sábado, 30 de marzo de 2013

Diez años


Diez años. Miles de millones de amaneceres. Cientos de recuerdos. El tiempo pasa, la pupila llora. La piel se cuerea, los años fluyen. El cabello crece y se corta, se arranca y vuelve a emerger. La mirada cambia, se conforma más madura, más cansada. Lo que siempre permanece en su lugar son los sentimientos. Si han nacido de la pureza se mantienen adheridos al corazón, latiendo a su ritmo. Y de ellos emerge el anhelo, emerge el desasosiego, la esperanza, la impaciencia. Un deseo común que fluye por venas de cuerpos distintos, que a la vez se han conformado en uno. Una rosa que florece y jamás se marchita.

“Volveremos a encontrarnos”



Nezumi se llevó a los labios el filtro amarronado de su cigarrillo. El tiempo escapa, el futuro se presagia y consolida, pero las malas costumbres permanecen y arraigan en la humanidad. En diez años había aprendido a fumar, a sobrevivir con la mínima aportación de recursos, a amar, a no juzgar. Pero había dos hogueras que no había podido extinguir: su espíritu revolucionario y todo lo relativo a él. Shion, la serpiente que alimentaba su pecado, la única persona que había entrado en su alma para no salir. No había día que no le extrañase. Que no sintiese la culpa azotando sus entrañas. Necesitaba meditar y estar solo, poner en orden su conciencia, abrazar su pasado. Mas siempre lamentó la raíz de su comportamiento adolescente, el hecho de haberle dejado solo, de poder alejarse de él sin siquiera mirar atrás para verle una última vez. Cada noche se cubría los labios con la lengua y aún parecía sentir el sabor del último beso. La reminiscencia de sus caricias todavía palpitaba dentro de su memoria. Tantos amaneceres había despertado solo y todavía se giraba para ver si, por alguna casualidad del destino, el albino dormía a su lado.

Diez años.

Diez años le llevó reconciliarse consigo mismo.

Y decidir volver de una vez por todas a casa.

La ciudad había madurado y florecido como la flor de un cerezo. No era perfecta, pero tampoco era lo que se había pretendido. Los antiguos habitantes de No. 6 y el Distrito Oeste, a pesar de las reticencias, habían sido capaces de dejar a un lado lo que les diferenciaba y sentirse pertenecientes a un mismo lugar. Y todo gracias a su joven presidente. Un hombre de apenas 26 años que había hecho por la nación lo que varios consejos de sabios nunca habrían logrado. Un gobierno basado en la libertad, la igualdad y la fraternidad. No todo el mundo estaría de acuerdo con él, mas la decisión de terminar con las falsas utopías era unánime. Y eso fue lo que le permitió conseguir el mayor cargo administrativo del páramo. Nezumi pateaba las calles observando cada detalle a su alrededor. Apenas si conseguía orientarse entre las ruinas de lo que fue su hogar, entre los edificios que despuntaban al cielo. Hacia el horizonte, se decía, hacia donde el sol se pone. Allí estaría su antiguo hogar. Aquel lugar en el que habían pasado tantas horas juntos.

Ciertamente allí estaba. Como siempre. No había cambiado nada. A pesar de haber modificado toda la ciudad, en las afueras, aquel edificio subterráneo seguía intacto. Al menos en la apariencia externa. Nezumi se adentró en él, mas no podía evitar que los pensamientos lo bombardeasen. ¿Qué pasaría si Shion se había cansado de esperar? ¿Estaría casado con otra persona? ¿Le reconocería? ¿Le ordenaría irse? ¿Estaría resentido con él? Pensó en dar media vuelta. Quizás no había sido buena idea haber vuelto. Quizás Shion había continuado con su vida de tal manera que su presencia solo dañaría su corazón tan puro y frágil.

La puerta se abrió.

Nezumi contuvo su aliento.

Entre el hueco de la puerta se asomó una carita. Era un niño, apenas si rozaría los nueve o diez años. Sus ojos castaños escudriñaron al pasajero. Alzó una ceja. Sin cerrar de nuevo,  giró la cabeza y chilló:

-¡Papá! ¡Hay un vagabundo en la puerta! ¿Le dejo pasar?

¿Un vagabundo? ¿Qué demonios está diciendo este crío? Nezumi estuvo a punto de contestarle, mas en ese momento otra voz le paralizó. Un tono conocido, dulce, que hablaba bajito y tiernamente. Podría reconocerlo en cualquier lugar. Incluso si no pudiese oír sentiría sus vibraciones.

-Espera ahí, cielo, voy a atenderle.

Y el pequeño se mantuvo mirándole sin ningún tipo de recelo. La gente de aquella nueva ciudad parecían individuos confiados. El gobierno de Shion les había convertido en individuos que no tenían nada que temer. Si la seguridad era buena, el miedo estaba fuera de lugar. Le había llamado “papá”. ¿Entonces sí tenía un hijo? ¿Y quién se supone que era la madre? ¿Había hecho bien en haber perturbado su vida familiar? ¿Se vería con ella en algún momento? ¿Podría soportar el odiarla, por Shion? En ese momento la puerta se abrió completamente.

El hielo apuñaló al fuego.

Las llamas le convirtieron en agua.

No habían cambiado nada. Absolutamente nada. El pelo de Nezumi solamente había crecido hasta la mitad de la espalda. Shion simplemente había mudado su vestimenta por un traje negro. Sus ojos color rubí se llenaron de lágrimas en un instante. Quiso consolarle, mas descubrió que no podía moverse. El shock les había paralizado los cuerpos. Era él. La persona que le había salvado la vida. El príncipe que había convertido sus sueños en una tangible realidad. Sus labios, su mirada, sus manos. Solo habían envejecido diez años. Diez malditos años. Su trasfondo permanecía. Aunque a una rosa le varíes su nombre seguirá manteniendo su fragancia. Qué demonios, ni siquiera Shakespeare sería capaz de describir en la mente de Nezumi todas las emociones que le golpeaban en aquel momento. Estaba hermoso. Más mayor, pero hermoso. El amor que sentían se inflamó en su interior. Dolía. Latía. Se sobrecalentaba. Con solo una mirada miraron dentro del otro, ventanas abiertas, espejos inversos. Notaron todas las lágrimas, todos los desvelos, todo lo que habían vivido, sufrido y soportado. Lo compartieron todo. Con una simple mirada.

Apenas un suspiro. Una lágrima. Un aliento.

Los pies de Shion se precipitaron. Le rodeó con sus brazos. Le estrechó contra sí. Tanto tiempo que no sentía su torso contra el suyo. Una calidez tras el esternón. La sangre burbujeando. Un escalofrío. El placer, el alivio, la ausencia total de dolor. El llanto se convirtió en cascada que emanó de sus ojos cerrados fuertemente. Escondió la cabeza en su cuello. Su olor. No lo había perdido. Seguía allí, remanecía el sonido del viento y los árboles, el aroma a hojas, a tierra, a hierba fresca. Le quería cerca, más cerca, tan cerca que le cortase la respiración. Diez años que se le habían hecho eternos. Diez años añorándole, echándole de menos. Diez años de incertidumbre, diez años preguntándose si estaba siquiera vivo. Diez años que se disiparon, que se resumieron en un solo minuto, en un abrazo. Las manos se Nezumi envolvieron su espalda. No podía creerse que aquel momento hubiese llegado. El deseo que su lengua púber enunció antes de evaporarse en el horizonte. “Volveremos a encontrarnos”. Y todo seguía igual. Sus lágrimas cálidas acariciaban su cuello. Su propio llanto se sintió como una liberación. No pudo reprimirlo, su fuerza se desvaneció, quiso sentirse débil en los brazos del hombre al que siempre había amado en silencio. Quiso chillarlo, que todo el mundo supiese que Shion era su vida entera, que los años que había pasado sin él le habían creado un vacío interior que solo aquel contacto llenaba.

Shion se apartó. Juntó su frente. Sintió la oposición del cráneo ajeno. Sonrió entre lágrimas.

-Sigues como te recordaba. Dime que no estoy soñando.

Un gemido se atragantó en sus labios. Nezumi le acarició. Negó con la cabeza. Era real. Demasiado real. De una vez por todas era real.

-Papá, ¿por qué lloras?

La voz del pequeño les interrumpió abruptamente. Su padre giró el rostro para poder mirarle. No podía detenerlo. Era demasiado intenso. Sonó tan dulce como siempre, con un atisbo de temblor y ahogo que llenaba a Nezumi de ternura.

-¿Recuerdas que te dije que papi volvería?-se llevó una mano a la boca, antes de poder continuar.-Es él.

Nezumi se sintió conmocionado. ¿Papi? ¿Le había hablado de él? ¿Entonces aquel niño no era fruto de ningún matrimonio? ¿Realmente había sido capaz? ¿Su corazón había soportado la soledad, el sufrimiento, solo para poder estar con él?

-¿Me has estado esperando todo este tiempo?-no pudo evitar preguntarlo. Tampoco pudo evitar que sus ojos grises se cristalizasen en llanto.

-Nunca dejé de hacerlo.

Te amo tanto, Nezumi…



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