vez que le miraba era como radiografiar su conciencia. Podía incluso ver las manchas que carcomían su corazón cuando guardaba una mentira. Rikiga estaba equivocado, no había cambiado. Seguía siendo el niño del que se enamoró cuando tenía 16 años. Quizás más mayor, con una distinta vestimenta, sin cabello, pero era él. Con el mismo con el que hacía el amor a escondidas de sí mismo, el mismo muchacho sensible, tímido, alegre, soñador, inocente. Su visión de él no variaría por muchos años que pasaran. Notó la presión de su mano. Las comisuras de sus labios se elevaron suavemente, mostrando aquella sonrisa que le mantuvo tanto tiempo apresado a su recuerdo. Era tan injusto lo que estaba viviendo aquel hombre justo y bueno que Nezumi creía no ser capaz de soportarlo en el momento en el que se metió en el coche y se cruzó con su pupila la imagen de Shion apoyando una mano en el volante y la otra en su frente, paralizado por las punzadas en la cabeza.



Los hospitales siempre habían sido lugares fríos exentos de humanidad. Más y más a medida que el tiempo avanzaba. Las puertas de las consultas eran de color plateado, las citas salían por unas pantallas de manera automática, ahorrándose un secretario que las llamase. A cada persona se le asignaba un número, el de su historia clínica, y al fichar en cuanto entraban en la sala de espera, su turno quedaba registrado.  Nezumi sentía escalofríos en aquel lugar. Echó de menos en aquel momento el bosque en el que su madre le había criado, las montañas, el campo, los animales, el olor de un cigarro. Miró de soslayo a su compañero. Jugaba con la cartilla entre los dedos, un tanto tenso, aunque más que acostumbrado al ambiente. Sus ojos color vino escudriñaban la portada, en la que figuraba su nombre y el susodicho número que le identificaba dentro del sistema de salud. Había adquirido un albinismo encantador, igual que el del conejo blanco del cuento de Lewis Carroll. Si por él fuese no dejaría de mirarle.

-¿Nervioso?-su tono grave irrumpió en los pensamientos de Shion.

-Un poco.-susurró, sin perder esa maravillosa sonrisa. Estrechó la libreta contra su pecho en un acto reflejo.-Tendría que tener la sangre muy fría para no estarlo.

El moreno inclinó poco a poco su cuello clavando la mirada en el techo. Era de un blanco tan límpido que daba náuseas. Suponía que así era como tenía que ser. La decoración invitaba a la gente a que limitase lo máximo posible sus visitas, hasta quedar solamente con los pacientes que realmente tenían algún problema serio. Como era el caso de Shion…

-Tranquilo.-sonaba con tanta dulzura que le acariciaba con la voz.-Es el mejor oncólogo de la ciudad, me he asegurado de ello. Está muy especializado en la materia.

“Oncólogo”. Esa palabra tampoco le acababa de caer simpática.

-Más le vale a ese matasanos dejarte preciso como un reloj o me encargaré de hacerle la vida un infierno.

Ni siquiera pensó en lo que decía. Arrancó las palabras de dentro tal y como las sentía, sin pasar por ningún filtro previo. Su compañero sonrió. Tomó su melena negra y lentamente fue ladeando su cabeza, flexionándola, hasta encontrar descanso entre sus dos clavículas. Le besó justo donde su mejilla se había apoyado. La sensación de tranquilidad que le invadió en aquel momento fue inigualable. Irrepetible. Las miradas escandalizadas de la gente se disiparon. Les cubrió una densa niebla que les ocultaba del mundo. Ya no notaba los chispazos de incomodidad en su columna, ni la desazón ardiendo en su esternón. El huequecillo que le ofrecían los brazos de Shion era un universo aparte. Cerró los ojos. Podría besarle en el límite que separaba la piel y del cuello de la camisa hasta que dejase de ser consciente del paso del tiempo. Lo único que le iba marcando una ubicación dentro de la realidad eran los latidos de su corazón contra su oído. Tan solo eran un feble eco. Sonaban como un suspiro. Como las gotas de lluvia rompiendo contra el suelo. Como las manecillas de un reloj. Deseó no volver a abrir los ojos. Morirse en cuanto sintiese ese corazón apagarse. Sin variar de posición. Sin moverse más que para respirar. Le había extrañado tanto. Pensar que los latidos que escuchaban no eran los suyos propios al haberse acostado sobre su antebrazo. Eran los de Shion. Ni siquiera el mar abrazaba la arena con tanta delicadeza en el vaivén de sus olas.

-691832. Puede pasar a consulta.

La máquina arrancó de sus metalizadas entrañas aquella frase. El albino abrió los ojos de golpe. Su corazón se estrujó en una fuerte palpitación. Esa era su identificación. Rompió el halo con un balanceo en el hombro de Nezumi. “Me tengo que ir” susurró. “Voy contigo” recibió como respuesta. Se levantaron casi al tiempo, cogiéndose de la mano en un acto reflejo. Tenían miedo.

El médico apenas si rozaría los cincuenta. Mascaba un chicle de nicotina parsimoniosamente, revisando sus datos en un sofisticado ordenador. Parecía no haber ni un solo movimiento de Shion que se les escapase dentro de la información que poseían. Incluso, se excedían del terreno de la salud. Lo primero que les pidió en cuanto entraron por la puerta, con una voz rasposa, fue que tomasen asiento. Seguían con los dedos entrelazados. El cuerpo entero de Nezumi temblaba imperceptiblemente.

-Bien, ¿cómo te has encontrado estos días, Shion?

-Me ha dolido mucho la cabeza. Y me he mareado unas cuantas veces. Me he controlado la tensión como me mandó y no ha subido de 10, 5. El pulso lo tengo algo más elevado.

Anotó todo en su ordenador, con una diligente mecanografía.

-¿Has conseguido comer algo?

-Poco. Alguna cosa pasada por la plancha y así. Si no soy capaz, tomo un zumo o un batido, pero no tengo mucho apetito.

-¿Y dormir? ¿Problemas para conciliar el sueño todavía?

-No. Creo que se han ido.

Le miró. ¿Estaba sonriendo? ¿Había sido él quien había mejorado sus noches?

-Doctor,-esta vez fue el muchacho albino el que le preguntó a él, en proceso inverso.- ¿Ha recibido los resultados del escáner?

Cesó en seguir rumiando su clicle para mantenerse completamente estático. Suspiró profundamente por la nariz, empujando el aire que movía su vello como si se tratasen de anémonas. Uno nunca estaba acostumbrado a decir cosas así.

-Te seré sincero. Una gran parte de su cerebro está afectada. Operar sería una monstruosidad. Será cuestión de tiempo que alcance el centro respiratorio o el bulbo raquídeo.

Apretó más fuerte la mano de Nezumi. Le devolvió la fuerza. Shion lo comprendió en un segundo. Sus conocimientos sobre ciencia nunca antes le habían parecido tan prescindibles. Su compañero se inclinó hacia delante, clavando sus ojos grises en el facultativo. ¿No le estaría diciendo…?

-¿Y eso qué quiere decir?

Se relamió los labios, manteniéndole la mirada. Todos los músculos del joven Shion se entumecieron. Se tornaron en hielo. En mármol. En acero.

-Siendo optimistas, solo le quedarían unas diez semanas de vida.

Sus pupilas se quebraron. No podía dejar de escudriñar al médico. Su semblante era tan serio, sus palabras tan duras. Tenía que estar equivocado. ¡Tenía que estar mintiendo! Diez semanas… Shion… Sintió la presión que ejercía sobre su mano desvanecerse en un segundo. Su alma parecía haberse apagado, dejando el cuerpo atrás. Solo respirando, bombeando sangre, con la mirada en la pared. No, él no podía hacerle eso. Él no podía estar diciéndole eso. No tenía derecho a sesgar su vida de ese modo. Shion… Miles de palabras se agolparon en su mente. Martillearon sus entrañas. “Pedazos”, “narcisista”, “egoísta”, “cáncer”, “diez”, “semanas”. Todo estaba tan jodidamente planificado, encajaba de una manera tan cruelmente exacta que sintió que no podía soportarlo. Diez semanas. Solo diez semanas. Compensar el dolor de años y años de abandono, de desespero, de angustia, de soledad en diez semanas. Nezumi sintió tornarse azul. Sintió quedarse sin aire. Apretó los puños. Alzó el tronco. Golpeó la mesa. La sangre comenzó a correr a la velocidad de la luz.

-¡¿Es que no piensa hacer nada?! ¡¡Tienen tanta mierda de tecnología, para qué!! ¡¿Para dejar que se muera así?! ¡¡Es usted el que le está matando!!

Los gritos salían de su pecho tan naturales como la propia respiración. Aunque el médico intentó razonar con él, estaba completamente cegado por aquella fecha. Por la sentencia. Diez semanas. Era de su novio de quien estaban hablando. Del único hombre que consiguió hacerse un hueco en su corazón tan profundo que para salir de allí tendría que quitarse la vida. Nunca más vería el iris rojizo de sus ojos. Los mechones blancos de sus patillas. Su sonrisa infantil cargada de dulzura. La cicatriz que cruzaba su cuerpo desde el dorso de los pies. El tacto de sus manos. Su voz. Su aura. Su calor. “La gente está cálida cuando está viva”. Sus propias palabras se volvieron contra él como un arma de doble filo. La impotencia ascendió por su columna como un rayo atronador atravesando la coraza de frialdad que le protegía. Shion. Diez semanas. No, Shion no, por favor. Que se lo llevasen a él. Ya no le importaba seguir adelante. El mundo sin él no tenía sentido, no, no tenía. Deseó arrancarse desde la médula espinal y entregárselo todo. No podía morir. Era injusto. Mierda, Shion. Shion. Shion.

Una mano apresó su muñeca.

-Nezumi, ya basta. Siéntate.

Tan suave pronunciación. Tan dulce susurro. Tan temblorosa frase.

-¿Piensas seguir con el tratamiento, Shion?

-Sí.-ni pensó su respuesta. La escupió.

-Entonces seguimos con la pauta que tenías establecida. Si te encuentras mal, llama al 091 y mandaremos una ambulancia de inmediato. Si por el contrario deseas el ingreso voluntario en algún momento, yo te lo avalaré. Lo siento muchísimo. De veras que lo siento.

El albino se levantó. Le estrechó la mano y salió por la puerta. Sin más.



Los pasos de Nezumi eran largos y costosos. Apenas podía alcanzarle, caminaba demasiado deprisa. Miraba al frente, sin detenerse. Pero no como cuando entró en su edificio de trabajo. No. Era una marcha desesperada. Intentó cruzarse con sus ojos. Quería verlos. Quería ver aquellos iris bermejos. Escuchar la voz salir de su boca.

-Shion. Shion, espera. ¿Qué coño, Shion? ¿Por qué no dices nada? Espera.

La desesperación se enraizaba con la ansiedad en su interior. Le oprimían. Necesitaba que le hablase. Que le dijese algo. Cualquier cosa. Aunque fuese una mentira. No le importaba, solo quería oírle hablar. Mas se movía casi como un autómata, labios sellados uno contra el otro, ojos clavados en el horizonte, cuello erguido, espalda recta. Nezumi no podía dejar de gritarle. Cuanto más ignoraba sus ruegos, más angustiado se sentía. Se fueron acercando a la puerta. No le quedaban lágrimas. El dolor se le acumulaba todo dentro, como ácido, burbujeaba, quebraba y crecía.

Nubes negras. Lluvia que se presagia. Viento que corta. Shion se detuvo en seco. Respiró profundo. Nezumi permaneció a su lado. Respuestas que nunca parecían llegar. Se preguntó en qué jodido momento decidió que la mejor opción había sido haber vuelto. La culpa le empujaba al abismo, le golpeaba, le dejaba exento de fuerzas. Si tan solo hubiese vuelto en el instante justo. ¿Pero cuál era? ¿Es que no existía el instante justo? ¿Estaba ya en él? ¿Contando sus errores de diez en diez?

Shion abrió los labios.

Tomó aire.

Sintió su alma derrumbarse.

Permaneció con la boca abierta. Unos segundos.

Estrechó la garganta.

 -¡Aaaaaaaaaaaah!

Un gemido tan profundo como el mismo abismo arrasó con todo buen pensamiento, arrancó de sus entrañas toda esperanza. Su voz se rompió en mil fragmentos que se escapaban con su propia respiración, que se convirtieron en lágrimas que herían su piel. Nunca antes había llorado con tanta intensidad. Nezumi. ¡Nezumi! Quiso pronunciar su nombre, mas no pudo cerrar los labios. Se dejó caer. Sus brazos le rodearon. Ya no sabría distinguir si su presencia era real o una simple ensoñación de su mente enferma. Olía a él. Tenía que estar allí. Enterró la cabeza en su ropa. No le importaba no poder respirar. Los sollozos temblaban en la punta de su úvula. Iba a irse sin poder pasar más de diez semanas con él. ¿Para qué echarle de menos si su enfermedad se lo quitaría todo? ¿Para qué luchar ya, de qué serviría? ¿Por qué no podía morirse en los brazos de Nezumi? Sintió sus manos oprimir su espalda, clavarse en su carne. El dolor, la desazón, la impotencia. Seguía vivo. Le empapó con sus lágrimas. Le sumergió en sus alaridos. Se hundían. Se hundían juntos.

-Shion, deja de llorar. No llores, por favor. Tranquilo. Nos quedan diez semanas.-lo repetía. Se le había clavado entre ceja y ceja.-Diez semanas para nosotros solos. Diez semanas. Tranquilo. Tranquilo, mi vida.

Nunca le había llamado así. En su adolescencia, una palabra así de los labios de Nezumi le habría emocionado tanto que no podría soportar sus propias lágrimas de alegría. Y ahora, escucharle con la voz hecha pedazos, le apuñaló en medio del corazón. Aunque se sintió calmado. La correspondencia ahora era tangible. No tenía que buscar su amor entre la niebla. Se agarró fuertemente a su cazadora. Arqueó la espalda. Sus vértebras protruyeron. ¿Cuánto había adelgazado? Le abrazó fuerte. Quería sentir su llanto, sus gemidos, su calor. Quería sentir que estaba vivo, de pie, allí, con él.

-Le arrancaré la cabeza a ese cabrón.

Cerró los ojos. Apretó los dientes.

Una mano acarició su mejilla.

Shion.

¿Sonreía entre lágrimas?

-¿Por qué todo tiene que ser blanco o negro contigo…?

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