sábado, 30 de marzo de 2013

I am your bitterfly. Capítulo I

Apenas si rozaba los quince años y ya podría distinguírsele por llevar un cigarrillo siempre entre los dedos. En el instituto al que iba, una institución privada de las más elitistas de Londres, en pleno corazón del barrio de Westminster, no le permitían fumar en el recinto, pero se escabullía siempre que podía. Las clases se le antojaban aburridas, demasiado tediosas para su forma de ser infantil e hiperactiva. Podía decirse que no era más que un niño con un pitillo. Aunque debajo de su piel guardaba una seria y pesada responsabilidad. Era el futuro heredero de los Trancy, una familia chapada a la antigua, con ciertos parentescos con la nobleza, que se dedicaban a manejar grandes cantidades de dinero viviendo de sus influencias. Él se aprovechaba, desde luego, de su poder, mas ejercerlo no era más que otra ocupación odiosa que le restaba tiempo para divertirse. Ahora que había abrazado su sexualidad y otros tantos placeres de la vida no quería encerrarse en un despacho a trabajar. Se pasaba las tardes en su habitación fumando como un tren en marcha, fingiendo estar estudiando, hasta que por la noche salía a la discoteca a provocar, con unas cuantas copas encima, y quizás alguna que otra raya de cocaína. Al menos su padre estaba muerto. No podría volver a ahogarle nunca más bajo su yugo.

 La clase de matemáticas no le ofrecía nada interesante. Los números no eran nada más que inventos del hombre para intentar mantener todo bajo control. Y Alois disfrutaba de la entropía. Caminaba por la calle moviendo las caderas como una mujer, embutido en unos pantalones vaqueros pitillo que se ceñían a sus huesos, y una camiseta de rayas un tanto floja debido a su delgadez. Encendió un cigarrillo y comenzó a caminar sin rumbo por la ciudad, sintiendo el viento acariciar su cabello rubio suavemente. Comenzó a tararear una canción improvisada mascullada entre el filtro del cigarro. Su voz sonaba dulce y aguda como una campanilla, como un xilófono tocando sus notas más agudas. Ni siquiera se percató, en su ensoñación, que se introducía en un oscuro callejón...

 -Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí.-se escuchó la voz de un chaval entre las tinieblas, que poco a poco fue haciendo su aparición, junto con otros dos, exactamente iguales a él. Altos, desgarbados, con el cabello teñido de violeta, portando varios piercings y tatuajes de dragones japoneses. Aquel que alzó la voz llevaba una navaja con la que apuntó al joven Alois, provocando un estremecimiento en su corazón.-¿No es uno de los niños ricos del instituto de al lado?-desgraciadamente, se reconocía por su uniforme escolar.

 -No es uno cualquiera, Thomson. Es el hijo puta Trancy. ¿Te crees con el derecho de venir a nuestro callejón? ¿Crees que vales más que nosotros?

 Desde luego, si algo caracterizaba a Alois era su poca capacidad para callarse cuando debía hacerlo.

 -Voy a donde me sale del culo, gilipollas, este sitio no tiene vuestro nombre de perros sarnosos. Apartáos.

 Los pandilleros soltaron, al unísono, una carcajada que le enmudeció de repente. Entre los tres le arrinconaron contra una pared, y con un simple gesto de uno de ellos, que parecía ser el líder, los otros dos le inmovilizaron, propinándole un codazo en el estómago para tumbarle en el suelo y pisando su espalda para poder mantenerle en el sitio. Era evidente que entre los tres le podían con creces. Uno de ellos cogió el cigarrillo que todavía sujetaba y con él, todavía encendido, le quemó el dorso de la mano con saña. Los chillidos de Alois quebraron el silencio de la calle en dos.

-¡¡Soltadme!! ¡¡Os mataré, lo juro, os juro que os mato!!

 -Parece que todavía necesitas una lección, Trancy. Canterbury, ¿tú crees que tendrá el culo tan prieto como parece? Bájale los pantalones. Vamos a ver lo que soportas que te metan, maricón.-y en ese momento, alzó la navaja ante sus ojos. La intención estaba más que clara. Alois se retorció, pegando patadas al aire, gimiendo, aunque sin pedir clemencia en ningún momento, sino ordenándoles que le dejasen libre, lo cual todavía enfurecía más a los trillizos, quienes se reían con malicia.

 El joven sentía que se desvanecía su aliento. Sus pantalones descendieron por sus piernas llenas de vello incipiente. El dolor de su mano era insoportable. Retrajo sus glúteos, flexionó las rodillas, pugnó por darse la vuelta, pero era inútil. Eran tres contra uno, su victoria era más que imposible. Sus sollozos sonaban agonizantes y entrecortados como sus palpitaciones atemorizadas. Poco a poco podía sentir con mayor claridad la navaja acercándose a su carne.

 En ese momento, todo se detuvo. El tiempo, el aire, las risas. Alois levantó suavemente su cabeza, intentando averiguar qué sucedía a través de su visión borrosa por las lágrimas. Un chaval bastante mayor que él, vestido con una sudadera blanca y unos pantalones caídos, al más puro estilo Eminem, les daba a aquellos tres la paliza de sus vidas. La sangre salpicaba las paredes, unos cuantos dientes abrazaban el asfalto, uno de ellos tenía el tabique nasal roto. Alois no daba crédito a lo que sus ojos vislumbraban. Un guerrero callejero había emergido de entre las sombras para salvarle. Un hermoso samurai moreno que consiguió no solo acobardarlos y que huyeran, sino salvaguardar su integridad física. Se arrodilló ante él, tendiéndole su mano ruda llena de raspazos en los nudillos. Le conocía, al menos de vista, de haber oído hablar de él entre sus compañeros y señalarlo al verle pasar. Era del instituto de Balham, repetidor nato. En la calle le conocían como Spider, uno de los mejores raperos de los alrededores.

 -¿Estás bien, lil' dude?-le cuestionó, con una voz grave y cavernosa.

Alois se abrazó a él sin pensarlo dos veces, presionando su cuerpo propio con el ajeno. No podía creer que estuviese bien. Había podido recuperar el privilegio de respirar, mas sus labios temblaban provocando un suave ronroneo ante la entrada y salida del aire en sus pulmones. Flexionó sus rodillas, intentando con ello colocar mejor su pantalón, aunque no le importaba estar medio desnudo. Los brazos del desconocido le proporcionaban una protección cálida que nunca había sentido.

-Gracias... Gracias, gracias, gracias...

 -Eh, no te molestes, lil' dude, esos eran unos hijos de puta a los que se la tenía jurada.

 -Te lo compensaré, lo prometo... Tengo algo que sé que quieres.

 Spider alzó una ceja, observando desde arriba al muchacho rubio, quien se aferraba a su pecho como a un clavo ardiendo.

 -¿Qué se supone que tienes?

 Entonces lo supo. La canción de Alois encontró letra. El ritmo de Spider comenzó a latir en su cabeza. Efectivamente, él era lo que estaba buscando, la pieza clave que su rap necesitaba. Mas no se percató hasta que el joven se irguió, acariciando su rostro, tarareando con su cristalino tono:

 I, I, I, I am your butterfly. 
I need your protection, be my samurai. 
 I, I, I, I am your butterfly. 
 I need your protection, need your protection

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