sábado, 30 de marzo de 2013

Diez meses



Nezumi dejó su mochila encima de su antigua cama y se sentó a su lado. El piano, los libros, las estanterías, todo seguía tal y como lo había dejado. Shion había optado por mantener todo como si nunca se hubiese ido. Quería que cuando por fin llegase el momento del reencuentro no se equivocase de casa, ni se sintiese extraño en la morada que él habitase. Cenaron juntos. Como en los viejos tiempos. La presencia del niño no le incomodó; todo lo contrario, se sentía completo con él. No hacía más que acribillarle a preguntas, mirándole con aquellos ojos almendrados y curiosos.

-Papi, ¿por qué eres un vagabundo?

-No soy ningún vagabundo.

-Shionn, no le hables así a tu padre.

-¿Entonces por qué andas con esa ropa tan sucia?

-Pues…

-Porque no tenía otra, cielo. Se la había olvidado en casa.

-¿Y por qué no estabas en casa con papá y conmigo?

-Eh…yo…

-Tenía trabajo que hacer fuera, vida, pero ya lo ha acabado.

Nezumi intercambió una mirada cómplice con su pareja. Tenía siempre la respuesta adecuada. Siempre la tuvo. Su inventiva, que siempre le pareció innecesaria e idealista, le estaba salvando el pellejo ante el bombardeo de cuestiones del pequeño. Todavía no se acostumbraba a eso de “papi”. Aunque al menos el origen del pequeño le fue aclarado al rebuscar entre sus recuerdos mientras perseguía un pedacito de patata que nadaba en el resto de la sopa. Shionn, que así le habían llamado, era el niño que habían salvado de la limpieza humana en la que se habían visto inmersos antes de introducirse en las entrañas de la ciudad santa. Al parecer no solo había sobrevivido, sino que Shion se encargó de él y le crió como hijo suyo todo ese tiempo. Le había cuidado bien. Se le veía sano, alegre, inteligente y mordaz. Igual que su padre, quien se apartaba el cabello blanco para engarzarlo tras el oído al comer. Incluso el corte era el mismo que cuando se había ido. El tiempo parecía no haber transcurrido en aquella habitación. El pequeño cogió un pedazo de pan y se inclinó para dárselo a los tres ratones. Cravat, Moonlight y Hamlet. ¿Todavía seguía allí esa anticuada tecnología? Definitivamente, no había cambiado nada. Intentando que sus progenitores no se diesen cuenta, Shionn tomó la taza de sopa entre sus manos, a medio terminar, y se la entregó a los animalitos. Su padre, al verle, le regañó, pero sin evitar reírse, envolviéndole con sus brazos para impedírselo.

-¡Eh, eh, esa es tu comida! ¡Nada de trampas! ¡Tienes que comértelo todo!

-Joooo, papáaaaa, no tengo hambreeee-se quejó, carcajeándose igual que su padre.

-Anda, come un poco más, ¿eh? O papi va a pensar que aún eres un niño pequeño.

Shion se enderezó con su hijo contra su tronco, quien dejó sobre la mesa el tazón de sopa, pues sabía que recibiría una buena bronca si lo rompía. Nezumi sonrió, haciéndole un gesto con la cabeza para indicarle que le hiciera caso. Aunque no se le daban demasiado bien los niños, se sentía aceptado en el seno de aquella pequeña familia.

En cuanto terminó la cena y Shionn se fue por fin a la cama llegó el momento que habían estado durante tanto tiempo anhelando, especulando, deseando. La regresión, la calidez, la cercanía. El albino dejó los platos encima de la mesa. Tendría tiempo para fregar más tarde, pero el momento le reclamaba, tendría que ser ahora, ahora o nunca. Sin mediar una palabra tomó entre sus manos el rostro de Nezumi y sus labios se fusionaron en un profundo beso. Viajó por todos los recovecos de su boca, la exploró, acarició sus encías, escaló sus dientes, bailó con su lengua. Y ambas pelvis se juntaron a ritmo de vals. Subió poco a poco su camiseta hasta arrebatársela. El contrario fue desabotonando uno a uno los botones de su camisa. La ropa cayó al suelo por su propio peso. No tenían nada que esconder. Nada que reprocharse. Estaban allí, desnudos, uno enfrente del otro. Sin escudos. Sin armas. Sin complejos. La cicatriz todavía envolvía el cuerpo de Shion con magistral dulzura. La espalda de Nezumi seguía quemada hasta la capa interna de la dermis. Podrían reconocerse leyendo en braille en la piel del otro. Se abrazaron de nuevo. Tantísimo tiempo llevaban añorando el tacto que desprendían hasta que por fin lo sentían. Y era tal y como recordaban. Mas ya no eran dos adolescentes que jugaban a amarse. Eran adultos que conocían ya los recovecos de su propio corazón. Y en todos y cada uno de ellos tenían al contrario reflejado. Nezumi besó el cuello de su amante, mordiendo con suavidad el contorno de su mandíbula, mientras él trazaba dibujos en su espalda. Lentamente se acostaron en la cama, sin soltarse ni un solo instante. Absorbiendo el calor ajeno. Bebiendo el sudor. Mezclando la saliva. Se oprimieron uno contra el otro. Ambos pares de manos otearon la fuente de placer que estaban buscando. No podían dejar de besarse, de tocar el cuerpo del contrario, necesitaban saber que todo permanecía en su lugar, que nada había desaparecido. Silenciaron sus gemidos con suaves caricias. Apretaron los dientes. Shion escondió el rostro contra la almohada. No podía contenerse. Deseaba soltar un chillido del que toda la ciudad fuese consciente. Necesitaba hacer saber que ya no era el hombre solitario que esperaba por un sueño incumplido. Estaba allí, en la misma habitación, con Nezumi, haciendo el amor. Él había vuelto. Contra todo pronóstico, a contracorriente, desoyendo lo que sus allegados le decían. Que siguiese con su vida, que dejase de esperarle, que nunca jamás estarían juntos de nuevo. Que su recuerdo solo le haría daño. Pero estaba allí, estaba allí, le sentía entre sus brazos, notaba sus piernas entrelazadas, sus dedos aprehendiendo su sexo. No era un espejismo. No estaba muerto. Se oía a sí mismo respirar. Nezumi besó su cabello blanco con dulzura. Su cabeza se despegó de la almohada y se hundió en su pecho. Sintió sus latidos contra su frente. Estaba vivo, como él le dijo aquella vez, y nada más importaba.

Un gemido.

Un suspiro profundo.

“Te quiero”.

“Te quiero, te quiero, te quiero”.

Podría decirlo miles de veces y eso no resumiría lo que sentía por él.

Y el sentimiento era más que mutuo.

-Parece que ha pasado una eternidad desde que hicimos esto por última vez.-el tono de Nezumi se convirtió en un susurro. El ronroneo de su voz húmeda le hizo estremecerse.

-Sí. Lo haces muy rico, vas aprendiendo.

-Eh, eso debería decírtelo a ti. Tú eras el que no tenía ni idea sobre sexo.

Shion soltó una carcajada nerviosa contra el pecho de Nezumi. Era cierto, cuando se habían conocido apenas si era un chaval de 16 años sin nada que perder, inexperto y asustado. Un muchacho que se había convertido en todo un hombre, en un cabeza de familia, en el presidente de una nueva ciudad que consiguió convertirse en un lugar pacífico a pesar de haber nacido del odio y la destrucción. Un hombre que desde su juventud no había vuelto a sentirse a gusto en su propia cama hasta aquel preciso instante. Sin embargo, tuvo la necesidad de levantarse, no sin antes besar en los labios a Nezumi.

-Voy a darme una ducha, me encuentro un tanto pegajoso. Tú también deberías.-le guiñó un ojo, antes de bajarse definitivamente de la cama y salir de la habitación, camino al cuarto de baño.

El moreno observó en todo momento cada pequeño gesto, cada mirada, cada detalle, cada atisbo de lenguaje no verbal de Shion. Definitivamente no había cambiado nada. Quizás sí en que ya no temblaba indeciso cuando hacían el amor, igual que si fuese un niño que cometía una travesura. Se inclinó hacia su mochila, la cual yacía en el suelo para dejarles sitio, y extrajo de ella un paquete de tabaco con su mechero correspondiente. Cuando se habían conocido no se le pasaría por la cabeza echarse un pitillo después de consumar, pero ahora realmente lo necesitaba. El humo le tranquilizaba. Sus curvas danzantes en el aire le recordaron aquella “primera vez”. Incluso él se cuestionó en aquel momento, cuando por primera vez vio a su amante desnudo, si estaba haciendo lo correcto, aunque en ningún momento lo exteriorizó. Mas fue la mejor decisión que tomó en su vida. Seguir el camino de su corazón hacia una dirección correcta.

Antes de que le diese tiempo a comenzar a culparse a sí mismo por haberse ido de una manera tan abrupta, se fijó en que Hamlet deslizó su cuerpecillo por un hueco de la puerta para salir afuera. Una infantil curiosidad hizo que dejase el cigarrillo aparcado en uno de los cuencos todavía sin lavar, se pusiese los calzoncillos y saliese a espiar al ratoncito. Escuchó desde el pasillo el fluir del agua de la ducha. ¿Habría algo de malo en que entrase? Por supuesto que no.  Quería pasar cada momento de su vuelta con Shion, y qué mejor para ello que una pequeña y morbosa sorpresilla. Se le acercaría por detrás, abriría la cortina de la ducha muy despacito y le besaría en un hombro. Solo pensarlo le excitaba.

Giró la manecilla.

Entró despacio. Sin hacer ruido.

Entonces, se quedó completamente paralizado.

Encima del lavabo, colocada en un pequeño soporte con forma de una semi esfera, había colocada una peluca blanca, sobre la cual jugueteaban los tres ratones.

¿Qué clase de broma pesada es esta, maldita sea?

Bruscamente, sin siquiera pensar en sus actos, la cogió con ira y corrió la cortina, cegado por la incertidumbre y el odio.

-¡¿Qué se supone que significa esto?!

Shion se giró rápidamente. Sus ojos eran como agujas incandescentes.

Tenía la cabeza completamente despoblada de cabello.

¿Qué coño está pasando, joder?

No podía creerlo.

No, no QUERÍA creerlo.

Shion se tapó la cabeza con ambas manos. Sus ojos le seguían mirando. Su mirada dolía tanto, pero no podía apartarla en ningún momento.

-Nezumi, yo… Deja que te explique, por favor.

-Cojonudo, porque me debes una explicación.

En un suspiro apagó el agua de la ducha. Ni siquiera se preocupó por secarse o vestirse. Tenía que arrancarlo de dentro ya o le perdería. Y no podría permitirse eso. No ahora.

-Tengo cáncer.

Aquellas palabras le atravesaron el pecho. Eran lanzas envenenadas. Eran lo más cruel que podía oír salir de sus labios. No, no, no iba a creerlo. Había vuelto a verle, ¿le estaba diciendo que había caído enfermo justo el día en el que se habían reencontrado? Tenía que ser una pesadilla. Seguramente abriría los ojos y se encontraría a Shion durmiendo a su lado, con su media melena blanca tendida sobre la almohada como si de nieve se tratase. Si eso fuese cierto, no sería menos que un monstruo. ¿Se había atrevido a dejarle solo durante diez largos años, con un niño a su cargo y una enfermedad a sus espaldas? No, no, no.

-Eso es imposible.-fue lo único que articuló. Su voz temblaba.

-Me lo diagnosticaron hace diez meses. Me encontraba mareado y sentía que a veces me fallaba el equilibrio, así que me hicieron un TAC y una biopsia. Tengo un tumor en el cerebro, parece ser que es de una naturaleza bastante extraña, que no habían visto nada igual desde hacía mucho tiempo. Investigué en los archivos médicos y las autopsias. Uno de los antiguos fundadores de No. 6, el que también sobrevivió al ataque de las abejas parásito, murió debido a un tumor poco más grande que el mío. Me han sometido a un tratamiento experimental. Es muy agresivo, más que el convencional, de ahí que me haya caído el pelo.

La peluca resbaló de los dedos de Nezumi. Se convirtió en hielo frío y escurridizo. Sus ojos se anegaron en
lágrimas. Su aliento le falló. ¿Acaso era verdad lo que le estaba diciendo? Su semblante se veía tan serio. Veía cómo su pecho temblaba al respirar. Mierda, Shion, si es una broma más te vale desmentirlo de una buena vez. Tenía que serlo, tenía que ser una broma de mal gusto.

-Lo siento, Nezumi.-se envolvió con sus propios brazos. Se le notaba el miedo en la mirada. La tristeza, la incertidumbre, el arrepentimiento.-No quería que te enterases así.

-Sé que no ibas a decírmelo.-respondió secamente. ¿Cómo podía sonar tan insensible con todos aquellos sentimientos arañando su interior?

Shion desvió la mirada hacia el suelo, sin dejar de abrazarse para paliar el frío. Efectivamente. Aunque confiaba en Nezumi más que en ninguna otra persona de su entorno, lo que menos pretendía era que, en cuanto volviesen a verse, se enterase de su enfermedad. Se llevó ambas manos a la cabeza y se agarró la melena negra. Diez meses. Diez jodidos meses le separaban de ser una buena pareja o ser un completo cabrón. Durante diez meses Shion tuvo que lidiar contra sí mismo y salir adelante sin un soporte que cada noche le dijese que todo iría bien e instaurase de nuevo una semilla de confianza en sí mismo. ¿Qué era lo que había estado haciendo él en todo aquel tiempo? ¿Qué había sido más importante que la persona a la que más había querido en su vida? Cada vez era más y más improbable la explicación de que todo fuese una enajenación nocturna.

-Si hubiese venido… Diez meses antes…-fueron las únicas palabras que se vio capaz de arrancar de la garganta.

Shion salió de la ducha. Tomó su rostro. Qué frío estaba.

-Nezumi, no podías saberlo.

-Debí  haberte escrito. Debí haber venido antes… Joder…-Diez meses, volvió a pensar, y las lágrimas no tardaron en abrazar su córnea y caer muy suavemente por sus mejillas.

-Eh, Nezumi, no llores, mi vida. Por favor.-las frases salían de sus labios sin ni siquiera pensarlo. Solo le había visto llorar una vez y siempre había temido que volviese a repetirse de nuevo.

Se sintió tan impotente. Tan rastrero, tan egoísta. Como bien le había dicho, no podía haberlo sabido,  pero había tenido todos los medios a su alcance. La culpabilidad le azotaba la columna, traduciéndose en violentos escalofríos. Vio cómo Shion inclinó su cuerpo, ahora tapado con una toalla, para alcanzar la peluca blanca. Le agarró el pulso. Lo apretó fuerte. No quería volver a verle seguir viviendo una mentira.

-¿Por qué llevas eso?

-No quiero que lo vean, nadie tiene por qué saber nada de mi vida privada.-seguía sonando tan tierno y sereno como siempre. ¿Cómo podía hacerlo en un momento así?

-¿Te arrepientes de estar vivo?

En ese momento, su amante apoyó ambas manos en su pecho, aferrándose a su ropa para intentar soltarse de su mano. Ambos sabían lo que esa frase significaba. Demasiado como para mantenerse impasible.

-No, Nezumi, no me digas eso, por favor. Ya no somos niños. Tengo un hijo.-“tenemos”, le interrumpió.- ¿Cómo crees que se sentiría si lo supiera? Sé que en mi situación obrarías igual.

No pudo decir nada más al respecto. Estaba en lo cierto. Después de tantísimo tiempo todavía le conocía a la perfección, a pesar de sus intentos en un primer momento por mantener su personalidad en la penumbra. Siempre le decía que no debería involucrarse con nadie si no quería salir herido, mas él mismo rompió al conocerle su propia regla de oro. Allí estaba, otra vez, llorando por él, sabiendo que en ese momento no sería capaz de hacer absolutamente nada para poder  devolverle la salud. Y no solo eso. Devolverle todos los días que habían pasado juntos, los amaneceres que no pudieron vivir uno al lado del otro, los bailes, las risas, los besos que nunca fueron entregados. Y ahora, en un margen de solo 10 meses, era demasiado tarde.

Los brazos de Shion le envolvieron con el mismo cariño incondicional que las nubes al sol.

Apoyó la nariz contra su hombro.

¿Por qué  demonios estaba tan frío?

Le apretó fuertemente. Quizás así podría contagiarle un atisbo de calor de su cuerpo desnudo. Ni siquiera tuvo fuerzas para frotar su espalda con las manos. Se le quebró la voz. Se le quebró el alma.

-A partir de ahora mismo no volverás a utilizar eso.-señaló la peluca sin siquiera separarse. Alzó el tono. Las lágrimas le rompieron la frase en mil fragmentos.

-Solo me la pondré delante de Shionn. ¿De acuerdo?

Sus piernas se flexionaron poco a poco, como bambús que se reverencian ante el grandísimo peso de la impotencia. Nezumi resbaló muy suavemente hasta toparse con el pecho de Shion, donde encontró descanso suficiente. Finalmente, no era un sueño. Lo estaba viviendo. Lo estaba sintiendo. Nunca antes había visto tantísimo parecido en Shion con las flores que llevaban su nombre, marchitándose tan lenta y grácilmente, perdiendo pétalos, quedándose completamente desnudo y yerto, destiñendo la corola su color.

Escuchó latir su corazón.

Demasiado deprisa. El tiempo se agotaba.

Tic, tac, tic, tac.

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